CIUDAD DEL VATICANO, viernes 14 de enero de 2011 (ZENIT.org).- El secreto de la santidad de Juan Pablo II, no está tanto en sus obras, sino en la fe y amor que las hicieron posibles, explica el portavoz vaticano. Ahora es amigo e intercesor del pueblo, añade.
El padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, ha explicado este viernes el anuncio de la aprobación por parte de Benedicto XVI de un decreto de reconocimiento de un milagro atribuido a la intercesión de Karol Wojtyla.
El reconocimiento de este milagro abre las puertas a la beatificación del papa polaco, fallecido el 2 de abril de 2005, cuando litúrgicamente la Iglesia había entrado en el domingo de la Divina Misericordia, y que será elevado a la gloria de los altares el 1 de mayo de 2011, también domingo de la Divina Misericordia.
«La Iglesia reconoce que Karol Wojtyla dio un testimonio eminente y ejemplar de vida cristiana, es un amigo y un intercesor que ayuda al pueblo en camino a dirigirse a Dios y a encontrarse con Él», reconoce el padre Lombardi en el editorial del último número de «Octava Dies», semanario del Centro Televisivo Vatiano.
«Por más extraordinarias que sean, no estamos concentrando la atención en las obras de Juan Pablo II, sino en su manantal espiritual, su fe, su esperanza, su caridad», afirma.
«Las obras hay que admirarlas precisamente porque son expresión de la profundidad y de la autenticidad de su relación con Dios, de su amor por Cristo y por todas las personas humanas, comenzando por los pobres y débiles; de su tierno amor filial con la Madre de Jesús», asegura el portavoz.
El padre Lombardi considera que Juan Pablo II es recordado, de este modo, «en su profundo y prolongado recogimiento en oración; en su deseo por celebrar y anunciar a Jesús redentor y salvador del hombre, por darlo a conocer y a amar a los jóvenes y a todo el mundo; por su atención afectuosa a los enfermos y los que sufren, por sus visitas a los pueblos más necesitados de comida y justicia; por último, en su paciente y auténtica experiencia de sufrimiento personal, de enfermedad vivida en la fe, ante Dios y ante todos nosotros».
«Su vida y su pontificado han quedado caracterizados por la pasión de dar a conocer a todo el mundo en el que vivió, el mundo de nuestra dramática historia en el paso de dos milenios, la consoladora y entusiasmante grandeza de la misericordia de Dios. Es lo que necesita el mundo».
«Por ello, tendremos la alegrá de celebrar la beatificación solemne en el día en el que él mismo quiso que toda la Iglesia dirija su mirada y su oración a esta Divina Misericordia», concluye.