CIUDAD DEL VATICANO, viernes 4 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Por su interés, ofrecemos a continuación las Orientaciones, también llamadas Lineamenta, de la próxima Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, que se celebrará en octubre de 2012 en Roma, y que ha sido hecho público hoy por la Santa Sede.
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SÍNODO DE LOS OBISPOS
XIII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE CRISTIANA
LINEAMENTA
ÍNDICE
Prefacio
Introducción
1. La urgencia de una nueva evangelización
2. El deber de evangelizar
3. Evangelización y discernimiento
4. Evangelizar en el mundo de hoy, a partir de sus desafíos
Preguntas
Primer Capítulo
Tiempo de “nueva evangelización”
5. “Nueva evangelización”. El significado de una definición
6. Los escenarios de la nueva evangelización
7. Como cristianos frente a estos nuevos escenarios
8. “Nueva evangelización” y deseo de espiritualidad
9. Nuevos modos de ser Iglesia
10. Primera evangelización, atención pastoral, nueva evangelización
Preguntas
Segundo Capítulo
Proclamar el Evangelio de Jesucristo.
11. El encuentro y la comunión con Cristo, finalidad de la transmisión de la fe
12. La Iglesia transmite la fe que ella misma vive
13. La Palabra de Dios y la transmisión de la fe
14. La pedagogía de la fe
15. Las Iglesias locales, sujetos de la transmisión
16. Dar razón: el estilo de la proclamación
17. Los frutos de la transmisión de la fe
Preguntas
Tercer Capítulo
Iniciar a la experiencia cristiana
18. La iniciación cristiana, proceso evangelizador
19. El primer anuncio como exigencia de formas nuevas del discurso sobre Dios
20. Iniciar a la fe, educar en la verdad
21. El objetivo de una “ecología de la persona humana”
22. Evangelizadores y educadores en cuanto testigos
Preguntas
Conclusión
23. El fundamento de la “nueva evangelización” en María y en Pentecostés
24. La “nueva evangelización”, visión para la Iglesia de hoy y de mañana
25. La alegría de la evangelización
Prefacio
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20). Con estas palabras, Jesucristo, antes de subir al cielo y sentarse a la derecha de Dios Padre (cf. Ef1, 20), envió a sus discípulos a proclamar la Buena Noticia al mundo entero. Ellos representaban un pequeño grupo de testigos de Jesús de Nazaret, de su vida terrena, de su enseñanza, de su muerte y sobre todo de su resurrección (cf. Hch 1, 22). La tarea era inmensa, más allá de sus posibilidades. Para darles coraje el Señor Jesús promete la venida del Paráclito, que el Padre enviará en su nombre (cf. Jn 14, 26) y que los «guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13). Además, asegura su presencia constante: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
Después del acontecimiento de Pentecostés, cuando el fuego del amor de Dios se posó sobre los apóstoles (cf. Hch 2, 3) unidos en oración «en compañía de algunas mujeres, y de María la madre de Jesús» (Hch 1, 14), el mandato del Señor Jesús comenzó a realizarse. El Espíritu Santo, que Jesucristo da en abundancia (cf. Jn 3, 34), está en el origen de la Iglesia, que es por naturaleza misionera. En efecto, apenas recibida la unción del Espíritu, san Pedro Apóstol «presentándose … levantó su voz» (Hch 2, 14) proclamando la salvación en nombre de Jesús, «que Dios ha constituido Señor y Cristo» (Hch 2, 36). Transformados por el don del Espíritu, los discípulos se dispersaron por el mundo entonces conocido y difundieron el«Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1, 1). Su anuncio ha llegado a las regiones de la cuenca Mediterránea, de Europa, de África y de Asia. Guiados por el Espíritu, don del Padre y del Hijo, sus sucesores han continuado dicha misión, que conserva su actualidad hasta el fin de los siglos. Mientras la Iglesia exista debe anunciar el Evangelio de la venida del Reino de Dios, la enseñanza de su Maestro y Señor y, sobre todo, la persona de Jesucristo.
