ROMA, miércoles 16 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que Benedicto XVI pronunció este miércoles al final de la Audiencia General, en el Aulita del Aula Pablo VI, al serle conferida la Ciudadanía honoraria de Introd (Aosta).
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¡Señor Presidente de la Región,
Señores Alcaldes,
Reverendo Párroco,
Señores Consejeros comunales,
Señores y Señoras!
Es para mí motivo de gran alegría recibir la ciudadanía honoraria del Común de Introd, donde he podido transcurir inolvidables periodos de descanso, rodeado del espléndido panorama alpino, que favorece el encuentro con el Creador y restaura el espíritu. Al dirigir a cada uno de vosotros mi cordial saludo, deseo agradecer en particular al Presidente de la Región Autónoma Valle de Aosta, el Sr. Augusto Rollandin, y al Alcalde de Introd, el Sr. Osvaldo Naudin, por las amables palabras que han querido dirigirme, en nombre de los presentes y de cuantos representan.
Considero la decisión del Consejo Comunal de Introd, que ha querido contarme entre los ciudadanos honorarios de la propia Comunidad, como un signo de afecto, de todos los Introleins y de los habitantes de todo el Valle de Aosta, que siempre me han reservado una acogida cálida y cordial y, al mismo tiempo, discreta y respetuosa con mi reposo. Ahora puedo decir, con mayor derecho que “soy de casa” en Introd, esa deliciosa localidad alpina, a la que me unen alegres y agradecidos recuerdos y un sentimiento de particular cercanía espiritual. En este momento, me vienen a la mente tantos recuerdos, sobre todo el chalet, que estaba en medio de los bosques: un lugar de reposo espiritual, con un espléndido panorama, y un signo de afecto de la población, del Alcalde, de todos vosotros. Podría explicar muchas cosas. En estos días hemos hablado de lo que se hace en invierno con el chalet: estoy contento de saber que está bien custodiado y protegido.
Estoy contento de conocer, por las palabras del Señor Alcalde, que mi presencia en el Valle de Aosta, y todavía antes la del mi amado predecesor Juan Pablo II, ha favorecido el crecimiento en la fe de esas poblaciones tan queridas por mí y ricas en tradiciones cristianas y en tantos signos de vitalidad religiosa. También he sabido que en el tronco antiguo de ese patrimonio espiritual, la Iglesia que está en el Valle de Aosta, bajo la diligente guía de su Pastor, el querido monseñor Giuseppe Anfossi, no se cansa de insertar la “noticia” siempre nueva de Jesús, Verbo de Dios, que se ha hecho hombre para ofrecer a las personas la alegría de vivir, ya en esta tierra, la emocionante experiencia de ser hijos amados de Dios. Esa tarea aparece especialmente urgente en una sociedad que alimenta, sobre todo en las nuevas generaciones, ilusiones y falsas esperanzas, pero el Señor también llama hoy a transformarse en “familia” de los hijos de Dios, que viven con “un solo corazón y una sola alma” (Hch. 4,32) para testimoniar el amor a la vida y a los pobres.
Queridos amigos, al renovar sentimientos de afecto y de gratitud hacia vosotros, invoco sobre vosotros, vuestras familias y sobre todo el Valle de Aosta la bendición de Dios. ¡El Señor continúe protegiendo a vuestra Comunidad y vuestra Región y la ayude a construir un futuro que, poniendo a Dios en primer lugar, será siempre más justo, solidario y lleno de esperanza!
[Traducción del original italiano por Patricia Navas
© Libreria Editrice Vaticana]