"Caritas in veritate": El amor es todo… Dios es amor

Por el presidente de la Conferencia Episcopal de Chile

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SANTIAGO, sábado, 25 julio 2009 (ZENIT.org).-Publicamos la presentación de la encíclcia «Caritas in veritate» expuesta por monseñor Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua, presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, el pasado 23 de julio en el Salón de Honor de la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Chile.



* * *

«La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad» (1).

Con esta frase el Santo Padre Benedicto XVI comienza su Encíclica CARITAS IN VERITATE, que hoy presentamos junto a la Iglesia en Chile a los constructores de la sociedad chilena, como una ofrenda a nuestro Bicentenario. Para quienes nos declaramos discípulos misioneros de Jesucristo, «defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad» (2).

El amor es todo… Dios es amor

Las páginas de esta Carta Encíclica nos ayudan a descubrir que la «caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia» (3). Para nosotros la caridad es todo porque Dios es amor y de él todo proviene, en especial nuestra propia capacidad de amar, de vivir no sólo para nosotros, sino también para los demás.

Uno podría preguntarse, a la luz de la realidad de contradicciones que vivimos en nuestra patria: si la caridad, el amor, es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, si es su promesa y nuestra esperanza, ¿por qué en una sociedad mayoritariamente cristiana como la chilena persisten situaciones de marginalidad y miseria, de indignidad y de abandono, de violencia y desconcierto?

Son palabras fuertes, duras, como golpeadora es la realidad de las personas que sufren estos flagelos. No es lo mismo verlas convertidas en cifras en los cuadros estadísticos que conversar con ellas en los lugares donde viven. Es cierto que el esfuerzo mancomunado de todos los sectores de nuestra sociedad ha hecho posible que hoy se haya avanzado de un modo sustantivo para reducir la miseria y la pobreza. Pero en tiempos de cambios también «nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas» (4) y el aumento de las desigualdades que el Papa denuncia no puede dejar de conmovernos.

Esta realidad es un clamor que nos mira a los ojos, y el Papa nos invita a «entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad» (5). Sin verdad, es decir sin mirar la realidad con los ojos del proyecto que Dios tiene para nosotros, el amor se convierte en un envoltorio vacío, agotado en un sentimentalismo que termina distorsionando esa realidad. Así, terminamos cosechando lágrimas donde queremos decisiones y acciones; o resignándonos a mezquinas soluciones «parche» para cubrir la sensibilidad de una coyuntura.

Es cierto, la verdad, así entendida, crea comunicación y comunión (6), sobre la base de un diálogo en virtud del cual, por amor, ofrecemos lo mejor de cada quien a disposición de una sociedad mejor y de un verdadero desarrollo humano integral. Los que creemos en Cristo tenemos el derecho y el deber de poner en común nuestra mirada-país a partir de aquellos valores que, por fidelidad al Señor, consideramos un bien para Chile. Cuando la palabra de los pastores incomoda y cuando se nos exhorta a no inmiscuirnos en ciertos ámbitos, estas reflexiones del Papa Benedicto XVI nos animan: somos sujetos de caridad, instrumentos de la gracia para difundir el amor de Dios tejiendo redes de caridad, redes de amor.

Justicia, inseparable de la caridad

Hace exactamente dos años, nos pareció de justicia tener una palabra sobre la dignidad con que puede llevar su vida una familia que subsiste con un ingreso llamado «mínimo». Porque con el mismo empeño con que celebramos la santa Eucaristía y conferimos los sacramentos a nuestros fieles, sentimos nuestro deber ofrecer una mirada, desde los criterios del Evangelio, acerca de la realidad política, económica y social. En esa perspectiva, esta encíclica nos recuerda, citando el Magisterio de la Iglesia universal, que la justicia es inseparable de la caridad e intrínseca a ella.

A Cristo, el Señor, lo reconocemos en nuestros hermanos que sufren la postergación y el abandono. En su camino de cruz que encuentra sentido en la Resurrección miramos el calvario de personas, familias y comunidades. La palabra de la Iglesia es una respuesta profética que no se queda en la denuncia ni en el clamor, pues siempre concluye en la esperanza de la Resurrección.

