CIUDAD DEL VATICANO, lunes 6 de julio de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje pastoral que ha escrito el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes con ocasión de la Jornada Mundial del Turismo, que se celebrará el 27 de septiembre de 2009 con el tema: «El turismo, consagración de la diversidad».
* * *
El tema de la Jornada Mundial del Turismo, propuesto por la competente Organización Mundial, El turismo, consagración de la diversidad, nos abre caminos de encuentro con el ser humano en su diversidad, en su riqueza antropológica.
La diversidad es un hecho, una realidad, y, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, es también un hecho positivo, un bien, y no una amenaza o un peligro, a tal punto de desear que «las personas no sólo acepten la existencia de la cultura del otro, sino que también deseen enriquecerse gracias a ella» [1].
La experiencia de la diversidad es propia de la existencia humana, también porque el desarrollo personal avanza por etapas diversificantes, que favorecen el crecimiento y la maduración personal. Se trata de un descubrimiento progresivo que, confrontándonos con quienes y con cuanto nos circunda, nos distingue del que es diverso a nosotros.
En la valoración positiva del diverso observamos una paradoja: si por un lado se constata, en este tiempo de globalización, que las culturas y las religiones se acercan cada vez más, y que en el corazón de todas las culturas brota un auténtico deseo de paz, por otro lado se constatan incomprensiones, existen prejuicios y malentendidos profundamente enraizados, que levantan barreras y alimentan divisiones. Es el miedo a lo diverso, a lo desconocido.
Debemos trabajar por reemplazar la discriminación, la xenofobia y la intolerancia por la comprensión y la aceptación mutua, recorriendo los caminos del respeto, la educación y el diálogo abierto, constructivo y comprometido.
En este esfuerzo la Iglesia tiene una función importante, partiendo de la profunda convicción manifestada por Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam de que «la Iglesia debe entrar en diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra, la Iglesia se hace mensaje, la Iglesia se hace coloquio» [2]. Es un diálogo constructivo y sincero que, parar ser autentico, «no debe ceder al relativismo y al sincretismo, y debe estar animado por el respeto sincero a los demás y por un generoso espíritu de reconciliación y fraternidad» [3].
Desde esta perspectiva, el turismo, en cuanto pone en contacto con otros modos de vivir, otras religiones, otras formas de ver el mundo y su historia [4], es también una ocasión para el diálogo y la escucha, y constituye una invitación a no cerrarse en la propia cultura, sino a abrirse y confrontarse con modos de pensar y de vivir diversos [5]. Por tanto no debe sorprender que sectores extremistas y grupos terroristas de índole fundamentalista señalen el turismo como un peligro y un objetivo a destruir. El conocimiento mutuo ayudará – lo esperamos ardientemente – a construir una sociedad más justa, solidaria y fraterna.
La experiencia inicial del hombre respecto a la diversidad es hoy también vivida en el mundo virtual, megalópolis cósmica ofrecida permanentemente a cada uno de nosotros. Gracias a esta primera forma de «turismo», virtual, cinemático, la diversidad se observa cercana, facilitando la proximidad del diverso lejano. Es este turismo el primero a consagrar la diversidad.
Pero es sobretodo el turismo, entendido como desplazamiento físico, que evidencia la diversidad natural, ecológica, social, cultural, patrimonial y religiosa, y el que también nos hace descubrir el trabajo compartido, la cooperación entre los pueblos, la unidad de los seres humanos en la magnífica y desconcertante diversidad de sus realizaciones.
En el descubrimiento de la diversidad aparecen además paradojas y límites: si el turismo se desarrolla en ausencia de una ética de responsabilidad, paralelamente toma cuerpo el peligro de la uniformidad y de la belleza como «fascinatio nugacitatis» (cfr. Sb 4,12). De este modo sucede, por ejemplo, que los autóctonos pueden hacer para los turistas espectáculo de sus tradiciones, ofreciendo la diversidad como un producto comercial, solo por lucro.
Todo eso exige un esfuerzo, tanto por parte del visitante como del autóctono que acoge, de asumir comportamiento de apertura, respeto, cercanía, confianza, de modo que en el deseo de encontrar a los demás, respetándolos en su diversidad personal, cultural y religiosa, se abran al diálogo y a la comprensión [6].
