ROMA, viernes, 13 noviembre 2009 (ZENIT.org).- La Conferencia Episcopal de Hungría ha hecho pública una carta circular sobre la Defensa del Mundo Creado, en cuya redacción han colaborado durante varios años diversos miembros de la Academia de las Ciencias de Hungría, profesores universitarios, teólogos y los mismos obispos.
En la carta, los obispos húngaros aseguran que, ante la creación, la actitud de los cristianos debe estar basada en un “antropocentrismo relativo”, que se aleje tanto de considerar sólo al ser humano, sin importar lo que lo rodea, como del pensamiento que niega las diferencias ontológicas entre hombre y medio ambiente.
Los prelados subrayan que “la degradación en rápida aceleración del medio ambiente natural y los cambios climáticos a nivel global se han convertido hoy en una realidad”.
Para reducir “y, si es posible, evitar un comportamiento que daña el medio ambiente y empobrece el clima” hacen falta “esfuerzos significativos” y “estrategias eficientes para adaptarse a las circunstancias del cambio climático”.
“Para que la humanidad pueda superar esta prueba, debemos participar todos –recuerdan–. El desafío que afrontamos es sustancial, pero nuestra acción guiada por los valores y la autolimitación pueden influir positivamente en la situación”.
Defender el medio ambiente, recuerdan los obispos húngaros, “significa más que asegurar simplemente condiciones de vida dignas a las generaciones presentes y futuras”, porque es fundamental para “la protección y la promoción del bien común y de la dignidad humana”.
Los prelados recuerdan la “ecoteología” y la “ecoética” cristianas, subrayando que estas toman distancia del “antropocentrismo radical” que considera el medio ambiente natural sólo en función de los “beneficios directos para la generación actual”.
Este comportamiento de hecho “contradice la responsabilidad confiada a los hombres por el Creador”.
El mismo modo, la postura cristiana se diferencia netamente del “pensamiento ecocéntrico”, que no considera las “fundamentales diferencias ontológicas entre los hombres y la parte del medio ambiente natural que es exterior al hombre”.
El comportamiento de los cristianos respecto a la naturaleza debe por tanto basarse en un “antropocentrismo relativo”, en términos de modelo filosófico de pensamiento y de teocentrismo si se mira desde el punto de vista de la fe, que reconoce también el valor intrínseco de la naturaleza”.
Explicando la definición de “antropocentrismo relativo”, los prelados subrayan que se habla de antropocentrismo porque el hombre “es la única criatura en la Tierra que Dios ha deseado para sí”, mientras que el adjetivo “relativo” se refiere a que, aunque el hombre se diferencia de la parte no humana del medio ambiente desde el punto de vista “ontológico, ético y biológico”, al mismo tiempo “forma una unidad con él, teniendo en cuenta la naturaleza de cada ser y su relación recíproca en un sistema ordenado, que es el cosmos”.
En este sentido, el concepto de teocentrismo se refiere al sentido del valor intrínseco de la naturaleza, según el cual esta no es a semejanza de Dios, “sino una realidad dependiente de Dios, y no del hombre”.
Preservar la creación, reconocen los obispos húngaros, tiene un significado de reconocimiento y de alabanza, porque “podemos preservar de modo creíble sólo lo que reconocemos como bueno y que vale la pena alabar”.
La ética cristiana relativa al medio ambiente, añaden, se basa en tres valores conectados entre sí: el “valor instrumental de la naturaleza”, en cuanto “parte del bien público, que sirve la protección y la evolución de la dignidad humana”; el “valor simbólico de la creación”, porque se refiere directamente a Dios y permite por tanto profundizar la relación con Él; la noción teológica de “nueva creación”, que indica el “futuro escatológico” del medio ambiente, “que nos proporciona una comprensión más profunda, religiosa, del futuro del mundo que nos circunda”.
Para los obispos húngaros, “defender el medio ambiente y el clima es también parte de la promoción del bien común, que se puede realizar sólo a través de un orden económico que sirva al interés creíble del hombre”.
Los prelados citan los elementos fundamentales de este orden, subrayando la “limitación del objetivo de la economía de mercado a lo útil” y el cambio de papel del beneficio. Si la economía utilitarista contemporánea ha fijado el objetivo de su maximización, sostienen, en la economía de servicio el beneficio es “un instrumento que ayuda a hacer realidad valores y el bien común”.
En este contexto, los prelados concluyen exhortando a “adoptar una actitud universal, global, en la que Dios es el orden moral y natural creado por El alcancen la preeminencia”.
Por Roberta Sciamplicotti, traducido del italiano por Nieves San Martín