La expresión «el Evangelio», τò εύ αγγέλιον, era usada ya en la época del nacimiento de la Iglesia. La emplea a menudo san Pablo para indicar la predicación del Evangelio, que Dios le ha confiado (cf. 1 Ts 2, 4) «entre frecuentes luchas» (1 Ts 2, 2), y toda la nueva economía de la salvación (cf. 1 Ts 1, 5 ss; Gal 1, 6-9 ss). Además de Marco (cf. Mc 1, 14.15; 8, 35; 10, 29; 13, 10; 14, 9; 16, 15), el término Evangelio es usado también por el evangelista Mateo, asiduamente en la combinación específica «el Evangelio del Reino» (Mt 9, 35; 24, 14; cf. 26, 13). San Pablo utiliza también el término evangelizar (εύ αγγελίσασθαι, cf. 2 Co 10, 16), que se encuentra en los Hechos de los Apóstoles (cf. en particular Hch 8, 4. 12. 25. 35. 40), y cuyo uso ha tenido un notable desarrollo en la historia de la Iglesia.
En tiempos recientes con el término evangelización se indica la actividad eclesial en su totalidad. La Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, publicada el 8 de diciembre de 1975, comprende dentro de tal categoría la predicación, la catequesis, la liturgia, la vida sacramental, la piedad popular, el testimonio de vida de los cristianos (cf. EN 17, 21, 48 ss).En dicha Exhortación el Siervo de Dios, el Papa Pablo VI, ha recogido los resultados de la Tercera Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada del 27 de septiembre al 26 de octubre de 1974 sobre el tema La evangelización en el mundo moderno. El Documento ha dato un notable dinamismo a la acción evangelizadora de la Iglesia en las décadas sucesivas, que ha sido acompañado por una auténtica promoción humana (cf. EN29, 38, 70).
En el amplio contexto de la evangelización, una atención particular es reservada al anuncio de la Buena Noticia a las personas y a los pueblos que todavía no conocen el Evangelio de Jesucristo. A ellos se dirige la missio ad gentes. Ésta ha caracterizado la actividad constante de la Iglesia, aunque haya habido momentos privilegiados en algunos períodos históricos. Basta pensar en la epopeya misionera del continente americano, o luego, en las misiones en África, Asia y Oceanía. Con el Decreto Ad gentes, el Concilio Vaticano II ha subrayado la naturaleza misionera de toda la Iglesia. Según el mandato de su fundador Jesucristo, los cristianos no solo deben sostener, con la oración y el apoyo material, a los misioneros, o sea a las personas dedicadas al anuncio a los no cristianos, sino también están llamados ellos mismos a contribuir a la difusión del Reino de Dios en el mundo, según los modos y la vocación propios. Esta responsabilidad se hace particularmente urgente en la actual fase de globalización en la cual, por diversas razones, no pocas personas que no conocen a Jesucristo emigran hacia los Países de antigua tradición cristiana y, por lo tanto, entran en contacto con los cristianos, testigos del Señor
resucitado, presente en su Iglesia, en modo especial en su Palabra y en los sacramentos.
En el curso de sus 45 años, el Sínodo de los Obispos ha tratado el tema de la missio ad gentesen varias Asambleas. Por una parte, ha tenido presente la naturaleza misionera de toda la Iglesia y, por otra parte, las indicaciones del Concilio Ecuménico Vaticano II que, en el Decreto conciliar Ad gentes, ha confirmado el interés misionero como importante finalidad de la misma actividad del Sínodo de los Obispos: «Perteneciendo, ante todo, al cuerpo de los Obispos la preocupación de anunciar el Evangelio en todo el mundo, el sínodo de los Obispos, o sea “el Consejo estable de Obispos para la Iglesia universal”, entre los negocios de importancia general, considere especialmente la actividad misional deber supremo y santísimo de la Iglesia» (AG29).
