El engaño de Pinochet a Juan Pablo II y el saludo desde el balcón

El recuerdo del cardenal Tucci: “Nos burló a todos”

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 24 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Juan Pablo II nunca hubiese querido asomarse junto a Augusto Pinochet desde el balcón del Palacio de la Moneda, en 1987, pero fue engañado por el dictador chileno.

Es cuanto ha relatado el cardenal Roberto Tucci, de 88 años, que entonces era el organizador de los viajes papales en el extranjero, en una entrevista en L’Osservatore Romano en la que revela las bambalinas de ese episodio que entonces conmocionó a la opinión pública en un momento en el que en Chile los opositores eran torturados y asesinados.

El purpurado jesuita ha confesado no poder olvidar “el rostro de Wojtyla cuando se dio cuenta del golpe que le jugó Pinochet”.

“Le hizo asomarse con él al balcón del palacio presidencial, contra su voluntad. Nos burló a todos”, exclamó.

“A los del séquito se nos acomodó en un saloncito en espera del coloquio privado. Según los pactos – que yo había concordado por disposición precisa el Papa – Juan Pablo II y el presidente no se habrían asomado para saludar a la multitud”.

“Wojtyla era muy crítico hacia el dictador chileno – revela el cardenal Tucci – y no quería aparecer junto a él. Yo tenía a la vista la única puerta que unía el saloncito, donde estábamos los del séquito, con la estancia en la que estaban el Papa y Pinochet. Pero, con un movimiento estudiado, le hicieron salir por otra puerta”.

“Pasaron ante una gran cortina negra cerrada – nos explicó después el Papa furioso – y Pinochet hizo detener allí a Juan Pablo II como si tuviera que enseñarle algo”.

A continuación, “la cortina se abrió de golpe y el Pontífice se encontró ante el balcón abierto sobre la plaza atestada de gente. No pudo retirarse, pero recuerdo que cuando se despidió de Pinochet le dirigió una mirada gélida”.

Al contrario, recordó el cardenal Tucci, el presidente argentino Raúl Alfonsín “fue más respetuoso, y no pretendió en absoluto aparecer a su lado”.

“En África en cambio reyes, dictadores y gobernantes corruptos lo llevaban por todas partes para aprovecharse de su imagen – dijo –. Él lo sabía, pero era un precio a pagar para encontrarse con la gente. Eso le dolía, pero lo soportaba. Después se desahogaba con nosotros. Y cuando hablaba no ahorraba las denuncias”.

El purpurado, que fue también director de la revista La Civiltà Cattolica y director general de Radio Vaticano, habló también de los muchos viajes programados y nunca realizados.

Como el que el Papa quería realizar a Sarajevo durante la guerra, en 1994. “Cuando fui sobre el terreno Alberto Gasbarri – actual director administrativo de Radio Vaticano y organizador de los viajes papales fuera de Italia – nos obligaron a llevar el chaleco antibalas. Era demasiado peligroso y casi imposible garantizar la seguridad absoluta”.

“Recuerdo con disgusto en cambio el fracaso de la visita a Hong Kong – continuó –. El cardenal John Baptist Wu Cheng-chung, obispo desde 1975, me manifestó su perplejidad. Hong Kong tenía aún su autonomía, pero la presencia del Papa podía ser interpretada como un acto descortés hacia Taiwan: estábamos en 1994, en la vigilia del paso de Hong Kong a China, sucedida en 1997”.

“Otra desilusión fue el fracaso del viaje que el Papa quería hacer a Iraq tras la guerra del Golfo. Recuerdo que alcanzamos una base militar en avión en plena noche. Después seis horas de coche hasta Bagdad. Estuvimos tres días discutiendo con dos vice-ministros de Exteriores, quienes afirmaban que el Papa no había entendido nada porque Abraham era musulmán”.

“Al final nos dijeron que el Papa en la tierra de Abraham, es decir en el sur de Iraq, en la frontera con Irán, habría representado un riesgo muy serio por los posibles atentados, de los que se habría echado la culpa después a los iraquíes”.

El cardenal Tucci habló también de los encuentros fallidos con el Patriarca ortodoxo de Moscú y de todas las Rusias, Alejo II.

“La primera vez fue cuando el Papa debía dirigirse a Austria. Por voluntad de la Santa Sede organicé un encuentro con el Patriarca de Moscú Alejo II, porque el padre Pierre Duprey, entonces secretario del actual Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, habñia sondeado el terreno y parecía que los tiempos estuviesen maduros”.

“Había habido negociaciones y habían decidido que habrían podido encontrarse en Viena. Yo preparé todo el los mínimos detalles – recordó –. Habíamos elegido el monasterio cisterciense de la Santa Cruz. Pero pocos días antes el Patriarcado de Moscú nos hizo saber que el encuentro no se celebrarí”.

“El motivo, nos dijeron, era el mal trato dirigido en Ucrania por los católicos a los ortodoxos para recuperar sus iglesias, un pretexto”.

“Lo mismo sucedió con ocasión de la visita a Pannonhalma, en Hungría, en 1996. También aquella vez estaba todo preparado, pero después pusieron ulteriores condiciones y saltó todo”.

El cardenal Tucci recordó también su amistad con Juan XXIII, que le eligió como perito durante el Concilio Vaticano II, recordando una anécdota: una audiencia que le concedió el Papa en la vigilia del famoso congreso de la Democracia cristiana en enero de 1962 en Nápoles, durante el cual Aldo Moro convenció a todo el grupo dirigente del partido de la necesidad de una alianza con el Partido Comunista Italiano.

“Durante el encuentro – dijo el purpurado – el Pontífice me repitió una cosa que ya me había confiado durante el primero de nuestros encuentros, es decir, que no deseaba ocuparse de las cosas de Italia y que quisiera que la Secretaría de Estado fuese muy cauta con las cuestiones italianas”.

“Me dijo que no entendía de política y que, en todo caso, pensaba que el Papa, perteneciendo a la Iglesia universal, no debía verse implicado en cuestiones particulares referidas a Italia”, añadió.

“A propósito de las divisiones internas de la Democracia cristiana, añadió – creo que refiriéndose a la izquierda – que había que respetar también a aquellos que no tenían, por así decirlo, las posiciones más aceptables, porque se trataba con todo de personas que defendían sus ideas de buena fe”.

“Yo no entiendo mucho de eso – dijo Juan XXIII – pero francamente no entiendo por qué no se puede aceptar la colaboración de otros que tienen una ideología diversa para hacer cosas en sí buenas, mientras no haya cesiones doctrinales”.

“Entendí así que Moro habría tenido vía libre – afirmó el cardenal Tucci –. Pienso incluso que al estadista le fue comunicada esta postura del Papa, porque conociendo su fe, no creo que hubiese procedido de otro modo por ese camino”.

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ZENIT Staff

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