SANTIAGO, sábado, 29 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la entrevista que ha ofrecido través del Área de Comunicación de la Congregación Salesiana monseñor Ricardo Ezzati, nuevo arzobispo de Santiago.
--¿Cómo se siente?
--Monseñor Ezzati: Sereno, me siento en las manos de Aquél que me ha llamado, y por consiguiente muy confiado en la conducción del Espíritu, porque la Iglesia no es mía, la Iglesia es de Jesucristo, quien la anima es el Espíritu y, por consiguiente, creo que obedecer a la conducción del Espíritu y en creer fuertemente que Jesús es el único Buen Pastor está también la base de mi confianza.
--En los momentos en que se conoció la noticia de su nombramiento, en su mensaje señaló: "es un llamado que me ha llenado de temor y al mismo tiempo de mucha esperanza", habló también de "abandonarse en el Señor", ¿puede uno abandonarse un 100% en el Señor o queda siempre algo de temor?
--Monseñor Ezzati: Sí, el temor acompaña siempre en la vida, en cualquier empresa audaz, y en la empresa de ponerse tras Jesús para participar en la misión que Él nos confía, es una empresa difícil, infinitamente superior a las fuerzas que uno tiene y, por consiguiente, siempre hay un dejo de temor. Pero es un temor que hace bien, porque permite abrirse justamente a la confianza, permite poner la propia esperanza, no tanto en las fuerzas humanas, no tanto en las capacidades personales, cuanto más bien en la gracia de Dios. Y la tarea fundamental del Obispo es justamente la de estar a disposición del Señor para que Él pueda llegar al corazón de todas las personas, y estar a disposición de las personas para que ellas puedan encontrarse con el corazón de Dios y puedan vivir esa alianza de Dios, que Él quiere como meta de felicidad para todos los hombres y todas las mujeres. Por consiguiente, la tarea del Obispo es un poco esa tarea: de ser puente entre un Dios que se quiere comunicar a los hombres y quiere comunicar todo su proyecto de amor, y los hombres y las mujeres de hoy que necesitan también encontrar, en Dios, la razón última y más profunda de su existencia, para enfrentar también los desafíos que nunca faltan en la vida.
--Hablemos en este minuto, no del Obispo, hablemos de Ricardo Ezzati, ¿qué sintió, en quién pensó, a quién recordó en el momento en que conoció la noticia del nombramiento del Santo Padre?
--Monseñor Ezzati: Por supuesto por la mente de uno pasa toda una historia (respira profundo y habla pausado). En ese momento yo recordé sin duda alguna, en primer lugar, la familia, la sencillez de la familia y al mismo tiempo la profundidad de fe que se vivía en ella. Recordé cómo mi madre ha sido el instrumento providencial para que yo pudiera conocer a Jesús, lo pudiera amar y lo pudiera seguir. Pensé en la parroquia donde desde niño fui acogido con mucho cariño y al mismo tiempo con una capacidad pedagógica y pastoral extraordinaria, pensé en la comunidad salesiana que me acogió como joven para formarme en el espíritu del Evangelio como seguidor de Don Bosco, pensé en tantas y tantas personas que han acompañado mi vida desde el hogar, la Congregación, la vida de la Iglesia, las relaciones que uno ha ido entablando a lo largo de toda su vida y cada una de ellas ha sido para mí una manifestación de la cercanía de Dios. De manera muy particular en esos momentos yo hice un recorrido por mi mente. Pasé delante del cuadro de María Auxiliadora en Turín, pasé por el altar donde se veneran los despojos mortales de San Juan Bosco, y sentí que realmente esta llamada que el Señor me ha hecho tiene sus raíces más profundas y más sensibles también en mi vida, en la vocación salesiana que el Señor me ha regalado. Nunca he dejado de ser salesiano, nunca he dejado de reconocer que lo que yo soy se lo debo a mi familia religiosa que ha hecho lo imposible para formar en mí un corazón de padre y pastor, al estilo de San Juan Bosco, y me alegra inmensamente que este carisma, este don del espíritu que se ha revelado en San Juan Bosco y continúa en aquellos que el P. Viganó llamaba "sus sucesores", es decir todos los salesianos, pueda prestar un servicio a la Iglesia y en particular a esta Iglesia de Santiago, que ya ha conocido el carisma salesiano en el pastoreo providencial del Cardenal Raúl Silva Henríquez.
--¿Se siente usted un segundo Silva Henríquez?
