MADRID, domingo, 12 de julio de 2009 (ZENIT.org).- La encíclica «Caritas in veritate» enseña a políticos, empresarios, economistas y sindicalistas que toda crisis económica esconde una crisis moral, asegura el director de Hispanidad (www.hispanidad.com).
Eulogio López, desde esa publicación, una de las pioneras del mundo hispano desde la popularización de Internet, no sólo ofrece información confidencial económica, sumamente requerida y citada, sino que se ha convertido además en un punto de referencia sobre ética en la vida pública.
En esta entrevista concedida a ZENIT ilustra algunas de las sorpresas que depara a sus lectores la tercera encíclica de Benedicto XVI.
–Usted dirige una publicación leída, ante todo, por empresarios, economistas, y sin duda también sindicalistas. ¿Tiene algo que decirles esta encíclica?
–Eulogio López: Todo, quizás demasiado. «Caritas in veritate» es una encíclica muy original… porque va al origen de las cosas, profunda. Sólo le achaco que resulta un poco desordenada, quizás por demasiado amplia. ¿Su principal virtud? En mi opinión, que enlaza algo que el empresario, el banquero o el sindicalista no huelen sino en la lejanía del tópico: que caridad es amor, que amor es solidaridad y que solidaridad es justicia social. Estamos hablando de lo mismo con distintos nombres. Lo diré de otro modo: con el mismo corazón con el que amamos a nuestros hijos amamos a la colectividad, el bien común o, como dirían los franceses, siempre tan cartesianos, la cuestión social. El bien común, uno de los cuatro principios no negociables de Benedicto XVI, no es más que otro tipo de mor, de caridad, es decir, de donación y de entrega de uno mismo. Y sin ese amor, no hay política económica que valga.
En este sentido, una de las originalidades de la encíclica es la gratuidad. Benedicto XVI formula (punto 38) afirmaciones tan sorprendentes como éstas: «Sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia», o «la actividad económica no puede prescindir de la gratuidad», además de apuntar a otro de los tópicos más habituales en el universo financiero: «La gratuidad no se puede dejar en manos del Estado».
–Como usted dice, la encíclica introduce la «caridad» como categoría de la doctrina social. Hasta ahora parecía que este papel le correspondía a la justicia, mientras que la caridad quedaba como algo circunscrito a la opción personal, privada, sobre todo para solucionar las descompensaciones propias de todo sistema social. La «caridad», entendida como la entiende el Papa, ¿puede entrar en el diccionario de los economistas?
–Eulogio López: Es difícil, pero para eso se ha escrito esta encíclica. Los economistas se suelen quedar en el «do ut des», lo que el Papa llama justicia conmutativa, meramente contractual. La encíclica dice que hay que llegar a la justicia distributiva –por decirlo así una vez conseguido el beneficio por métodos legales, repartir entre los más necesitados– pero da un sorprendente paso más: la gratuidad. Pues mire usted, eso es lo que las empresas llaman, con la boca pequeña, todo hay que decirlo, responsabilidad social corporativa. El fundador de El Corte Inglés, Ramón Areces, lo explicaba a su manera: «Tengo el deber de devolver a la sociedad algo de lo que la sociedad me ha dado».
–El Papa afirma que la crisis demográfica acaba provocando una crisis económica. ¿Cree que los profesores de economía firmarían esta afirmación?
–Eulogio López: Y se lo ha recordado al abortista Barack Obama, durante su entrevista de este viernes. El Papa plantea una y otra vez, la relación entre aborto y economía –especialmente en los números 15 y 28–, algo que los empresarios no suelen ni oler, con dos conclusiones. Sin el derecho a la vida, el resto de derechos humanos, incluidos los económicos, resultan imposibles, porque si no se respeta la vida no pueden desarrollarse. Segunda conclusión: todas las crisis económicas son crisis demográficas: Occidente no está dejando de ser el motor del desarrollo económico del mundo porque haya perdido el tren tecnológico, sino porque no tiene hijos. Tener hijos es un precepto moral pero también una ley económica. Sin hijos no hay personas, no hay contribuyentes que soporten el Estado de Bienestar. Es la tautología de que si no hay vitalidad las sociedades mueren. Por tanto, el aborto y el conjunto de políticas antinatalistas son las termitas de una economía sana.
Las mucha líneas que el Papa dedica al derecho a la vida resultan de lo más pertinente en una encíclica «económica». Todas las crisis económicas son crisis demográficas y crisis de la familia, que constituye una célula de resistencia a la opresión y el gran dique de contención frente a la pobreza. Un Estado que no mima a la familia se labra su propia ruina. O lo que es lo mismo: lo que dice el Papa es que no existen crisis económicas sino crisis morales, crisis de egoísmo. El aborto no es sino puro egoísmo, pura comodidad, puro aburguesamiento. Y el llamado control de la natalidad es la supresión de todo tipo de autocontrol de uno mismo.
