CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 7 de julio de 2010 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI quiso ofrecer hoy, dentro del ciclo sobre grandes teólogos y pensadores del medioevo, la figura del beato Duns Scoto, el defensor de la Inmaculada Concepción.
Durante la Audiencia General, celebrada en el Aula Pablo VI, el Papa quiso acercar la figura de este insigne teólogo franciscano, llamado Doctor subtilis por su inteligencia brillante, y que anticipó la reflexión sobre la Inmaculada Concepción de la Virgen que luego utilizaría Pío IX en 1854, cuando definió solemnemente este dogma.
Escocés de nacimiento, Scoto enseñó teología en Oxford, Cambridge y París, hasta su muerte en Colonia, en 1308.
Uno de los rasgos que el Papa quiso subrayar de su vida fue su lealtad al Papa, al alejarse de París cuando, “tras estallar un grave conflicto entre el rey Felipe IV el Hermoso y el papa Bonifacio VIII, Duns Scoto prefirió el exilio voluntario, más que firmar un documento hostil al Sumo Pontífice, como el rey había impuesto a todos los religiosos”.
Este hecho “nos invita a recordar cuantas veces, en la historia de la Iglesia, los creyentes encontraron hostilidad y sufrido incluso persecuciones a causa de su fidelidad y de su devoción a Cristo, a la Iglesia y al Papa”, afirmó.
“Nosotros todos miramos con admiración a estos cristianos, que nos enseñan a custodiar como un bien precioso la fe en Cristo y la comunión con el Sucesor de Pedro y, así, con la Iglesia universal”, prosiguió.
Aunque su culto fue casi inmediato a su muerte, no fue sino hasta 1993 cuando el papa Juan Pablo II le beatificó, llamándole "cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción”.
“Ante todo, meditó sobre el Misterio de la Encarnación y, a diferencia de muchos pensadores de muchos pensadores cristianos del tiempo, sostuvo que el Hijo de Dios se habría hecho hombre aunque la humanidad no hubiese pecado”.
Este pensamiento, “quizás un poco sorprendente”, reconoce el Papa, nace “porque para Duns Scoto la Encarnación del Hijo de Dios, proyectada desde la eternidad desde la eternidad por parte de Dios Padre en su plan de amor, es cumplimiento de la creación, y hace posible a toda criatura, en Cristo y por medio de Él, de ser colmada de gracia, y dar alabanza y gloria a Dios en la eternidad”.
Duns Scoto, “aun consciente de que, en realidad, a causa del pecado original, Cristo nos redimió con su Pasión, Muerte y Resurrección, reafirma que la Encarnación es la obra más grande y más bella de toda la historia de la salvación, y que esta no está condicionada por ningún hecho contingente, sino que es la idea original de Dios de unir finalmente todo lo creado consigo mismo en la persona y en la carne del Hijo”.
Esta visión teológica “nos abre a la contemplación, al estupor y a la gratitud: Cristo es el centro de la historia y del cosmos, es Aquel que da sentido, dignidad y valor a nuestra vida”.
Inmaculada Concepción
Duns Scoto reflexionó “no sólo el papel de Cristo en la historia de la salvación, sino también el de María”, especialmente en lo tocante a la Inmaculada Concepción.
Scoto, explicó el Papa, argumentó, contra el parecer de sus coetáneos, que “ María está totalmente redimida por Cristo, pero ya antes de su concepción”, lo que se llamó la “Redención preventiva”.
Ese argumento “fue después adoptado también por el papa Pío IX en 1854, cuando definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María”.
También desarrolló “un punto en el que la modernidad es muy sensible. Se trata del tema de la libertad y de su relación con la voluntad y con el intelecto”.
Sin embargo, “subrayó la libertad como cualidad fundamental de la voluntad, iniciando una postura de tendencia voluntarista”, a cual “corre el riesgo, de hecho, de llevar a la idea de un Dios que no estaría ligado tampoco a la verdad ni al bien”.
“El deseo de salvar la absoluta trascendencia y diversidad de Dios con una afirmación tan radical e impenetrable de su voluntad no tiene en cuenta que el Dios que se ha revelado en Cristo es el Dios "logos", que actuó y actúa lleno de amor hacia nosotros”.
El propio Papa recordó que “la libertad en todos los tiempos ha sido el gran sueño de la humanidad, desde el inicio, pero particularmente en la época moderna".
“Precisamente la historia moderna, además de nuestra experiencia cotidiana, nos enseña que la libertad es auténtica, y ayuda a la construcción de una civilización verdaderamente humana, sólo cuando está reconciliada con la verdad”, concluyó.