--Monseñor Ezzati: No, creo que Silva Henríquez hay uno solo, al él le tengo una admiración muy profunda, yo soy de alguna manera hijo espiritual del Cardenal, porque he aprendido de él muchísimas cosas. Y al mismo tiempo, sobre todo en la última etapa de su vida, me siento un poco por elección suya, padre del Cardenal en cuanto que él, en su bondad, me escogió para que fuera su director espiritual, su acompañante espiritual en momentos muy delicados de su ministerio episcopal. También en ese sentido se mezclan en mí dos grandes sentimientos. El más grande sin duda es el del discípulo, del hijo que aprendió de un gran padre cómo se realiza la vocación de pastor con estilo salesiano, y al mismo tiempo la experiencia de haber contribuido, muy limitadamente eso sí, en algunos momentos de su vida en el discernimiento espiritual de sus opciones.
--Dicen las Santas Escrituras que somos "barro en manos del Alfarero." Durante su misión de Pastor, cuáles diría usted que son los aspectos fundamentales de su personalidad, de su carácter, que se han podido moldear en manos de este "Alfarero".
--Monseñor Ezzati: Es una pregunta muy difícil que toca lo más íntimo de la experiencia cristiana, de la propia vida. Yo creo que el Señor, a pesar de mis resistencias, ha sido un excelente alfarero. No es que la obra esté terminada, me siento muy identificado con lo que San Pablo escribía a su comunidad: "no es que yo haya llegado a la meta", estoy caminando hacia la meta, esforzándome para... yo creo que el Señor me ha ayudado y me está ayudando enormemente a formar en mí un corazón de padre, de hermano y de amigo. Pienso que una de las características que he aprendido también del espíritu salesiano y que es propia del ministerio episcopal es justamente la paternidad, "Llámenme padre y esto me basta" decía Don Bosco, y yo creo que para mí también esta es la experiencia que me toca más a fondo, llámenme padre, siéntanme padre y eso me basta. Porque con la paternidad que refleja la de Dios uno puede llegar al corazón de las personas, puede comprender, puede perdonar, puede animar, puede tender una mano, puede de alguna manera devolver la vida allí donde no estaba. Creo que el Señor me ha regalado un gran don, el don de haber formado en mí este corazón de padre, espero ser todavía mucho más obediente, mucho más dócil a este trabajo que el Señor quiere profundizar en mí.
--En las entrevistas aparecidas en estos días en la prensa nacional, se lo describe con variadas características: algunos dicen que es usted un "hombre de consenso", se dice también que es un "pastor abierto a los temas modernos", o "el hombre más fuerte de la Iglesia Católica", se lo define también como "facilitador"... ¿cuál le acomoda más?
--Monseñor Ezzati: La característica que más me representa en estos momentos es la de ser Pastor, Obispo. El Pastor, Obispo es un pontífice que con mucha humildad está llamado a ser icono de Jesús Buen Pastor y Pontífice, y el pontífice es aquel que tiende puentes, que une orillas y a mí me parece que es fundamental la misión del Obispo como puente entre, quienes creen y quienes no creen; entre una cultura fundada en el Evangelio y una cultura laicista; entre quienes están en una postura social, política, y quienes están en otra. Puede llamar la atención en la Iglesia de Chile de estos últimos años, muy a menudo la figura de algún obispo ha sido invitada a facilitar el encuentro. Yo he forjado e
l término facilitador del diálogo, porque justamente el obispo no se sustituye a las orillas, sino que busca unir orillas, y yo creo que esta tarea es eminentemente evangélica, hace presente lo que la Gaudium et spes dice de la Iglesia: que los cristianos hacemos propias los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas del hombre y de la mujer de hoy. La figura del Obispo es como la figura de Jesús, quiere crear comunión, una comunión profunda, que no es simplemente un pacifismo, sino una comunión que tenga cimiento real en esos valores profundos, humanizadores y diría divinizadores, que Jesús nos ha presentado en el evangelio.
Creo que la figura del "Obispo puente", la figura del Obispo que facilita el diálogo, el encuentro, es justamente lo que más me identifica. Cristo es sacramento del encuentro de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, y así es también la Iglesia y esa es la tarea de todos los cristianos y en particular también del obispo, ser vínculo de comunión y de comunión profunda.
--Monseñor, y el tener la responsabilidad de la Arquidiócesis de Santiago y también la Presidencia de la Conferencia Episcopal, ¿hace más pesada la carga?
