HUESCA, sábado, 11 de julio de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo (Marcos 6,7-13) XV del tiempo ordinario, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca.
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Los discípulos habían escuchado detenidamente al Maestro muchas veces. Le habían visto actuar. Seguramente que se sentían orgullosos de Jesús y hasta de ellos mismos: ¡no era nada pertenecer al grupo de seguidores del Maestro de moda! A un cierto punto Jesús les sorprende con una insólita decisión: enviarles misioneramente a Palestina.
Si en el tiempo de los preparativos ellos hubieran imaginado el desenlace o acaso la estrategia a seguir, posiblemente la hubieran organizado de un modo muy diferente. ¿Cómo se presentarían ante los demás precisamente ellos, los discípulos de Jesús? No sería de extrañar que hicieran cábalas arrogantonas y algo triunfalistas, quienes en otro momento aspiraban a ocupar un puesto a la derecha y a la izquierda de Jesús cuando éste llegase a la casa del Padre, quienes no dudaban en pedir que un ángel echase azufre a los que no pertenecían a su círculo estrecho, o quienes cortaban la oreja a todo guardia que se moviese en el trance del apresamiento de Jesús.
Jesús los equipó con otro tipo de ropaje y con otro estilo de misión: irían de dos en dos, lo suficiente para que se apoyen y sostengan en los contratiempos; con poder sobre los espíritus inmundos; y con un avituallamiento realmente pobre y humilde: un bastón, una túnica y sandalias, sin pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón.
Era como hacer las «prácticas» de discípulo tras haber vivido y convivido con el Maestro. Y al igual que sorprendería Él a quienes esperaban de su mesianismo otra cosa, como por ejemplo un mesías guerrillero, antirromano, celoso e intransigente con las prescripciones de la ley…, seguramente que también sorprendería este estilo misionero casi ingenuo y naïf de los discípulos de Jesús.
La tentación siempre es la misma: o nos escondemos en las sacristías y decimos que ya actuará el Señor, o nos armarnos hasta los dientes con las armas al uso (sean bélicas, o dialécticas, o de presión, o de intolerancia varia…), para imponer la Buena Noticia del Reino. Nunca ha sido ése el camino, ni siquiera durante las «prácticas» de aquellos primerísimos cristianos. Hay que actuar, hay que sacar la fe a la plaza pública y proclamarla con el lenguaje de la vida. Pero como hicieron entonces los discípulos de Jesús, hay que ir en su Nombre y sabiéndonos por Él enviados: predicar el arrepentimiento y la conversión, la gozosa posibilidad de volver a empezar, de dirigir nuestra mirada a Dios y adherirnos a su Verdad sobre nosotros y sobre la historia toda, echar los mil demonios que nos endiablan dividiéndonos por dentro y enfrentándonos por fuera, y ungir a los dolientes de todos los sufrimientos con el dulce bálsamo de la paz y la esperanza.