Porque, a pesar de las tendencias pesimistas y de los ánimos negativos, queremos ser sembradores de esperanza. Cómo no abrir nuestros oídos y nuestro corazón de pastores a clamores como los de nuestros pueblos originarios, incomprendidos y estigmatizados, una preocupación que el Santo Padre destaca en Caritas in Veritate. Permítanme recordar hoy un episodio muy hermoso que vivimos cuatro obispos en abril pasado, cuando en medio de nuestra última Asamblea Plenaria, en Padre Las Casas, hicimos un alto para conocer una experiencia educativa en Cholchol. Más de 400 alumnos, en su inmensa mayoría de origen mapuche, son formados en el Liceo Técnico Guacolda, una hermosa iniciativa de la Iglesia. ¿Qué descubrimos en este Liceo? Ante todo, el rostro alegre y la esperanza contagiosa con que nos recibieron los jóvenes, con unas ganas inmensas de surgir y ampliar sus horizontes. Conocimos la enfermería y la cocina donde aprenden sus carreras técnicas; también sus modernos laboratorios de idioma, donde cultivan el Mapudungun y aprenden Inglés. Orgullosos de sus pueblos originarios, los rostros de estos 427 muchachos y muchachas del Liceo Guacolda en Cholchol son una esperanza cierta.

Tras esa inolvidable experiencia en Cholchol, no puedo permanecer indiferente cada vez que se nos muestra la realidad mapuche como un problema, como un conflicto. Meses antes tuve la oportunidad de prestar el servicio de puente facilitador entre las demandas de la Sra. Patricia Troncoso y las autoridades de Gobierno, en medio de una situación límite muy ideologizada y de un verdadero diálogo de sordos. Chile necesita conocer esas sonrisas del Liceo Guacolda. Por eso la Iglesia siente la obligación de aportar, en esta y otras tantas temáticas, porque la caridad se «ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia» (7) .

¿Cuál es el bien que queremos?

Además de la justicia, el Santo Padre nos invita a tener también en gran consideración el bien común, porque «amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él» (8).

Yo me pregunto, cuando como un ciudadano espectador del acontecer de un país a pocos meses de un proceso electoral, ¿qué aman los protagonistas del debate público?, ¿qué bien buscan los que gobiernan las agendas públicas y ciudadanas, los que originan y alimentan las polémicas y conflictos? ¿En qué momento el bien de Chile deja de ser una meta noble y se convierte en eslogan, en lugar común? Me lo pregunto muy en serio, apelando a la sabiduría de nuestros padres y abuelos que nos enseñaban y aun nos reprendían «por y para nuestro bien».

Es una pregunta abierta a todas las personas que, a menudo con gran sacrificio y generosidad, han querido optar por el servicio público, tan denostado por muchos en estos tiempos, y dedicarse a la vida política. En especial, a quienes aspiran a recibir los votos del electorado y representar la voluntad ciudadana en los poderes del Estado. Pero es una pregunta igualmente válida para otros sectores de nuestra vida social, para esas personas que con gran cariño llamamos «constructores de la sociedad«. ¿Qué se ama cuando se ejerce pre
sión a través de una acción mediática donde se pone en riesgo la vida de personas? ¿Qué bien se busca cuando se engaña a los consumidores, cuando no se hace el trabajo con responsabilidad, cuando nos tratamos mal en la convivencia familiar, ciudadana, cotidiana? ¿Es egoísmo puro el que nos anima? ¿Es tedio, desencanto, es que de verdad el bien de los otros no nos importa?

El Papa nos recuerda: «Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común (…) No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social (…) Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad» (9).

Libertad, ¿para qué?

El cambio de época al que asistimos, con las maravillosas y desafiante posibilidades que nos ofrece el conocimiento humano y la comunicación global, constituyen un escenario en el que el amor en la verdad -caritas in veritate- se convierte en un gran desafío, y no sólo para la Iglesia. Las consecuencias éticas de los procesos de globalización nos interpelan en la necesidad de promover un desarrollo realmente humano. El progreso técnico puede convertirse en una vergüenza social si los bienes y recursos no se comparten, en relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad. El dilema es, entonces, si estamos o no trabajando por «una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación» (10).