--Monseñor Ezzati: Por supuesto que es pesada, pero tratándose de la Iglesia, como decía San Juan Bosco, mi Padre y Fundador, nunca es demasiado. Estoy profundamente convencido de ello. La vocación salesiana me ha llevado a consagrar la vida al servicio de los jóvenes, la imagen de Don Bosco que les dice a sus jóvenes que todo lo que es él, que estudia y trabaja por ellos incansablemente, me marca profundamente y es una invitación justamente a entregar todas las energías que el Señor me ha regalado al servicio del Reino de Dios en la Iglesia. Por consiguiente, el hecho de que los obispos hayan pensado en mí para la presidencia de la Conferencia Episcopal, más que un honor es una invitación a vivir de verdad lo que significa una entrega al servicio de la Iglesia que sea real, y en este caso la unión con el Arzobispado de Santiago no es cosa nueva, el Cardenal Caro, después el Cardenal Silva, el Cardenal Fresno, el Cardenal Oviedo y el Cardenal Errázuriz han sido también presidentes de la Conferencia Episcopal. La única diferencia es que en mi caso primero se dio la elección como presidente de la Conferencia Episcopal y después el nombramiento como Arzobispo. La Conferencia tiene un Comité Permanente muy preparado y muy adecuado para la misión, tiene una comisión de pastoral muy eficiente y por consiguiente el trabajo que voy a poder desarrollar es empeñativo, pero al mismo tiempo es un trabajo que me permite confiar en los colaboradores, en los demás obispos que están aportando lo mejor de sí para que la Iglesia en Chile sea esa luz que ilumine y esa esperanza que abra camino para la gente que habita en nuestro país.
--Pastoralmente hablando, ¿qué necesita Santiago?
--Monseñor Ezzati: Lo hemos dicho no solamente de Santiago sino de todas las diócesis del país y lo hemos dicho también para la Iglesia que peregrina en América Latina: Necesitamos ser discípulos y misioneros de Jesús para que en Él nuestro pueblo tenga vida abundante.
Los elementos son muy claros, discípulos y misioneros. Como dijo el Papa, dos caras de la misma medalla, discípulos y misioneros de Jesucristo, y por consiguiente no sólo de una ideología , de una doctrina, sino de una persona, el Hijo de Dios que interpela mi vida, nuestra vida para que esa interpelación y esa fe puesta en Él sea el principio de una vida abundante que es el proyecto del Padre para todo nuestro pueblo. Yo creo que la primera gran necesidad que nuestra Iglesia de Santiago, las diócesis de Chile y de América Latina tiene, es la de crecer en la línea que hemos mencionado.
Una segunda cosa que me parece importante: las estadísticas nos dicen que los católicos en particular, según dicen los diarios hemos perdido cuota sociológica. Eso no es lo fundamental, sin embargo es un signo que debe llamarnos poderosamente la atención. ¿Y qué pasa? Pasa que la Iglesia de Jesucristo que es de ayer, de hoy y de siempre como lo es el mismo Señor, está enfrentando una cultura totalmente nueva, un cambio cultural muy radical, y en este cambio muchas veces han caído elementos esenciales junto con elementos accidentales. Lo preocupante es que junto a los elementos accidentales que pueden cambiar y que no hay ningún problema para que cambien a no ser que sea simplemente conmoción exterior, el hombre y la mujer han perdido el horizonte de valores que son fundamentales, y entonces la Iglesia, que es "Sacramento" es decir "signo", y signo de una realidad que la supera inmensamente, porque es signo de la salvación que Dios nos envía y eso es un misterio, pero al mismo tiempo es un signo concreto, visible, para los hombres y las mujeres de cada tiempo. El desafío de la Iglesia es hacer que su "ser signo" de comunión con Dios y entre los hombres, llegue a ser comprensible, significativo para el hombre y la mujer de hoy. Y es por eso que Aparecida invita a una gran conversión pastoral, que nazca primero de la conversión personal, eclesial, íntima, pero que busque los caminos pedagógicos necesarios para que este gran misterio de salvación que Dios nos ofrece, sea de verdad una llamada, una invitación para el hombre y la mujer concretos que viven en esta cultura de hoy. Y la Iglesia, toda la Iglesia, laicos, presbíteros, religiosos, consagrados y consagradas, obispos, estamos llamados a prestarle al Señor este gran servicio. El servicio de hacer lo más que sea posible, comprensible el misterio del amor de Dios a los hombres ya las mujeres de hoy. Un desafío enorme que, vuelvo a decir, es tarea de todos los cristianos: todos los bautizados tenemos que sentirnos mucho más responsables de transmitir nuestra experiencia de fe a hombres y mujeres que viven en la cultura de hoy, que están bombardeados por los antivalores que la sociedad de hoy en día pregoniza como camino de plenitud y felicidad. Esa es la gran tarea. El Papa Benedicto XVI nos ha invitado a vivir el cristianismo como algo bello, como algo que plenifica y de ello somos responsables los cristianos, los miembros de la Iglesia de hoy.
