ROMA, domingo 17 de enero de 2010 (ZENIT.org).- Visitando este domingo por la tarde a la Comunidad judía de Roma, Benedicto XVI pidió una profundización y una mayor cercanía en las relaciones entre las dos religiones monoteístas.

“Que Dios refuerce nuestra fraternidad y haga más firme nuestro entendimiento”, auguró.

En la intervención que pronunció en la gran Sinagoga, en presencia de más de mil personas, el Pontífice recordó que tanto judíos como cristianos están iluminados por Decálogo – "las Diez Palabras” o “Diez Mandamientos” – que representan "un faro y una norma de vida en la justicia y en el amor, un “gran código” ético para toda la humanidad”.

Desde esta perspectiva, “hay varios campos de colaboración y testimonio” entre ambos credos, observó, subrayando tres “particularmente importantes para nuestro tiempo”.

El Papa explicó ante todo que las “Diez Palabras” “piden reconocer al único Señor, superando la tentación de adoptar otros ídolos”.

“En nuestro mundo, muchos no conocen a Dios o consideran que es superfluo, que no tiene relevancia para la vida; se han fabricado, de este modo, otros dioses nuevos ante los que se inclina el hombre”, reconoció.

“Despertar en nuestra sociedad la apertura a la dimensión trascendente, dar testimonio del único Dios es un servicio precioso que judíos y cristianos pueden ofrecer juntos”.

En segundo lugar, el Decálogo pide “el respeto, protección de la vida, contra toda injusticia y abuso, reconociendo el valor de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios”.

“¡Cuántas veces, en todas las partes de la tierra, cercanas o alejadas, siguen pisoteándose la dignidad, la libertad, los derechos del ser humano!”, exclamó.

En este contexto, “dar testimonio juntos del valor supremo de la vida contra todo egoísmo es ofrecer una importante contribución para un mundo en el que reine la justicia y la paz”.

Las “Diez Palabras” exigen en tercer lugar “conservar y promover la santidad de la familia, cuyo “sí” personal y recíproco, fiel y definitivo del hombre y de la mujer, abre el espacio al futuro, a la auténtica humanidad de cada uno, y se abre, al mismo tiempo, al don de una nueva vida”.

“Dar testimonio de que la familia sigue siendo la célula esencial de la sociedad y el contextos básico en el que se aprenden y ejercen las virtudes humanas es un servicio precioso que hay que ofrecer a la construcción de un rostro más humano”, constató.

<p>Profundizar la colaboración

Todos los mandamientos, subrayó Benedicto XVI, “se resumen en el amor de Dios y en la misericordia por el prójimo”, regla que compromete a judíos y cristianos “a vivir, en nuestro tiempo, una generosidad especial con los pobres, las mujeres, los niños, los extranjeros, los enfermos, los débiles, los necesitados”.

En esta dirección, afirmó, “podemos dar pasos juntos, conscientes de las diferencias que se dan entre nosotros, pero también de que si logramos unir nuestros corazones y nuestras manos para responder a la llamada del Señor, su luz se hará más cercana para iluminar a todos los pueblos de la tierra”.

Cristianos y judíos, admitió, “tienen buena parte de su patrimonio espiritual en común, rezan al mismo Señor, tienen las mismas raíces, pero con frecuencia se desconocen mutuamente”.

“Nos corresponde a nosotros, respondiendo a la llamada del Señor, trabajar para que quede siempre abierto el espacio del diálogo, del respeto recíproco, del crecimiento en la amistad, del testimonio común ante los desafíos de nuestro tiempo, que nos invitan a colaborar por el bien de la humanidad en este mundo creado por Dios, el Omnipotente y Misericordioso”.

Recordando que los fieles de las dos religiones conviven en Roma desde hace unos dos mil años, auguró que “esta convivencia pueda animarse con un creciente amor fraterno, que se exprese también en una cooperación cada vez más cercana para ofrecer una contribución eficaz en la solución de los problemas y de las dificultades que hay que afrontar”.

También oró por “el don precioso de la paz en todo el mundo, sobre todo en Tierra Santa”.

“En mi peregrinación de mayo pasado, en Jerusalén, ante el Muro de las Lamentaciones, pedí a quien todo lo puede: “envía tu paz a Tierra Santa, a Oriente Medio, a toda la familia humana; mueve los corazones de todos los que invocan tu nombre para que caminen humildemente por la senda de la justicia y de la compasión”, concluyó, citando su oración en el Muro Occidental de Jerusalén, el pasado 12 de mayo.