Para renovar humanizadamente las estructuras necesitamos una conversión del corazón. En el humilde gesto de aceptar nuestra posibilidad de ser mejores descansa nuestra verdadera libertad. Somos libres para el amor. «Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano» (11), nos recuerda el Papa.

En distintos planos de la vida personal y familiar, muchos discursos «libertarios» de este tiempo parecen reducirse a publicidad engañosa que nos encamina a esclavitudes. Ocurre a veces en la vida política y también en la actividad económica y en las comunicaciones sociales. El mundo ha contemplado la fragilidad de los mercados y las expectativas de millones de familias del mundo se han visto afectadas por la avaricia incontenible de algunos, por su inagotable sed de dinero o de poder, que corrompen hasta la iniciativa más noble. «La ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido» (12), sostiene el Papa. Porque el beneficio, «cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza» (13).

Uno se alegra cuando las autoridades y los actores privados del mundo económico hacen bien su trabajo y una crisis tan grande como la que hemos vivido a nivel internacional, afortunadamente encuentra a nuestro país unido con una cierta solidez y madurez cívica para enfrentarlo. Nos corresponde, como cristianos, reconocer esos éxitos. Pero ante todo nos toca acompañar a cada familia donde esta crisis ha llegado con la peor de sus consecuencias: la pérdida del empleo o el cierre de actividades económicas. Detrás de cada trabajador despedido y de cada ejecutivo que decide ya sea un despido o un término de actividades productivas, hay personas y familias, hay rostros, historias de vida, humanidad sufriente.

El Santo Padre, luego de poner en relevancia los efectos que supone para la persona estar sin trabajo durante mucho tiempo, señala: «Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad» (14).

Por eso, no dejan de sorprender e incluso conmover algunas contradicciones que asoman desde la realidad de la crisis (o con el pretexto de ella). No es justo que la estrechez de cinturones valga sólo para algunos. El consumismo excesivo, las filas interminables para adquirir productos, las fiestas familiares y religiosas reducidas a regalos y bienes materiales, son un síntoma peligroso de una sociedad centrada más en el tener que en el compartir, más en el disfrute que en el crecimiento. Cuando en pocas horas se agotan las entradas para un espectáculo cuyo precio es superior a un sueldo mínimo, es tiempo de pensar dónde está nuestro centro.

Mirada humanizadora al «dilema global»

Entre otras realidades que Benedicto XVI pone de relieve y que cobran gran importancia en nuestra realidad chilena, quiero mencionar la situación de los migrantes, que plantea «dramáticos desafíos» (15) por los graves problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscitan los flujos migratorios, «frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente» (16). Las numerosas colectividades de países vecinos y hermanos que han llegado a nuestro país pueden dar testimonio de cómo queremos «en Chile al amigo cuando es forastero». Urge educar insistentemente para favorecer la acogida, la integración y, ante todo, el respeto a estos hermanos y hermanas.

Otra realidad que nos preocupa es «la explotación sin reglas de los recursos de la tierra» (17). En Chile, los obispos hemos dedicado gran parte de nuestra última Asamblea Plenaria del Episcopado a abordar pastoralmente la preocupación por el cuidado del medio ambiente, la casa común de todos. En algunas diócesis la situación de los recursos naturales se está viendo muy amenazada. El Papa profundiza sobre esta problemática, nos alerta sobre el grave deber de «dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola» (18) y nos recuerda que la forma en que el ser humano trata a la naturaleza se relaciona directamente con el modo en que trata a los demás.

Las amenazas al planeta son responsabilidad de todos y la educación comienza en el hogar, el jardín infantil y el colegio. Pero el buen trato a nuestra tierra se funda en la fraternidad humana y social. ¿Qué planeta amable podrían promover personas que resuelven sus conflictos por medios violentos, en el hogar, sobre todo la agresión contra mujeres, en el trabajo y la convivencia cotidiana? La ciencia podrá generar sofisticada tecnología no contaminante, pero si sus usuarios conviven en una lógica de competencia destructora del otro y a la defensiva frente al otro, difícilmente se logrará una ciudad más amable.

