NUEVA YORK, sábado, 5 diciembre 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció el arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, en la asamblea general de esa institución dedicada a analizar "La cultura de la paz".
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La cuestión de la religión y la contribución de las religiones a la paz y al desarrollo se ha planteado de nuevo en las Naciones Unidas durante los últimos años porque resultan urgentes e ineludibles según la opinión del mundo. Hace un siglo y medio, al inicio de la revolución industrial, se presentaba a la religión como "el opio de los pueblos". Hoy, en el contexto de la globalización, se la considera cada vez más la "vitamina de los pobres".
La contribución única de las religiones y el diálogo y la cooperación entre ellas forman parte de su razón de ser, que consiste en servir a la dimensión espiritual y trascendente de la naturaleza humana. De igual modo, tienden a elevar el espíritu, tutelar la vida, dar fuerza a los débiles, traducir ideales en acción, purificar las instituciones, contribuir a solucionar las desigualdades económicas y no económicas, inspirar a sus responsables e ir más allá del sentido normal del deber, permitir a las personas lograr una realización mayor de su potencial natural y contrastar situaciones de conflicto a través de la reconciliación, los procesos de reconstrucción después de los conflictos y la purificación de memorias marcadas por la injusticia.
Es sabido que a lo largo de la historia algunas personas y líderes han manipulado las religiones. Del mismo modo, los movimientos ideológicos y nacionalistas han visto las diferencias religiosas como una oportunidad de obtener apoyo para sus causas. Recientemente, la manipulación y el mal uso de la religión con fines políticos han suscitado debates y estimulado deliberaciones en las Naciones Unidas sobre este tema, insertándolo en el contexto de los derechos humanos.
De hecho, ya desde hace tiempo se viene debatiendo en las Naciones Unidas sobre el papel de las religiones y se siente profundamente la necesidad de una visión coherente de este fenómeno y de su enfoque adecuado. Mi delegación quiere presentar algunas consideraciones sobre esta cuestión, para contribuir a una interacción apropiada y eficaz de la religión y de las religiones con los objetivos y las actividades de las Naciones Unidas.
El diálogo interreligioso, o entre confesiones diversas, orientado a estudiar los fundamentos teológicos y espirituales de las diferentes religiones con vistas a una comprensión y una cooperación recíprocas, está resultando cada vez más urgente, una convicción y un esfuerzo concreto entre muchas religiones.
Me alegra recordar aquí el papel guía asumido por la Iglesia católica hace aproximadamente cuarenta años al dirigirse a las demás tradiciones religiosas con la promulgación del documento conciliar Nostra aetate. Hoy, muchas confesiones cristianas y otras religiones están comprometidas en el diálogo con programas propios, y de este modo han seguido progresando hacia una mayor comprensión recíproca. A este propósito, la Santa Sede ha puesto en marcha una serie de iniciativas para promover el diálogo entre las confesiones cristianas, con creyentes judíos, budistas e hindúes. Hace más de cuarenta años se creó un Consejo para el diálogo interreligioso y, más recientemente, se ha puesto en marcha una iniciativa, la primera de su género, con los representantes de los 138 firmantes musulmanes del documento Una palabra común entre nosotros y vosotros. Este compromiso mira a promover un respeto, una comprensión y una cooperación mayores entre creyentes de diversas confesiones, a estimular el estudio de las religiones y a promover la formación de personas que se dediquen al diálogo.
Este tipo de diálogo teológico y espiritual requiere que se realice entre creyentes y adopte una metodología apropiada. Al mismo tiempo, pone una premisa y una base indispensables para esa cultura del diálogo y la cooperación mucho más amplia que la que varias instituciones académicas, políticas, económicas e internacionales han emprendido durante los últimos decenios.
Recientes acontecimientos sociales y políticos han renovado el compromiso de las Naciones Unidas por integrar sus reflexiones y su acción orientadas a la consolidación de una cultura del respeto con una solicitud específica por la comprensión interreligiosa. Los protagonistas de este diálogo son los Estados miembros en su interacción con la sociedad civil. Su enfoque y su metodología brota de la misión y del objetivo mismos de las Naciones Unidas.
Sin embargo, considerando el espíritu y la letra de la Carta de las Naciones Unidas, así como de los instrumentos jurídicos más importantes, es justo afirmar que la responsabilidad específica y primaria de las Naciones Unidas ante la religión consiste en discutir, explicar y ayudar a los Estados a garantizar plenamente, en todos los niveles, la realización del derecho a la libertad religiosa, tal como se afirma en los documentos pertinentes de las Naciones Unidas, que incluyen el pleno respeto y la promoción no sólo de la libertad fundamental de conciencia sino también de la libertad de expresión y de práctica de la religión de cada uno, sin restricciones.
De hecho, el objetivo y el fin definitivos de las Naciones Unidas en la búsqueda de la comprensión y la cooperación interreligiosa son lograr comprometer a los Estados, así como a todos los sectores de la sociedad humana, a que reconozcan, respeten y promuevan la dignidad y los derechos de toda persona y de toda comunidad en el mundo.