JERUSALÉN, jueves 14 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el Mensaje que el padre Pierbattista Pizzaballa, Custodio franciscano de Tierra Santa, con motivo de la Jornada Internacional de Intercesión por la Paz en Tierra Santa.
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«Pedid la paz para Jerusalén: / ¡en calma estén tus tiendas, / haya paz en tus muros, / en tus palacios calma!. / Por amor de mis hermanos y de mis amigos, / quiero decir: ¡La paz contigo! / Por el amor de la Casa del Señor nuestro Dios, / ruego por tu ventura” (Salmo 122): rezar por Jerusalén es un imperativo puesto en el corazón de la oración. Una novedad perenne. Una llamada antigua que aún hoy despierta nuestra atención, nuestra participación, como una urgencia que está en el corazón, un deber que se cumple por amor, con amor. Por segunda vez se recogen en oración en torno a esta oración muchas personas, grupos, movimientos, Iglesias. Un coro que se pasa la voz de un punto a otro del mundo e invoca la paz para una pequeña franja de tierra que nos pertenece porque nos ha sido dada junto a la fe en el Señor Jesús; en el Padre que ha sabido amarnos desde siempre y por siempre y que ha querido que fuésemos salvados por el sacrificio del Hijo; en el Espíritu que nos hace sentir en el corazón el deber y la alegría de corresponder a tanto don con la responsabilidad de la fraternidad, con el compromiso concreto por la justicia y la paz. Unirnos a este coro requiere entonces ponernos en comunión unos con otros, para convertirnos en ese nosotros que hace personal y directa la relación con Dios: Padre nuestro. A Él pedimos paz para Tierra Santa, para la Tierra de nuestra redención. Y en seguida nos damos cuenta de que es un don que ya hemos recibido, cuando un coro distinto alababa a Dios y decía: “Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama».
¿Qué hemos hecho con esa paz? ¿Cómo hemos acogido al Príncipe de la paz? Rezar por la paz en Tierra Santa debe ser por tanto un querer encontrarse en la sinceridad, cada uno ante sí mismo, unos delante de otros, todos juntos ante Dios, para redescubrir el don que hemos recibido gratuitamente.
Y amaestrados por el Señor, confiados en que él sabe de qué estamos necesitados, nos compremeteremos a vivir la justicia, la misericordia, el perdón, la reconciliación, la compasión. Aprenderemos a hacernos cercanos a quien sufre en esta Tierra, por esta Tierra, por la falta de paz que sufre toda la Tierra Santa. La paz necesita oración, compromiso, valor. Auguro, por tanto, que de esta Segunda Jornada Internacional de Intercesion por la Paz en Tierra Santa, nazca un compromiso concreto para la reconciliación y la paz, y que toda iniciativa que la siga sea apoyada con firmeza y coherencia.
[Traducción del italiano por Inma Álvarez]