La persona humana en el centro

Caritas in veritate nos invita a poner en el desarrollo integral de la persona humana el centro de la vida social. Y desde el origen de la vida misma, porque «si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social» (19). Los hombres y mujeres de nuestro tiempo tenemos que ser los protagonistas de la globalización. Una globalización no puede ser puro intercambio económico, pura tecnología, pura información: la aldea global puede ser instrumento de encuentro y cercanía, de conocimiento, de solidaridad (20). En esa medida tendrá sentido para las personas.

Con una claridad magistral, nuestro Pastor universal va repasando en esta Encíclica, a la luz de los acontecimientos actuales y el devenir de la humanidad, la enseñanza Social de la Iglesia en todas sus dimensiones. Éste es un documento que toda persona dedicada al servicio público, a la política y a la economía, a la vida cívica y a la acción social, debería conocer y reflexionar en profundidad. Invito de un modo especial a los centros de pensamiento, en especial a las universidades, a analizar este texto en sus facultades, y profundizarlo a partir de la realidad propia de Chile y de cada uno de los ámbitos que aborda. También, por supuesto, a las más diversas organizaciones de la sociedad civil.

A mis hermanos obispos y sacerdotes, a las congregaciones religiosas, institutos seculares y movimientos, a las comunidade
s y colegios de Iglesia, les pido encarecidamente que este texto se conozca y se divulgue, se reflexione en la catequesis y en la vida comunitaria, se comente y dialogue con la sociedad civil. Necesitamos tener cada día una mejor formación en cuanto a la enseñanza social de la Iglesia, y esta Encíclica, junto al Compendio de la Doctrina Social, son instrumentos de gran valor para profundizar en ello.

Queridas hermanas y queridos hermanos:

La próxima semana iniciamos un mes muy importante para la Iglesia y para Chile. El mes de agosto, un mes para nosotros tradicionalmente frío y gris, lo llenamos de calor y de color en torno a la figura de san Alberto Hurtado, un sacerdote que entregó lo mejor de sí por Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

San Alberto nos recordaba que «el prójimo, el pobre en especial, es Cristo en persona» (21) y que «sin justicia social no puede existir democracia integral» (22). Un 18 de agosto Alberto Hurtado fue recibido en la casa del Padre. Por eso el mes de Agosto es el Mes de la Solidaridad. Porque el «ser solidario» está en el ADN del ser chileno. En estos tiempos de dificultad es necesario valorar con esperanza estas maravillas con que el Señor nos bendice. Por eso decimos, AL MAL TIEMPO… BUEN COMPROMISO, porque COMPROMETERSE HACE BIEN a la dignidad de las personas y HACE BIEN en la perspectiva de un país que necesita dar un nuevo paso significativo, en la celebración del Bicentenario, para que Chile sea, de verdad, UNA MESA PARA TODOS.

Concluye el Santo Padre: «El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don» (23).

Esta noche, en esta aula académica que nos congrega, damos gracias al Señor por este don. Y al Santo Padre por este texto iluminador que nos regala para hacer de nuestra vida personal y social, y de esta patria que tanto amamos, lugares más llenos de amor y de verdad, más llenos de Dios.

Muchas gracias, y que el Señor les bendiga.

NOTAS A PIE

(1) S.S, Benedicto XVI, CARITAS IN VERITATE (en adelante CiV) n.º 1
(2) Íbid.
(3) CiV n.º 2
(4) CiV nº. 22
(5) CiV n.º 2
(6) Cfr. CiV n.º 4
(7) CiV n.º 6.
(8) CiV n.º 7.
(9) Íbid.
(10) CiV nº. 9.
(11) CiV n.º 17.
(12) CiV n.º 21.
(13) Íbid.
(14) CiV n.º 25.
(15) CiV n.º 62.
(16) CiV n.º 21.
(17) Íbid.
(18) CiV n.º 50.
(19) CiV n.º 28.
(20) Cfr. Benedicto XVI, MENSAJE PARA LA 43ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES, 2009.
(21) San Alberto Hurtado, ¿CÓMO LLENAR MI VIDA?, CONFERENCIA PARA SEÑORAS EN VIÑA DEL MAR, 1946.
(22) San Alberto Hurtado, MORAL SOCIAL ACCIÓN SOCIAL, Manuscrito de 1952.
(23) CiV n.º 79

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ZENIT Staff

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