¿Qué relación hay entre la religión y el sistema artístico?

Por Rodolfo Papa*

ROMA, martes 1 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Con la expresión “sistema artístico” comprendo el total de principios y reglas que son necesarios en un sistema de signos, articulando el significado. Por ejemplo son sistemas artísticos distintos el sistema figurativo, el sistema no figurativo y el anicónico. Con religión quiero decir cualquier credo, de toda época y lugar.

Interrogarse sobre la relación que hay entre las religiones y los sistemas artísticos puede abrir un inmenso abanico de opciones, organizadas según reflexiones sobre aspectos poco comunes del arte, de su historia, de sus teorías, y por último también en el arte sacro en cuanto a tal. La pregunta inicial se concreta en una pregunta posterior, desde la repuesta más difícil es decir: ¿el vínculo entre religiones y sistemas artísticos es imprescindible?, ¿existe una especie de relación de reciprocidad biunívoca entre un mundo de creencias y el mundo de los signos del que es expresión?

Este tipo de reflexiones puede ser realizada tomando en consideración la historia de los pueblos, de sus religiones y de sus expresiones artísticas, indagando con sensibilidad antropológico-cultural, estando atentos no sólo al mero registro de los hechos, sino buscando vínculos y motivaciones. En el breve espacio de mi intervención, buscaré la manera de recoger algún indicio en este proceso histórico-artístico-cultural, proponiendo sólo algunos puntos de reflexión, útiles para una teorización más amplia y sistemática.

Algunas relaciones entre religión y arte son muy famosas, incluso pueden servir como puntos de referencia paradigmática. Por ejemplo es muy conocido el nexo entre el aniconismo y el Islam, motivado por la necesidad teológica de no tener representaciones figurativas dentro del complejo sistema de decoraciones simbólicas de los lugares sagrados. Otro conocido y estudiado es la prohibición de la representación antropomórfica en la tradición judía, que se coloca en clara relación con un sistema teórico que ha desarrollado, en el curso de la milenaria historia del pueblo hebreo, múltiples posibilidades simbólicas mediante signos abstractos o decorativos, capaces de traducir al arte un mundo de sabiduría, como es el caso de las decoraciones textiles de las alfombras sefarditas.

Por tanto el monoteísmo judío y el monoteísmo islámico ofrecen una clara opción de sistemas fundamentalmente no figurativos. Muy interesante es el análisis de las expresiones artísticas de poblaciones que practicaban, y todavía practican, cultos naturalistas, panteístas, ya que se destaca en los productos artesanales de estas culturas, un sistema de signos recurrente, es decir una vasta gama de signos zoomórficos, fitomórficos y sobre todo informales y abstractos de tipo geométrico o amorfo; este uso de un vocabulario más amplio de signos pero en el que todos tienden a un sistema de geometrización o estilización, nos ayuda a comprender como este inmenso vocabulario de signos, formas y composiciones tenga un profunda relación con el mundo denso de los espíritus y de seres más o menos demoníacos que tiene lugar en la dimensión cultural y cultual de estos pueblos. La antropología cultural y la historia de las artes, trabajando juntos, revelan un mundo de artefactos, que van desde los utensilios domésticos más simples hasta los verdaderos y propios instrumentos del culto, llenos de signos apotropaicos, que se asignan a espíritus positivos o negativos que presiden o protegen un lugar o una actividad o una determinada acción humana.

Profundizando en el estudio, esta tipología de sistema representativo es quizás una de las más difundidas en el planeta y cronológicamente está entre las primeras que apareció en el inmenso mundo de las expresiones artísticas. Aquí encontramos de hecho expresión, en una clasificación sumaria de los hallazgos arqueológicos que abarcan múltiples dimensiones culturales, de muchos ejemplos: desde los dibujos rupestres a los tapa polinesios, desde los jarrones de Kamares a las decoraciones de tambores lapones, desde los cuencos itálicos de la Edad de Hierro, a las estelas daunias del siglo V a.C. a los mandala tibetanos.

Un sentido difundido de la sacralidad, que coincide con el mundo natural y se esconde y se expresa en las fuerzas de la naturaleza, dando lugar, por tanto, a visiones cosmológicas en las que prevalece la simbología geométrica y el signo abstracto. Muy distinta es la situación de la mitología politeísta de los antiguos griegos, en los que los dioses, si bien se adaptaban a los elementos naturales, estaban representados como verdaderas y propias personificaciones de las formas humanas. El antropomorfismo de tal declinación religiosa ha producido un sistema de signos particularmente implicado en la representación de la figura humana. El dios griego del mar tiene un cuerpo humano, no es el espíritu del río: necesita por tanto de un sistema de signos para ser expresado. El politeísmo griego y otros politeísmos de la antigüedad han creado sistemas artísticos en su mayoría figurativos.

Finalmente, constituye un caso particular, una excepción que lleva a su cumplimiento y a la madurez plena a los signos figurativos, el monoteísmo cristiano. El misterio de la trascendencia de Dios está iluminado por el misterio de la Encarnación: Dios se hace hombre y nos revela que Dios Uno es Trino, y que en el rostro de Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, se ve el rostro del Padre. El arte cristiano se encuentra enseguida dedicada a observar un rostro y reproducirlo. La opción para el sistema figurativo se vuelve ineludible: la dimensión histórica de la vida de Jesús, y después la vida de sus discípulos, de sus apóstoles, de su Iglesia, impone un sistema figurativo y narrativo.

Sin embargo no faltan, desde el principio, tentaciones anicónicas, el temor de ensuciar la trascendencia con la figuración, la respuesta definitiva a estos temores está en el Decreto sulle immagini del Concilio de Nicea II, pero sobre todo está en la seguridad de una ininterrumpida tradición bimilenaria que ha llevado a su culmen al sistema figurativo, perfeccionando la expresión para hacerlo apto a la representación de la visión de la realidad creada y redimida, en la que la belleza natural es signo y expresión de la infinita Belleza de Dios. El vínculo entre las religiones y los sistemas artísticos aparece sólido y profundo, vivo y fecundo; cada sistema de signos expresa un total de creencias, una visión religiosa del cosmos y del hombre. Y existe, también, de forma recíproca, un nexo fuerte e indisoluble entre el signo y la idea religiosa, entre el sistema artístico y el mundo religioso que los ha producido.

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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* Rodolfo Papa es historiador de arte, profesor de historia de las teorías estéticas en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma; presidente de la Accademia Urbana delle Arti. Pintor, miembro ordinario de laPontificia Insigne Accademia di Belle Arti e Lettere dei Virtuosi al Pantheon. Autor de ciclos pictóricos de arte sacro en diversas basílicas y catedrales. Se interesa en cuestiones iconológicas relativas al arte del Renacimiento y el Barroco, sobre el que ha escrito monografías y ensayos; especialista en Leonardo y Caravaggio, colabora con numerosas revistas; tiene desde el año 2000 un espacio semanal de historia del arte cristiano en Radio Vaticano. 

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ZENIT Staff

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