PRAGA, domingo, 27 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI advirtió en la tarde de este domingo en Praga que marginar la religión significa impedir el diálogo entre las culturas que tanto necesita el mundo contemporáneo.
El discurso que el pontífice dirigió al mundo académico de la República Checa se convirtió en un análisis de los efectos de ese rechazo de Dios que acaba convirtiéndose en una forma de fundamentalismo.
«Quienes se proponen esta exclusión positivista de lo divino y de la universalidad de la razón no sólo niegan una de las convicciones más profundas de los creyentes, sino que además acaban oponiéndose al diálogo de las culturas que ellos mismos proponen», alertó.
«Una comprensión de la razón cerrada a lo divino –insistió–, que relega las religiones en el ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en ese diálogo de las culturas del que tiene una necesidad urgente nuestro mundo».
El Papa se presentó a la nutrida platea de profesores, docentes y estudiantes de las universidades congregada en el Salón de Vladislav del Castillo de Praga como «un profesor, atento al derecho de la libertad académica y a la responsabilidad ante el uso auténtico de la razón», quien «ahora es el Papa que, en su papel de pastor, es reconocido como voz competente para la reflexión ética de la humanidad».
El Santo Padre aclaró que si bien hay quienes consideran «que las preguntas elevadas por la religión, la fe y la ética no tiene lugar en el ámbito de la razón pública, esta visión no es para nada evidente», en cuanto la libertad es el fundamento del ejercicio de la razón y tiene el objetivo preciso de buscar la verdad, y como tal, expresa una dimensión propia del cristianismo.
El pontífice explicó que precisamente la sed de conocimiento del hombre que empuja a cada generación a ampliar el concepto de razón y a alimentarse de la fuente de la fe, llevaron al cristianismo a crear las universidades.
Esta convicción llevó a Clemente VI a instituir, en 1347, la Universidad Carolina de Praga, la primera y más famosa de la Europa central y del este.
«La gran tradición formativa, abierta a lo trascendente, que constituye el origen de las universidades en toda Europa, ha sido sistemáticamente subvertida, en esta tierra y en otras, por la reductiva ideología del materialismo, por la represión de la religión y la opresión del espíritu humano. Y sin embargo, en 1989, el mundo fue testigo del derrumbe dramático de una ideología totalitaria fracasada y del triunfo del espíritu humano».
En este contexto, Benedicto XVI subrayó que el anhelo por la libertad y por la verdad, forma parte inalienable de nuestra humanidad, y eso no podrá nunca ser eliminado –como lo demuestra la historia.
Hablando a los rectores y profesores, el Papa recordó que un aspecto esencial de la misión de la universidad es la responsabilidad de iluminar las mentes y los corazones de los jóvenes, con una educación que no consiste en la mera acumulación de conocimientos y habilidades, sino en una formación humana en las riquezas de una tradición intelectual orientada una vida virtuosa.
«Debe ser reconquistada la idea de una formación integral, basada en la unidad del conocimiento radicado en la verdad. Esto puede contrastar la tendencia, tan evidente en la sociedad contemporánea, hacia la fragmentación del saber. Con el masivo crecimiento de la información y de la tecnología nace la tentación de separar la razón de la búsqueda de la verdad».
El Papa advirtió que la razón, una vez separada de la fundamental orientación humana hacia la verdad puede perder su dirección, puede conformarse con lo parcial y lo provisional, o bajo la apariencia de certezas, dar un valor igual a todo.
«El relativismo que de ello se deriva genera un camuflaje detrás del cual pueden esconderse nuevas amenazas a la autonomía de las instituciones académicas», advirtió.
Por eso se preguntó: «¿si por un lado ha pasado el período de la injerencia derivada del totalitarismo, no es quizás también verdad que, por otro lado, frecuentemente hoy en el mundo el ejercicio de la razón y la investigación académica están obligados –de manera sutil y a veces no tan sutil– a plegarse a las presiones de grupos de intereses ideológicos y las exigencias de objetivos utilitaristas a corto plazo o simplemente pragmáticos?».
El Papa también se preguntó qué pasaría «si nuestra cultura se basara sólo en argumentos de moda, con pocas referencias a una tradición intelectual histórica genuina o en convicciones promovidas con mucho ruido o con fuerte financiación?».
«¿Qué pasaría si, a causa del ansia de mantener una secularización radical, acabara por separarse de las raíces que le dan vida?», se interrogó.
En ese caso, constató, «nuestras sociedades dejarán de ser razonables o tolerantes o dúctiles para convertirse en más frágiles y menos inclusivas, y tendrán que esforzarse cada vez más para reconocer lo que es verdadero, noble y bueno».
Al final del encuentro, el Santo Padre firmó en el libro de oro y a continuación regresó a la nunciatura apostólica de Praga donde se aloja durante la visita a la República Checa.