CIUDAD DEL VATICANO, jueves 24 de diciembre de 2009 (ZENIT.org) Hace una década la misa de navidad presidida por Juan Pablo II en la basílica de San Pedro tuvo una connotación especial: el inicio del Año Jubilar.
El Papa abrió así la puerta santa del templo católico más grande del mundo que sólo se abre cada 25 años. El pontífice golpeó tres veces la puerta, cerrada con cal y canto durante los años ordinarios, mientras cantaba el versículo “A perite mihi portas justitia, «Abridme las puertas de la justicia».
Se trataba de la celebración que realizó la Iglesia Universal de los 2000 mil años del nacimiento de Jesús y que se extendió hasta el 6 de enero de 2001 con la solemnidad de la Epifanía.
El cambio de milenio tenía así para los católicos un significado especial: más allá del cambio de cifras en el calendario, “Cristo es el Señor del tiempo. Todo instante del tiempo humano está bajo el signo de la redención del Señor, que entró, una vez para siempre, «en la plenitud de los tiempos», dijo entonces Juan Pablo II en su homilía del Te deum el 31 de diciembre de 1999.
Sonaba el himno oficial del Jubileo, “Gloria te Cristo Gesù”, entonado con la voz del cantautor italiano Andrea Bocelli: “Alabado seas Cristo Señor, ofreces perdón, pides justicia: el año de gracia abre las puertas Solo en ti paz y unidad. ¡Amén aleluya!”, dice en su primer párrafo.
Años de preparación
Durante los tres años precedentes al año Jubilar las diócesis de todo el mundo planearon la preparación del Año Santo. Juan Pablo II decidió dedicar cada año a una persona de la trinidad: así 1997 estuvo centrado en la persona del hijo, 1998 al Espíritu Santo y 1999 al Padre.
Igualmente, el año de 1988 fue declarado por Juan Pablo II como “el año mariano” debido a los 2 mil años del nacimiento de María quien, según la tradición, recibió el anuncio del Ángel Gabriel cuando tenía entre 12 y 13 años.
En 1998 el hoy venerable Juan Pablo II publicó la bula Incarnationis mysterium en la que convocaba a la celebración del año jubilar
También publicó la exhortación apostólica Tertio Millenio Adveniente, en 1994 en la que el invitaba a los fieles a prepararse para este acontecimiento haciéndolos acordar que Jesús es el mismo “ayer, hoy y siempre”.
Era una ocasión para agradecer por los acontecimientos que marcaron a la Iglesia en el segundo milenio que terminaba: los santos elevados a los altares y los tantos desconocidos, las conquistas y éxitos de la humanidad en campos como el científico el artístico y el cultural.
Roma se vistió de gala para esta celebración. Durante los años anteriores se veían decenas de andamios en varias iglesias de Roma (entre ellas la misma basílica de San Pedro) para ser restauradas y estar así poder ser admiradas los cientos de miles de peregrinos que durante el año visitaron la Ciudad Eterna.
Miles de voluntarios se veían en los principales santuarios de Roma con chalecos azules que los distinguían. Guiaban así a los peregrinos que llegaban y prestaban su ayuda logística en las celebraciones más importantes.
Pero no sólo Roma se preparó para recibir a los peregrinos. También lo hicieron las iglesias particulares alrededor del mundo. Fueron muchos los templos declaradas santuarios jubilares. Durante el Año Santo, quien rezara en estos santuarios, previamente elegidos por la Penitenciaría Apostólica podía obtener la indulgencia plenaria, de acuerdo con los cánones establecidos por la Santa sede.
Principales eventos
Algunos hechos que se resaltaron durante aquel año fueron la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Tor Vergata en la que aproximadamente tres millones de jóvenes se reunieron para celebrar aquella fiesta de fe al sonar las melodías del “Enmanuel”, himno de este evento.
También hubo celebraciones dedicadas a las familias, los ancianos, los enfermos y discapacitados, los miembros del mundo de la cultura y la ciencia, los laicos, los militares, el mundo agrícola, los encarcelados (donde el Papa visitó la cárcel Regina Coeli de Roma), los abogados, deportistas (con un partido de fútbol amistoso que se jugó en el estadio Olímpico de Roma y que contó con la presencia del Santo Padre), publicistas y periodistas.
Uno de los eventos que más atrajo la atención de la prensa secular fue el histórico Mea culpa pronunciado el 12 de marzo, segundo domingo de cuaresma, en el que Juan Pablo II pidió perdón por los pecados cometidos por la Iglesia en el pasado.
“Pidamos perdón por las divisiones que han surgido entre los cristianos, por el uso de la violencia que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza y hostilidad adoptadas a veces con respecto a los seguidores de otras religiones”, dijo el Pontífice en la homilía.
En esta jornada el Pontífice exhortó también a los fieles a perdonar también por los pecados cometidos contra la Iglesia.
Al concluir el Año Santo, el Papa publicó la exhortación Nuovo Milenio Ineunte, documento que firmó delante de una multitudinaria presencia de fieles en la plaza de San Pedro el 6 de enero de 2001 que asistían para la clausura de la Puerta Santa.
En esta exhortación el Pontífice propuso algunas líneas de reflexión que han servido como guía a la comunidad cristiana a retomar el camino tras el renovado impulso que dio el año jubilar. Una invitación a profundizar, para “Remar mar adentro”, luego de lo vivido durante este intenso año de celebración.
Comenzaba así hace una década, un año de renovación para la los fieles católicos en todo el mundo. Al finalizar este acontecimiento Juan Pablo II recordó que “más allá de las numerosas celebraciones e iniciativas que lo han distinguido, la gran herencia que nos deja el Jubileo es la experiencia viva y consoladora del encuentro con Cristo”.
Por Carmen Elena Villa