CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 17 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Fracturas intracomunitarias».
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VER
Estamos realizando las visitas pastorales a parroquias y misiones de nuestra diócesis, con el fin de acompañar y fortalecer el proceso evangelizador y la vida cristiana de las comunidades y animar a los servidores eclesiales. Nos duele constatar el sufrimiento de nuestros pueblos por las divisiones internas que los desestructuran, por diferencias políticas y culturales, por problemas agrarios no resueltos, por la necesidad de tierra, que no alcanza. Ya pasaron las elecciones, pero quedaron heridas y resentimientos, que no sanan fácilmente.
Una de las divisiones más dolorosas y cuestionantes es la originada por las diferentes formas de vivir y expresar la fe, no sólo por la confrontación con los protestantes, sino al interior de las mismas comunidades creyentes. Unos asumen la dimensión social de la fe y hacen mucho análisis de la realidad, y a otros esto les parece pura política, ajena a la Palabra de Dios. A unos les ayuda manifestar su fe con cantos y signos de corte carismático, y a otros esto les parece espiritualismo y evasión del compromiso social y político del cristiano. Unos sostienen su creencia en tradiciones y costumbres de matriz católica, pero con mezcla de ritos más parecidos a los del Antiguo Testamento, sin incidencia en la transformación de la realidad. Unos deben su conversión a algún retiro espiritual, a uno de los nuevos movimientos eclesiales, y otros rechazan todo lo que no vaya en la línea de la pastoral más generalizada; quisieran que se cerrara la puerta a esos movimientos, siendo que a muchos les han sostenido en su fe.
JUZGAR
Dice Jesús: «En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos: si se tienen amor unos a otros» (Jn 13,35). Y comenta San Pablo: «Toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si se muerden y se devoran unos a otros, miren no vayan a destruirse mutuamente» (Gál 5,14-15). Por ello, exhorta a los fieles romanos: «No se estime cada quien más de lo que conviene, sino más bien tengan una sobria estima según la medida de la fe… Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, pero teniendo dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado…Ámense cordialmente unos a otros, cada uno estimando en más a los demás… Tengan un mismo sentir unos con otros, sin complacerse en la altivez» (Rom 12,3-16).
La vocación de nuestra Iglesia es llamar a la unidad, construir la fraternidad, servir de puente y lazo de unión entre los diferentes. Así dice el Concilio Vaticano II: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).
Nuestro III Sínodo Diocesano, en su nota marginal 504, cita la Exhortación Ecclesia in América del Papa Juan Pablo II: «La diócesis, en cuanto Iglesia particular, tiene la misión de empezar y fomentar el encuentro de todos los miembros del Pueblo de Dios con Jesucristo, en el respeto y promoción de la pluralidad y la diversidad, que no obstaculizan la unidad, sino que le confieren el carácter de comunión»</i> (EAm 36). En concordancia con la santísima Trinidad, origen de la Iglesia y de toda pastoral, nuestro Sínodo nos invita a favorecer «la unidad en la diversidad» (465). «El Consejo Pastoral Parroquial, ejerciendo una labor de mediación, ha de trabajar siempre en favor de la unidad y la reconciliación de los diferentes grupos dentro de la comunidad» (567). Se nos pide reconocer «la parroquia como comunidad de comunidades y movimientos» (pág. 125) y aprovechar «los grupos y movimientos para evangelizar» (371).
ACTUAR
El servicio de cuantos tenemos un ministerio pastoral en las comunidades es escuchar, analizar, iluminar, corregir, impulsar, animar, unir; para ello, debemos servir como un puente entre los extremos, aunque en este servicio seamos pisados por los que transitan de una a otra orilla eclesial.
Seamos un puente de mente abierta y corazón generoso, para unir a los que están partidos, divididos, confrontados, y no seamos de los que excluyen sistemáticamente a quienes viven su fe en forma diferente a la nuestra.