CRACOVIA, martes 8 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto de la Declaración Final del Congreso «Hombres y Religiones», que concluyó este martes en Cracovia (Polonia), convocado por el cardenal Stanislaw Dziwisz y la Comunidad de San Egidio.
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Llamamiento por la paz
Nosotros, hombres y mujeres de religiones diferentes, nos hemos citado en la antigua ciudad de Cracovia, en Polonia, setenta años después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial: para rezar, para dialogar, para hacer crecer un humanismo de paz. Rendimos homenaje a la memoria de Juan Pablo II, hijo de esta tierra. Ha sido maestro de diálogo y testigo tenaz de la santidad de la paz, capaz de dar una visión en tiempos difíciles: el espíritu de Asís.
Este espíritu ha soplado en muchos cambios pacíficos del mundo. Así, en 1989, hace veinte años, Polonia y el Este europeo volvieron a encontrar su libertad. Precisamente en septiembre de 1989, en Varsovia, hombres y mujeres de religión distinta, reunidos por la Comunidad de San Egidio, dijeron fuertemente su amor por la paz: «¡Nunca más la guerra!». A ese espíritu nos hemos mantenido fieles, a pesar de que, en los años transcurridos, demasiados han creído que la violencia y la guerra pudiesen resolver los problemas y los conflictos de este mundo.
A menudo se olvida la amarga lección de la Segunda Guerra Mundial. Y sin embargo ha sido una enorme tragedia en la historia humana. Nos hemos dirigido peregrinos a Auschwitz, conscientes del abismo al que la humanidad descendió. ¡Era necesario volver a este abismo del mal para entender mejor el corazón de la historia! ¡No se puede olvidar tanto dolor!
Es necesario mirar a los dolores de nuestro mundo: los pueblos en guerra, los pobres, el horror del terrorismo, las víctimas del odio. Hemos escuchado el grito de tantos que sufren. Pueblos enteros son rehenes de la guerra y de la pobreza, muchos dejan sus casas, muchos han desaparecido y han sido secuestrados, o viven en la inseguridad.
Nuestro mundo está desorientado por la crisis de un mercado que se creía omnipotente, y por una globalización a menudo sin alma y sin rostro. La globalización es una ocasión histórica, aunque a menudo se haya preferido vivirla en una lógica de enfrentamiento de civilizaciones y religiones. No hay paz para el mundo cuando muere el diálogo entre los pueblos. ¡Ningún hombre, ningún pueblo es una isla!
Nuestras tradiciones religiosas, en sus diferencias, dicen juntas con fuerza que un mundo sin espíritu nunca será humano. Éstas incidan el camino de vuelta a Dios, que es el origen de la paz.
¡El espíritu y el diálogo darán alma a este mundo globalizado! Un mundo sin diálogo será esclavo del odio y del miedo al otro. Las religiones no quieren la guerra y no quieren ser usadas para la guerra. Hablar de guerra en nombre de Dios es una blasfemia. Ninguna guerra será nunca santa. La humanidad siempre es derrotada por la violencia y por el terror.
El espíritu y el diálogo indican el camino para vivir juntos en paz. Hemos descubierto con más claridad que el diálogo libera del miedo y de la desconfianza hacia el otro. Es la gran alternativa a la guerra. No debilita la identidad de nadie y hace descubrir lo mejor de sí y del otro. Nada se pierde nunca con el diálogo. El diálogo escribe mejor la historia, mientras el enfrentamiento abre abismos. El diálogo es el arte de vivir juntos. El diálogo es el don que queremos hacer al siglo XXI.
Partimos por tanto de la memoria de la Segunda Guerra Mundial, de la profecía de Juan Pablo II, como peregrinos de paz, construyendo con paciencia y audacia una nueva etapa de diálogo, que una en la paz a quienes se odian y quienes se ignoran, a todos los pueblos y a todos los hombres. ¡Que Dios conceda al mundo entero, a cada hombre y a cada mujer, el maravilloso don de la paz!
Cracovia, 8 de septiembre de 2009
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]