–El Papa habla varias veces de «democracia económica», al hablar del papel de los consumidores. ¿Nuevos protagonistas de la doctrina social?
–Eulogio López: Sí. La frase más famosa en la «city» financiera occidental durante la última década ha sido aquella de «hay que crear valor para el accionista», un tópico que provoca muchos chistes y muchas maldades entre los periodistas especializados en economía. La historia es ésta: Juan Pablo II recuerda que no, que la empresa también trabaja para sus empleados porque el trabajo no es otro factor más de la producción sino, como recuerda el Papa Wojtyla, es «un factor humano». Pero el Papa polaco añadía un punto más: también hay que generar valor para el consumidor, para el público, o sea, el cliente, verdadero elemento constitutivo de la empresa. Pues bien, ahora llega Benedicto XVI y nos sorprende con otro añadido: la empresa también debe velar por los intereses del proveedor (número 40). En efecto, también forman parte de la empresa. Y la mención de este nuevo elemento no puede resultar más pertinente, porque el entramado oligopolístico de las multinacionales sobrevive gracias a dos prácticas lamentables: apretarles las clavijas a sus plantillas y apretárselas al proveedor (cuando no añaden el engaño la consumidor). En eso basan muchas grandes empresas sus mejoras de productividad.
–¿Qué hace falta para que esta encíclica llegue –hoy es mucho pedir a la gente que lea–, a los líderes económicos y políticos?
–Eulogio López: Que la lean claro. Sorprendido me he quedado cuando el presidente norteamericano ha comentado que la leería en su viaje Roma-Ghana. Para mí que no le va dar tiempo. Esta encíclica no se puede leer en diagonal. Cuando los empresarios –ojo, y los políticos– se den cuenta –¿se darán cuenta?– de lo que realmente predica Benedicto XVI se echarían a temblar. Lo que les está diciendo es que no basta la solidaridad –que, además, practican con el dinero de los demás– sino que hay que llegar a la gratuidad y que, cuando lo hagan, deberán repetir las palabras de Cristo: «siervos inútiles somos, los que teníamos que hacer, eso hicimos».
–El Papa habla de especulación financiera…
–Eulogio López: Menos mal, porque es el término tabú desde que estallara la crisis económica, hace ahora dos años, en agosto de 2007. Durante ese tiempo, las bolsas de valores han perdido 22 billones (billón europeo, es decir, doce ceros) a causa de dos egoísmos. El de la especulación y el del apalancamiento, es decir, el excesivo endeudamiento o vivir por encima de nuestras posibilidades, especialmente los ricos que, en el siglo XXI, no son los que tienen más ahor
ros sino los que tienen más poder, es decir, más capacidad de endeudamiento, de apalancamiento. El Papa resucita un término que ningún bróker quiere citar –especulación– unido a otro cuya misma existencia todo intermediario financiero se niega a dimitir: economía real.
Lo explicaré de otro modo: la crisis de las subprimes no tiene nada que ver con las <i>subprimes, o hipotecas otorgadas a quienes no poseían avales suficientes, a cambio de un mayor coste. ¿De verdad cree alguien que el actual cataclismo que sufrimos, auténtica crisis económica permanente, podía provenir del crédito más seguro que existe, el crédito con garantía real, a particulares, que son los que mejor pagan, en un país como Estados Unidos, no en los demás, por ejemplo, no en Europa, donde la banca está más controlada? No hombre no. La actual crisis llegó por la paquetización, o titulización –pura especulación financiera– sobre esas hipotecas basuras, convertidas en activos financieros totalmente ajenos al bien común, es decir, a ofrecer dinero a quien, de otra forma, no podría comprarse una casa.
Esos títulos valores montados sobre las subprimes en nada beneficiaban al prestatario, sólo al prestamista, que cobraba menos pero cobraba antes y al intermediario, que especulaba con esa deuda-basura montada sobre una hipoteca basura. En suma, el que ha provocado la crisis es el especulador de Wall Street y de otras plazas financieras del mundo, con los bancos de inversión a la cabeza. Al final, esa especulación financiera, desconectada de la economía real ha acabado por destrozar la economía real… una vez más. Y lo grave es que, en dos años, todo lo que se les ha ocurrido a los líderes mundiales es que, entre todos les paguemos los platos rotos a los especuladores para que puedan seguir perpetrando su venenosa labor especulativa. Por eso hemos entrado en una crisis permanente.