CIUDAD DEL VATICANO, domingo 23 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy, durante el rezo del Ángelus, desde la ventana de su estudio, a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro.

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¡Queridos hermanos y hermanas!

En estos días, desde el 18 al 25 de enero, se está llevando a cabo la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Este año lleva por tema un pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles, que resume en pocas palabras la vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). Es muy significativo que este tema haya sido propuesto por las Iglesias y comunidades cristianas de Jerusalén, reunidas en espíritu ecuménico. Sabemos cuántas pruebas deben afrontar los hermanos y hermanas de Tierra Santa y de Oriente Medio. Su servicio es por tanto aún más precioso, valorado por un testimonio que, en ciertos casos, ha llegado hasta el sacrificio de la vida. Por ello, mientras acogemos con alegría las inspiraciones para la reflexión ofrecidas por las comunidades que viven en Jerusalén, nos estrechamos en torno a ellas, y esto se convierte para todos en un factor ulterior de comunión.

También hoy, para ser en el mundo signo e instrumento de unión íntima con Dios y de unidad entre los hombres, nosotros los cristianos debemos fundar nuestra vida en estos cuatro “ejes”: la vida fundada en la fe de los Apóstoles transmitida en la viva Tradición de la Iglesia, la comunión fraterna, la Eucaristía y la oración. Sólo de esta forma, permaneciendo firmemente unida a Cristo, la Iglesia puede llevar a cabo eficazmente su misión, a pesar de todos los límites y las faltas de sus miembros, a pesar de las divisiones, que ya el apóstol Pablo tuvo que afrontar en la comunidad de Corinto, como recuerda la segunda lectura bíblica de este domingo, donde dice: “Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, os exhorto a que os pongáis de acuerdo: que no haya divisiones entre vosotros y vivid en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir” (1,10). El Apóstol, de hecho, había sabido que en la comunidad cristiana de Corinto habían nacido discordias y divisiones; por ello, con gran firmeza, añade: “¿Acaso Cristo está dividido?” (1,13). Diciendo esto, afirma que toda división en la Iglesia es una ofensa a Cristo; y, al mismo tiempo, que es siempre en Él, única Cabeza y Señor, donde podemos volver a encontrarnos unidos, por la fuerza inagotable de su gracia.

De ahí entonces la llamada siempre actual del Evangelio de hoy: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 4,17). El serio deber de conversión a Cristo es el camino que conduce a la Iglesia, con los tiempos que Dios dispone, a la plena unidad visible. De ello son un signo los encuentros ecuménicos que se multiplican en estos días en todo el mundo. Aquí en Roma, además de hallarse presentes varias delegaciones ecuménicas, comenzará mañana una sesión de encuentro de la Comisión del diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Antiguas Iglesias Orientales. Y pasado mañana concluiremos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos con la solemne celebración de las Vísperas en la fiesta de la Conversión de San Pablo. Que nos acompañe siempre, en este camino, la Virgen María, Madre de la Iglesia.

[Después del Ángelus, en español]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, en particular a los alumnos y profesores del Instituto Maestro Domingo, de Badajoz. En el transcurso de esta Semana de oración por la unidad de los cristianos, la liturgia nos urge, con el apóstol Pablo, a poner siempre el corazón en la salvación que Cristo ofrece, identificándonos cada día más con Él y apartándonos de todo lo que causa división. Que la amorosa intercesión de la Santísima Virgen María, aliente a todos los discípulos de su divino Hijo a edificar sin discordias el Reino de Dios, siendo en todas partes sal de la tierra y luz del mundo. Feliz domingo.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

Monseñor Santos Abril y Castelló, nuevo vice camarlengo

ROMA, domingo 23 de enero de 2011 (ZENIT.org).- El Santo Padre ha nombrado, para un trienio, como vice camarlengo de la Santa Romana Iglesia al español monseñor Santos Abril y Castelló, arzobispo de Tamada, que desde 1985 a 2011 desempeñó el cargo de nuncio apostólico en diversos países.

El prelado nació el 21 de septiembre de 1935 en Alfambra (España). Ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1960, fue consagrado obispo el 16 de junio de 1985.

El vice camarlengo forma, junto al camarlengo – cargo desempeñado actualmente por el Secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone – y a otros prelados la Cámara apostólica, cuyo origen se remonta al siglo XI, cuando en los documentos figuraba como camera thesauraria y cuya función era la administración financiera de la Curia y de los bienes temporales de la Santa Sede.

Con la Constitución Sapienti Consilio del 29 de junio de 1908, san Pio X confirmó a la Cámara apostólica las funciones de poder temporal que ejercía antiguamente, mientras que la Constitución Regimini Ecclesiae Universae del 15 de agosto de 1967 reconoció a la Cámara apostólica, presidida por el cardenal camarlengo, o a falta de él, por el vice camarlengo, el oficio de cuidar y administrar los bienes y los derechos temporales de la Santa Sede, en el tiempo en el que ésta está vacante.

Con la muerte del Romano Pontífice se abre, de hecho, la vacancia de la Sede Apostólica y todos los dirigentes y los miembros de los dicasterios cesan en su cargo, salvo el Camarlengo de la Iglesia y el Penitenciario Mayor, que se ocupan de los asuntos ordinarios.

Entre las funciones del camarlengo destaca su competencia, durante este periodo, a cuidar y administrar los bienes y los derechos temporales de la Santa Sede; debe también verificar oficialmente la muerte del Pontífice, sellar su estudio y su habitación, disponer lo relativo para su sepultura, tomar posesión del Palacio Apostólico Vaticano y de los Palacios de Letrán y de Castelgandolfo, ejerciendo su custodia y su gobierno.

Al vice camarlengo le está confiada, en cambio, la vigilancia del Conclave para la elección del nuevo pontífice, al que nadie está admitido sin su permiso.

Las funciones de la Cámara apostólica, ampliadas y confirmadas por sucesivos decretos pontificios, fueron ulteriormente reafirmadas por la Constitución Pastor Bonus de Juan Pablo II, el 28 de junio de 1988.