CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 30 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Ángelus junto a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
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Queridos hermanos y hermanas:
En este cuarto domingo del Tiempo Ordinario, el Evangelio presenta el primer gran discurso que el Señor dirige a la gente, sobre las dulces colinas que rodean el Lago de Galilea. «Al ver a la multitud –escribe san Mateo–, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles» (Mt 5, 1-2). Jesús, nuevo Moisés, «asume la ‘cátedra’ de la montaña» (Jesús de Nazaret, La Esfera de los Libros, 2007) y proclama «bienaventurados» los pobres de espíritu, los afligidos, los misericordiosos, los que tienen hambre de justicia, los limpios de corazón, los perseguidos (Cf. Mt 5, 3-10). No se trata de una nueva ideología, sino de una enseñanza que procede de lo alto y que toca a la condición humana, que el Señor, al encarnarse, quiso asumir para salvarla. Por este motivo, «el sermón de la montaña se dirige a todo el mundo, en el presente y en el futuro… y sólo puede ser comprendido y vivido en el seguimiento de Jesús, caminando con Él» (Jesús de Nazaret). Las Bienaventuranzas son un nuevo programa de vida para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes presentes y futuros. Cuando Dios consuela, sacia el hambre de justicia, enjuga las lágrimas de los afligidos, significa que, ademas de recompensar a cada uno de manera sensible, abre el Reino de los Cielos. «Las Bienaventuranzas son la transposición de la cruz y de la resurrección en la existencia de los discípulos» (ibídem). Reflejan la vida del Hijo de Dios que se deja perseguir, despreciar hasta la condena a muerte para dar a los hombres la salvación.
Un antiguo eremita afirma: «Las Bienaventuranzas son dones de Dios y tenemos que darle verdaderamente gracias por habérnoslas dado y por las recompensas que se derivan de ellas, es decir, el Reino de los Cielos en el siglo futuro, el consuelo aquí, la plenitud de todo bien y la misericordia de Dios…, cuando uno se ha convertido en imagen de Cristo sobre la tierra» (Pedro de Damasco, en Filocalia, volumen 3, Turín 1985, p. 79). El Evangelio de las Bienaventuranzas se comenta con la historia misma de la Iglesia, la historia de la santidad cristiana, pues –como escribe san Pablo– «Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale» (1 Corintios 1, 27-28). Por este motivo, la Iglesia no tiene miedo de la pobreza, el desprecio, la persecución en una sociedad con frecuencia atraída por el bienestar material y por el poder mundano. San Agustín nos recuerda que «lo que ayuda no es sufrir estos males, sino soportarlos por el nombre de Jesús, no sólo con espíritu sereno, sino incluso con alegría» (De sermone Domini in monte, I, 5,13: CCL 35, 13).
Queridos hermanos y hermanas: invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza de buscar al Señor (Cf. Sofonías 2, 3) y de seguirle siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas.
[Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. En italiano, comenzó diciendo:]
Se celebra en este domingo la Jornada Mundial de los Enfermos de Lepra, promovida en los años cincuenta del siglo pasado por Raoul Follereau y reconocida oficialmente por la ONU. A pesar de que el número de los enfermos está disminuyendo, por desgracia la lepra todavía golpea a muchas personas en condiciones de grave miseria. A todos los enfermos les aseguro una oración especial, que extiendo también a quienes les asisten y a quienes se comprometen de diferentes maneras por derrotar el mal de Hansen. Saludo en particular a la Asociación Italiana Amigos de Raoul Follereau, que cumple cincuenta años de actividad.
En los próximos días, en varios países del Lejano Oriente, se celebra, con alegría, especialmente en la intimidad de las familias, el año nuevo lunar. A todos esos grandes pueblos les deseo de corazón serenidad y prosperidad.
Hoy se celebra también la Jornada Internacional de Intercesión por la Paz en Tierra Santa. Me uno al patriarca latino de Jerusalén y al custodio de Tierra Santa para invitar a todos a rezar al Señor para que permita la convergencia de las mentes y los corazones en proyectos concretos de paz.
Con alegría dirijo un caluroso saludo a los muchachos y muchachas de la Acción Católica de la diócesis de Roma, dirigidos por el cardenal vicario Agostino Vallini. Queridos muchachos, este año también sois numerosos, al final de vuestra Caravana de la Paz, cuyo lema era «¡Contamos con la paz!». Escuchemos ahora el mensaje que vuestros amigos, que se encuentran a mi lado, nos leerán.
[En español, el Papa dijo: ]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, en particular a los fieles de diversas parroquias de las diócesis de Valencia, Cádiz y Jerez de la Frontera. El anuncio de las Bienaventuranzas, que hoy nos presenta la liturgia, es una clara propuesta del Señor para vivir en comunión con Él y alcanzar la auténtica felicidad. Quien acoge con radicalidad este programa de vida, encuentra la fuerza necesaria para colaborar en la edificación del Reino de Dios y ser instrumento de salvación. Feliz domingo.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Libreria Editrice Vaticana]