CIUDAD DEL VATICANO, jueves 10 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el mensaje que Benedicto XVI ha enviado al cardenal Angelo Bagnasco, arzobispo de Génova y Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), con ocasión del acontecimiento internacional que tiene lugar en Roma entre el 10 y el 12 de diciembre próximo con el título “Dios hoy. Con Él o sin Él todo cambia”.
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Al Venerado Hermano
señor cardenal Angelo Bagnasco
Arzobispo Metropolitano de Génova
Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana
Con ocasión del Congreso “Dios hoy. Con Él o sin Él todo cambia”, que tiene lugar en Roma del 10 al 12 de diciembre, deseo manifestarle a Usted, venerado Hermano, a la Conferencia Episcopal Italiana y, en particular, al Comité para el Proyecto Cultural, vivo aprecio por esta importante iniciativa, que aborda uno de los grandes temas que siempre ha fascinado e interrogado al espíritu humano. La cuestión de Dios es central también para nuestra época, en la que a menudo se tiende a reducir al hombre a una sola dimensión, la “horizontal”, considerando irrelevante para su vida la apertura a lo Trascendente. La relación con Dios, en cambio, es esencial para el camino de la humanidad y, como he tenido ocasión de afirmar muchas veces, la Iglesia y todo cristiano tienen precisamente la tarea de hacer a Dios presente en este mundo, de intentar abrir a los hombres el acceso a Dios.
En esta perspectiva se plantea el acontecimiento internacional de estos días. La amplitud del acercamiento a la importante temática que caracteriza el encuentro, permitirá trazar un cuadro rico y articulado de la cuestión de Dios, pero sobre todo será un estímulo para una profunda reflexión sobre el lugar que ocupa Dios en la cultura y en la vida de nuestro tiempo. Por una parte, de hecho, se pretende mostrar los diversos caminos que conducen a afirmar la verdad sobre la existencia de Dios, ese Dios que la humanidad siempre ha conocido de algún modo, aún en los claroscuros de su historia, y que se reveló con el esplendor de su rostro en la alianza con el pueblo de Israel y, más allá de toda medida y esperanza, de modo pleno y definitivo, en Jesucristo. Éste es el Hijo de Dios, el Viviente que entra en la vida y en la historia del hombre para iluminarle con su gracia, con su presencia. Por otra parte, se quiere poner precisamente a la luz la importancia esencial que Dios tiene para nosotros, para nuestra vida personal y social, para la comprensión de nosotros mismos y del mundo, para la esperanza que ilumina nuestro camino, para la salvación que nos espera más allá de la muerte.
Hacia estos objetivos están dirigidas las numerosas intervenciones, según las múltiples perspectivas que serán objeto de estudio y de intercambio: de la reflexión filosófica y teológica al testimonio de las grandes religiones; del impulso hacia Dios, que encuentra expresión en la música, en las letras, en las artes figurativas, en el cine y en la televisión al desarrollo de las ciencias, que intentan leer en profundidad los mecanismos de la naturaleza, fruto de la obra inteligente de Dios Creador; del análisis de la experiencia personal de Dios a la consideración de las dinámicas sociales y políticas de un mundo ya globalizado.
En una situación cultural y espiritual como la que estamos viviendo, donde crece la tendencia a relegar a Dios en la esfera privada, a considerarlo como irrelevante o superfluo, o a rechazarlo explícitamente, auguro de corazón que este acontecimiento pueda contribuir al menos a dispersar esa penumbra que hace precaria y temerosa para el hombre de nuestro tiempo la apertura hacia Dios, aunque Él no cesa nunca de llamar a nuestra puerta. Las experiencias del pasado, aunque no lejano a nosotros, enseñan que cuando Dios desaparece del horizonte del hombre, la humanidad pierde la orientación y corre el riesgo de dar pasos hacia su propia destrucción. La fe en Dios abre al hombre el horizonte de una esperanza cierta, que no defrauda; indica un fundamento sólido sobre el que poder apoyar sin temor la vida; pide abandonarse con confianza en las manos del Amor que sostiene el mundo.
A Usted, señor cardenal, a cuantos han contribuido a preparar el Congreso, a los ponentes y a todos los participantes va mi cordial saludo con el deseo del pleno éxito de la iniciativa. Acompaño los trabajos con la oración y con mi Bendición Apostólica, propiciadora de esa luz de lo alto, que nos hace capaces de encontrar en Dios nuestro tesoro y nuestra esperanza.
En el Vaticano, 7 Diciembre 2009
[Traducción por Inma Álvarez
© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]