La diversidad se fundamenta en el misterio de Dios. La Palabra creadora está en el origen de la riqueza de las especies, especialmente de aquél/aquella que es «imagen y semejanza» de Dios. Esta Palabra bíblica poética es aquella de la diversidad, fundadora de identidad de cada criatura, siendo el Creador el primero a contemplar la belleza-bondad de todo aquello que Él ha hecho (cfr. Gen 1). Y Dios es también esa fuerza maravillosa, principio de unidad de todas las diversidades, que aparecen como «una manifestación particular del Espíritu para el bien común» (1 Cor 12,7). Contemplando la diversidad, el hombre descubre las huellas del divino en las pisadas humanas. Y para el creyente, el conjunto de las diversidades abre caminos para acercarse a la infinita grandeza de Dios. Como fenómeno posible de consagración de la diversidad, para nosotros el turismo puede ser cristiano, camino abierto a su confesión contemplativa.
Dios confía a la Iglesia la tarea de forjar en Cristo Jesús, gracias al Espíritu, una nueva creación, recapitulando en Él (cfr. Ef 1,9-10) todo el tesoro de la diversidad humana que el pecado ha transformado en división y conflictos [7], de modo que contribuya «a la creación en el Espíritu de Pentecostés de una nueva sociedad en la que las distintas lenguas y culturas ya no constituirán límites insuperables, como después de Babel, sino en la cual, precisamente en esa diversidad, es posible realizar una nueva manera de comunicación y de comunión» [8].
Son pensamientos estos que pueden animar en el compromiso de cuantos se ocupan de la pastoral específica del turismo, especialmente en su atención a quien sufre de cualquier modo por tal fenómeno, que es también signo de nuestro tiempo y trae consigo aspectos positivos que hemos nuevamente subrayado con ocasión de la reciente celebración del 40 aniversario de la publicación del Directorio Peregrinans in terra.
El soplo divino venza toda xenofobia, discriminación, racismo, vuelva cercanos aquellos que están lejanos, en la contemplación de la unidad/diversidad de una familia humana bendecida por Dios. Es el Espíritu que reúne en la unidad y en la paz, en la armonía y en el mutuo aprecio. En Él hay orden y bondad a lo largo de los siete días de la creación. Que Él entre, asimismo, en la difícil historia humana, gracias también al turismo.
Ciudad del Vaticano, 24 junio 2009
+ Antonio Maria Vegliò
Presidente
+ Agostino Marchetto
Arzobispo Secretario
[Traducción del original italiano distribuida por el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes]
::::____
NOTAS
[1] Benedicto XVI, Mensaje con ocasión de una jornada de estudio sobre el tema «Culturas y religiones en dialogo» organizada por el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y el Pontificio Consejo de la Cultura, 3 diciembre 2008: L’Osservatore Romano, n. 287 (45.027), 9-10 diciembre 2008, p. 1. En la misma línea se manifestaba Juan Pablo II: «Querer ignorar la realidad de la diversidad – o, peor aún, tratar de anularla – significa excluir la p
osibilidad de sondear las profundidades del misterio de la vida humana. La verdad sobre el hombre es el criterio inmutable con el que todas las culturas son juzgadas, pero cada cultura tiene algo que enseñar acerca de una u otra dimensión de aquella compleja verdad. Por tanto la ‘diferencia’, que algunos consideran tan amenazadora, puede llegar a ser, mediante un diálogo respetuoso, la fuente de una comprensión más profunda del misterio de la existencia humana» (Discurso a la Asamblea General de la ONU en el 50º aniversario de su fundación, 5 octubre 1995, n. 10: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XVIII/2 -1995-, Libreria Editrice Vaticana, 1998, p. 738). [2] Pablo VI, Carta encíclica Ecclesiam suam, 6 agosto 1964, n. 67: AAS LVI (1964), p. 639. [3] Benedicto XVI, Mensaje con ocasión de una jornada de estudio sobre el tema «Culturas y religiones en dialogo», l.c. [4] Cfr. Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Instrucción Erga migrantes caritas Christi (La caridad de Cristo hacia los migrantes), 3 mayo 2004, n. 30: AAS XCVI (2004), p. 778. [5] «Hijo de su propia cultura, el viajante, el turista, sale al encuentro/desencuentro de los hijos de otra cultura y, si entra en diálogo con ella, acepta dejarse interpelar por los elementos que enriquecen su patrimonio intelectual, espiritual y cultural. Puede ser llevado, en consecuencia, a cuestionar algunos de sus comportamientos, de sus prejuicios, e incluso de las creencias que influyen en su vida cotidiana» (Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, Documento Final de la IV Reunión Europea de Pastoral del Turismo, 29-30 abril 2009, n. 34). [6] Cfr. Benedicto XVI, Mensaje con ocasión de la Jornada Mundial del Turismo, 16 julio 2005: Insegnamenti di Benedetto XVI, I (2005), Libreria Editrice Vaticana, 2006, p. 339. [8] Ibidem, n. 89.