CIUDAD DEL VATICANO, jueves 17 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- El Papa pidió hoy a las autoridades políticas impulsar acuerdos internacionales vinculantes para la salvaguarda del medio ambiente.

Lo hizo en su discurso dirigido a los nuevos embajadores de Dinamarca, Uganda, Sudán, Kenia, Kazajstán, Bangladesh, Finlandia y Letonia, al recibirles en el Palacio Apostólico para la entrega de sus Cartas credenciales.

“Aliento vivamente a las autoridades políticas de vuestros respectivos países, y del conjunto de las naciones, no sólo a reforzar su acción en favor de la salvaguarda del medio ambiente, sino también -ya que el problema sólo puede ser afrontado a nivel particular de cada país- a ser una fuerza de propuestas e incentivos, para lograr Acuerdos internacionales vinculantes que sean útiles y justos para todos”, dijo.

“Tanto en el ámbito individual como en el político, es necesario ahora tomar compromisos más decididos y compartidos de manera más amplia en lo que respecta a la creación”, destacó.

Respecto a la responsabilidad sobre la creación, indicó que “las personas no pueden eximirse de ella ni postergarla sobre las generaciones venideras”.

Además, destacó la relación que existe entre la responsabilidad con la creación y la miseria y el hambre.

En este sentido, advirtió que la degradación del medio ambiente “constituye una amenaza directa para la supervivencia del hombre y para su propio desarrollo; e incluso puede amenazar directamente la paz entre las personas y las poblaciones”.

El Papa recordó que “el bien del hombre no reside en un consumo cada vez más desenfrenado ni en la acumulación ilimitada de bienes -consumo y acumulación que están reservados a un pequeño número y propuestos como modelos a la masa-”.

Sobre ello, Benedicto XVI dijo que “las religiones vividas según su esencia profunda eran y son una fuerza de reconciliación y de paz”.

Pero corresponde “no sólo a las diversas religiones destacar y defender la primacía de la persona y del espíritu” -dijo-, sino también al Estado, quien “tiene el deber de hacerlo, principalmente a través de una política ambiciosa que favorezca a todos los ciudadanos -por igual- el acceso a los bienes del espíritu”.

El Papa prosiguió indicando a los embajadores que el Estado debe valorar la riqueza de las relaciones sociales y animar a la persona a proseguir su búsqueda espiritual.

“Todos sabemos que la paz necesita condiciones políticas y económicas, culturales y espirituales para establecerse -afirmó-. La coexistencia pacífica de las diferentes tradiciones religiosas en el seno de cada nación es a veces difícil”.

“Más que un problema político, esta coexistencia es también un problema interno -prosiguió-. Todo creyente está llamado a preguntar a Dios sobre su voluntad a propósito de toda situación humana”.

Según el Papa, “reconociendo a Dios como el único creador del hombre -de todo hombre, sea cual sea su confesión religiosa, su condición social o sus opiniones políticas- cada uno respetará al otro en su unicidad y en su diferencia”.

“No hay ante Dios ninguna categoría o jerarquía de persona, inferior o superior, dominante o protegido -declaró-. No hay para Él más que la persona que ha creado por amor y que quiere ver vivir, en familia y en sociedad, en una armonía fraternal”.

“Para la persona de fe o la persona de buena voluntad, la resolución de los conflictos humanos, como la delicada convivencia de las diferentes religiones, puede transformarse en una coexistencia humana en un orden lleno de bondad y de sabiduría que tiene su origen y su dinamismo en Dios”, continuó.

“Esta coexistencia en el respeto a la naturaleza de las cosas y a la sabiduría inherente que viene de Dios -la tranquillitas ordinis- se llama paz”, añadió.

“A veces es difícil para el mundo político y económico dar a la persona el primer lugar; en él es todavía más delicado considerar y admitir la importancia y la necesidad de lo religioso, y garantizar a la religión su verdadera naturaleza y lugar en su faceta pública”, reconoció.

Pero, concluyó, “la paz, tan deseada, no se alzará más que de la acción conjunta del individuo, que descubre su verdadera naturaleza en Dios, y de dirigentes de las sociedades civiles y religiosas que -en el respeto a la dignidad y a la fe de cada uno- sepan reconocer y dar a la religión su noble y auténtica función de cumplimiento y de perfeccionamiento de la persona humana”.