Rafael: el joven cisterciense que encontró la santidad en lo cotidiano

Su vida, sus cartas y el testimonio de su postuladora

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ROMA, miércoles 22 de julio de 2009 (ZENIT.org).- Sus sencillas accionestuvieron tanto eco dentro del monasterio  cisterciense San Isidro de Dueñas, ubicado entre las localidades de Valladolid y Palencia en España, que su fama ya no tiene fronteras.

El Papa Benedicto XVI canonizará el  próximo domingo, 11 de octubre, al beato María Rafael Arnaiz Baron, más conocido como el «Hermano Rafael».

Será el más joven del grupo de cinco beatos que recibirán el título de santos el próximo mes de octubre (murió a  los 27 años) y también el que ha fallecido más recientemente (1911-1938).

Su postuladora, la hermana Augusta Tescari, O.C.S.O, habló con ZENIT sobre la vida de este beato, que alcanzó la santidad en medio de las renuncias, sacrificios, así como la alegría de vivir la vida contemplativa, «con el estilo y la sencillez de un joven», asegura.

«Un estilo pictórico porque describe su experiencia como si estuviese pintando. Su espiritualidad es muy sencilla, centrada sobre la Eucaristía, la grandeza y la bondad de Dios. En el dominio de Dios sobre su vida. Lo llamaba ‘el Amo’ y a la Virgen ‘la Señora'», comenta la hermana Augusta.

A Dios por la belleza
El hermano Rafael nació en Burgos, España en 1911, donde estudió con los padres jesuitas. Desde pequeño presentaba una altísima sensibilidad por los temas espirituales, así como por la pintura y el arte en general.

Sin embargo,  la enfermedad lo golpeó al punto de tener que interrumpir por un tiempo su estudios. Primero con unas fiebres coli-bacilares y luego con una pleuresía.

Una vez curado, su padre lo llevó en 1922 a Zaragoza para consagrarlo a la Virgen del Pilar. Posteriormente su familia fue trasladada a Oviedo donde terminó sus estudios de secundaria.

En 1930 inició su carrera en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. «Era una época muy turbulenta donde el anti clericalsimo estaba muy encendido. Se acercaba la Guerra Civil Española», recuerda su postuladora.

En julio de 1932, Rafael dejó por unos días sus libros de arquitectura para realizar sus ejercicios espirituales en el monasterio donde sintió el llamado a hacerse monje cisterciense.

Ya no serían los planos, los diseños, las construcciones sino el «ora et labora» de san Benito y el «solo Dios basta» los que continuaron guiando los pocos años que pudo dedicar a la vida monástica.

Tenía 23 años cuando fue aceptado en el monasterio de San Isidro de Dueñas.

«No me mueve para hacer este cambio de vida ni tristezas, ni sufrimientos ni desilusiones ni desengaños del mundo –aseguró al ingresar a la orden cisterciense–. Lo que éste me puede dar lo tengo todo. Dios en su infinita bondad me ha regalado en la vida mucho más de lo que merezco».

Con las melodías de los cantos gregorianos durante las oraciones de la Liturgia de las Horas, entre los imponentes muros románicos del monasterio trapense, el Hermano Rafael experimentó como esta vocación respondía a sus íntimos anhelos.

«Cantando así como cantan, con ese fervor, no es posible que la Virgen no se compadezca de ellos. Yo creo que en ese momento la Reina del Cielo ha de mirar a sus hijos con ternura y el mismo Dios se recreará en María», testimoniaba el santo.

Pasaba horas escribiendo a su madre, quien tras su muerte las recopiló en un libro, y a sus tíos, los duques de Maqueda, con quienes tuvo una gran amistad.

«Cuando se leen sus cartas, sobre todo a los tíos parece su director espiritual. No era él el discípulo de sus tíos, más bien, sus tíos eran sus discípulos», dice la postuladora.

«En el monasterio pasan los días. ¡Qué importa! No veo grandezas, no veo miserias, no veo las nieves, no distingo el sol. El mundo se reduce a un punto, al punto del monasterio y en el monasterio. Sólo Dios y yo», asegura en una de sus cartas.

¿Traición de Dios?
Pese a la inmensa alegría que experimentaba, la diabetes sacarina le obligó a abandonar la abadía en tres ocasiones: «le pareció casi una traición de parte del Señor, pero poco a poco aprendió la voluntad del Señor y se quedó un año y medio en casa para curarse», recuerda la hermana Agustina.

«Pidió de nuevo entrar en el monasterio como oblato porque no podía seguir la toda la regla, Sin derecho de voto en las decisiones capitulares. Fue aceptado como huésped. La vocación la sintió tan fuerte que por ello fue aceptado», asegura la religiosa.

El legado de un joven santo
La sencillez e incluso el sentido del humor de sus escritos no le quitan valor ni profundidad teológica a la expresión de sus experiencias en el monasterio así como su amor al Señor y a Santa María.

En 1934 el hermano Rafael recibió el hábito blanco, hecho que coment con profunda alegría a su madre «Estoy muy contento (…) Yo estoytodo de blanco, por lo menos por fuera. Ahora voy a esforzarme en estarlo por dentro, que es lo principal».

Sus reflexiones las intercalaba siempre con comentarios que hacían reír a los destinatarios de sus cartas: «Lo que me da mucho calor es la capucha. Cuando llegue el verano me voy a ir derritiendo poco a poco y un día van a buscar a Fray María Rafael y no encuentren más que el hábito».

Y fue la Diabetes la que lo llevó a la muerte en la enfermería del monasterio el 26 de abril de 1938. Habitación que todavía se conserva y que se ha convertido en un lugar de oración y recogimiento para los monjes que habitan allí.

El 19 de Agosto de 1989, Juan Pablo II le propuso como modelo para los jóvenes en Santiago de Compostela con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud.

Le proclamaría beato el 27 de septiembre de 1992 en la Plaza de San Pedro en Roma.

Mayores informes: http://www.abadiasanisidro.es/rafael5/index.html

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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