TÁNGER, viernes 4 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo, vigésimotercero del Tiempo Ordinario (Marcos 7, 31-37), que ha escrito monseñor Santiago Agrelo OFM, arzobispo de Tánger, en Marruecos.
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Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.
Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.
Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete».
Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
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«Effetah» es el nombre que lleva en Tánger una escuela de educación especial para niños sordomudos. «Effetah» fue la palabra que Jesús pronunció antes de que al sordo «se le abriesen los oídos y se le soltase la traba de la lengua». Y ése es el nombre que lleva en la celebración del bautismo cristiano un rito que recuerda y actualiza lo que Jesús hizo cuando curó a aquel sordo tartamudo. Aquel día, el celebrante, tocando con el dedo pulgar tus oídos y tu boca, dijo: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre».
«Effetah» es palabra clave en la liturgia de este domingo; palabra que el Señor pronuncia hoy para todos, y que tiene para cada uno de nosotros una resonancia personal.
Intuyes que ésa, ¡»Effetah»!, fue la palabra que dijo el Señor cuando el mar se abrió para el paso de los esclavos hacia la libertad. Tu voz, o Dios, resonó en el desierto: ¡»Effetah»!, para que el cielo diese su pan y la roca diese su agua. ¡»Effetah»!, dijiste, y abriste como un cuchillo las aguas del Jordán, que se hicieron puerta por la que entraron tus hijos a la tierra de tus promesas.
¡»Effetah»!, dijo Dios, y se abrieron los cielos sobre el bautismo de Jesús y sobre la humildad de tu bautismo; y se abrió el paraíso sobre la cruz de Jesús, y el paraíso quedó a merced de los ladrones; y se abrieron los sepulcros, y a la muerte se le huyeron los vencidos.
No digas ya: «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán», porque la palabra se ha cumplido, la profecía ya es evangelio, la promesa se ha hecho realidad, y ahora, con Cristo el Señor, en comunión con Cristo resucitado, tú que estabas muerto, ves y oyes y entras con él por las puertas abiertas de Dios.
«Alaba, alma mía, al Señor».