--Y dentro de esta misión que tenemos todos como Iglesia, en el debate de los temas valóricos, ¿el pastor debería ser guía o autoridad?
--Monseñor Ezzati: Guía y autoridad no se oponen. Si uno entiende autoridad en el sentido etimológico de la palabra y también se la entiende en el significado real que tiene la autoridad, como "el que hace crecer", y el guía es justamente el que hace crecer en responsabilidad, en asumir el camino recto, justo. Diferente sería entre "guía y poder". La Iglesia no se funda en el poder, la Iglesia se funda en la gracia y en la autoridad que Jesucristo tiene, autoridad entendida justamente como propuesta y ayuda para crecer, en dignidad, en la verdad, en plenitud de felicidad.
--Monseñor, un tema delicado. Los pastores, las figuras emblemáticas de la Iglesia, aquellos quienes son la cara visible de la Iglesia, ¿Qué deben hacer para lograr recuperar la confianza y la credibilidad en la Iglesia Católica que se ha visto tan dañada últimamente?
--Monseñor Ezzati: La confianza y la credibilidad se ganan o se pierden. Y se ganan o se pierden en la medida en que la calidad de vida resplandezca en la vida concreta de los hombres y mujeres de hoy. Jesús nos ha dicho que una lámpara no se enciende para ponerla debajo de la mesa y que sal está llamada a darle sabor a todo el alimento, como levadura está llamada a dar fermento a toda la masa. Yo creo que en la Iglesia necesitamos fortalecer la identidad de nuestra vida cristiana. Identidad significa caminar en santidad adherida, identidad significa caminar en fidelidad al Señor y su Evangelio, sabiendo que quienes caminamos somos hombres y mujeres frágiles, pero sí con la voluntad decidida y clara, con la opción fundamenta
l de ser fieles al proyecto de vida que el Señor nos ha presentado para quienes queremos ser sus seguidores. Eso nos ayuda a tener autenticidad de vida, nos ayuda a tener autoridad moral, porque vivimos lo que profesamos.
En segundo lugar, esta identidad tiene que hacerse visible especialmente en el mundo de hoy. Y visibles no porque queramos estar en las primeras páginas de los diarios o en la primera noticia de la pantalla de la televisión. Visible porque Jesús mismo nos ha pedido esa visibilidad: "que la luz de ustedes brille para que glorifique al Padre que está en los cielos" y los hombres la vean. Esta visibilidad de los que somos, de los que queremos ser, de verdad seguidores de Jesús, tiene que tener también una condición de visibilidad, de profecía, para el hombre y la mujer de hoy. Esa visibilidad significa la coherencia de nuestra vida y una presencia en el mundo con fuerza, con la capacidad de dar testimonio, con la capacidad de dar razones de nuestra fe, sin ningún miedo. Si el Evangelio de Jesús es buena noticia para la sociedad de hoy. Los cristianos necesitamos tener y adquirir más fuertemente esa identidad y tener la capacidad de hacerla visible evangélicamente para que los hombres la vean y glorifiquen al Padre que está en los cielos. Yo creo que este es un desafío enorme para nuestra Iglesia. Hay muchos cristianos que son anónimos, demasiados cristianos anónimos, que buscan vivir su fe pero como algo íntimo, que los toca solamente a ellos, en cambio la fe es una realidad que impregna la vida, toda la vida, la vida personal, la vida social y que por consiguiente debe traslucir en todo momento y en todas las acciones que estamos llamados a vivir como cristianos. Es impensable, por ejemplo, que un político cristiano no dé testimonio de los valores contenidos en el Evangelio. Es incomprensible que un empresario católico no viva en el campo de la empresa su condición de cristiano. Es inaceptable que un sindicalista, un obrero, no viva en el campo de la vida laboral su condición de cristiano y no haga visible esa realidad. Y vuelvo a repetir, esa disciplina no es algo simplemente artificial, no, es algo que nosotros vivimos. Cuando un papá y una mamá aman a sus hijos, eso se nota... cuando un esposo ama a su esposa, se nota. Cuando un cristiano vive de verdad el Evangelio del Señor como proyecto de su vida, eso se debe ver también. Este es un desafío que ya el Papa Paulo VI llamaba "el desafío del tiempo contemporáneo": superar el divorcio entre la fe y la vida, entre la fe y la cultura, esa creo que sigue siendo la tarea indispensable para la Iglesia de hoy.
[Puede verse el vídeo elaborado por la Congregación Salesiana en www.salesianos.cl].