La sana laicidad no vacía los valores de una nación

Aclaración del cardenal Péter Erdö, presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa

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RÍMINI, martes 24 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- En estos momentos en los que en muchos países del mundo se propone la laicidad como modelo en las relaciones Iglesia-Estado, renunciando a formas precedentes, ¿cuáles son los valores que pueden unir a esas sociedades?

Esta es la pregunta a la que ha respondido el cardenal Péter Erdö, presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) y primado de Hungría, con motivo del «Meeting» que organiza Comunión y Liberación del 22 al 28 de agosto, en un artículo publicado por la revista «Atlantide» y por «L’Osservatore Romano».

Después de dejar claro que la Iglesia defiende el concepto de sana laicidad el arzobispo de Esztergom-Budapest  aclara que «la visión del mundo y la del ser humano no deben ser obra de los Estados, ni de las autoridades políticas».

Una clave: la subsidiaridad

«Siguiendo una justa subsidiaridad, la visión del mundo constituye un hecho personal, pero también comunitario, transmitido y compartido por otras personas, por diferentes grupos, o también por toda la sociedad», añade el arzobispo de 58 años de edad, uno de los mayores expertos en Derecho Canónico de la historia de Hungría.

«Las comunidades religiosas transmiten de manera eminente la visión comunitaria del mundo –sigue aclarando el purpurado–. Por tanto, la sana laicidad del Estado significa precisamente que las autoridades estatales y políticas, así como las internacionales o continentales, no pueden definir la visión del mundo de los ciudadanos, sino que deben hacer referencia a los elementos fundamentales de estos valores de la sociedad, en el marco de una clara subsidiaridad».

El denominador común

Pero en virtud de esta visión del mundo, «¿es posible llegar a un denominador común que pueda ofrecer lo mínimo necesario para la convivencia y la colaboración de las personas y de los pueblos?», se pregunta Erdö.

«Según la convicción cristiana, todos los hombres pueden conocer las verdades esenciales sobre Dios a través e la realidad concreta –responde–. Creemos por tanto en la fuerza cognoscitiva humana incluso de los principios fundamentales de la vida».

«Esta es la base también de la moral revelada –añade–. La gracia, también en este ámbito, presupone la naturaleza. La condición de una sinfonía sobre los principios fundamentales de la moralidad en los diferentes Estados es, por tanto, el conocimiento o el reconocimiento –abierto al progreso de la investigación y del razonamiento– de la plena realidad de las cosas objetivamente existentes».

«La verdad, por tanto, nos libera también en la vida social –sigue aclarando el cardenal húngaro–. De este modo, se delinea la posibilidad de un equilibrio entre la ‘sana’ laicidad del Estado, basada en la subsidiaridad, en las cuestiones de la visión del mundo, y la posibilidad de un amplio consenso sobre los principios fundamentales».

«Precisamente esta búsqueda de equilibrio puede ser una tarea histórica de la Europa multicultural», sugiere el cardenal.

Nueva evangelización

«En este contexto, los cristianos del continente, que hace veinte años reencontraron muchos valores de la propia unidad, están llamados a dar testimonio de la plena verdad de Cristo, de la esperanza que quiere abrirse a todos y que invita a todos a una reflexión común», afirma.

«Nueva evangelización, por tanto, en el contexto de la pluralidad, del mutuo respeto, y sobre todo, de la apertura ecuménica, que debe hacer más fuerte la voz del Evangelio con el testimonio común y que debe ser un gimnasio del diálogo que nos prepara también para el diálogo con las demás religiones, y con los no creyentes en el espíritu de la caridad y de la verdad», concluye.

La intervención del cardenal será publicada por ZENIT el próximo sábado.

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ZENIT Staff

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