En las últimas décadas se ha hablado también de la urgencia de la nueva evangelización.Teniendo presente que la evangelización constituye el horizonte ordinario de la actividad de la Iglesia y del anuncio del Evangelio ad gentes –que exige la formación de comunidades locales, las Iglesias particulares, en los Países misioneros de la primera evangelización– la nueva evangelización es más bien dirigida a aquellos que se han alejado de la Iglesia en los Países de antigua cristiandad. Este fenómeno, lamentablemente, existe con diversos matices también en los Países donde la Buena Noticia ha sido anunciada en los últimos siglos, pero todavía no ha sido suficientemente acogida hasta transformar la vida personal, familiar y social de los cristianos. Así lo han puesto de relieve las Asambleas Especiales del Sínodo de los Obispos, de carácter continental, celebradas como preparación al Año Jubilar del 2000. Se trata de un gran desafío para la Iglesia universal. Por esta razón, Su Santidad Benedicto XVI, después de haber sentido el parecer de sus hermanos en el episcopado, ha decidido convocar la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, que tendrá lugar desde el 7 hasta el 28 de octubre de 2012. Retomando la reflexión desarrollada hasta el presente sobre el tema, la Asamblea sinodal tendrá como finalidad examinar la situación actual en las Iglesias particulares, para implementar, en comunión con el Santo Padre Benedicto XVI, Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia, nuevos modos y expresiones de la Buena Noticia que ha de ser trasmitida al hombre contemporáneo con renovado entusiasmo, como lo hacen los santos, testigos gozosos del Señor Jesucristo, «Aquel que era, que es y que va a venir» (Ap 4, 8). Se trata de un desafío para extraer, como el escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los cielos, cosas nuevas y cosas viejas del precioso tesoro de la Tradición (cf. Mt 13, 52).
Los Lineamenta que ahora presentamos, redactados con la ayuda del Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, representan una etapa importante en la preparación de la Asamblea sinodal. Al final de cada capítulo se encuentran algunas preguntas que tienen como finalidad facilitar la discusión a nivel de la Iglesia universal. En efecto, los Lineamenta se envían a los Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, a las Conferencias Episcopales, a los Dicasterios de la Curia Romana y a la Unión de los Superiores Generales, organismos con los cuales la Secretaría General del Sínodo de los Obispos mantiene relaciones oficiales. Tales órganos eclesiales procuran favorecer la reflexión del mencionado documento en las respectivas estructuras: diócesis, zonas pastorales, parroquias, congregaciones, asociaciones, movimientos, etc. Las respuestas de dichos organismos deberían ser resumidas por los responsables de las Conferencias Episcopales, de los Sínodos de los Obispos, así como también de los otros organismos enumerados, y luego deberían ser enviadas a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos antes del 1º de noviembre de 2011, solemnidad de Todos los Santos. Con la ayuda del Consejo Ordinario, las respuestas serán atentamente analizadas e integradas en elInstrumentum laboris, documento de trabajo de la próxima Asamblea sinodal.
Mientras se agradece anticipadamente por la eficaz colaboración, que representa un valioso intercambio de dones, de preocupaciones y de atenciones pastorales, confiamos el proceso de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos a la maternal protección de la Beata Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización. Su intercesión obtenga para la Iglesia la gracia de renovarse en el Espíritu Santo de modo que en nuestro tiempo pueda poner en práctica, con renovado entusiasmo, el mandamiento del Señor resucitado: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15).
Vaticano, 2 de febrero de 2011, Fiesta de la Presentación del Señor.
Nikola Eterović
Arzobispo titular de Cibale
Secretario General
Introducción
«Fui hallado de quienes no me buscaban; me manifesté a quienes no preguntaban por mí» (Rm 10, 20)
1. La urgencia de una nueva evangelización
Al concluir la celebración de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Medio Oriente, el Papa Benedicto XVI ha puesto claramente el tema de la nueva evangelización en el primer puesto en la agenda de nuestra Iglesia. «Se ha evocado muchas veces la urgente necesidad de una nueva evangelización también para Oriente Medio. Se trata de un tema muy extendido, sobre todo en los países de antigua cristianización. También la reciente creación del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización responde a esta profunda exigencia. Por eso, después de haber consultado al Episcopado de todo el mundo y después de haber escuchado al Consejo ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los obispos, he decidido dedicar la próxima Asamblea General Ordinaria, en 2012, al siguiente tema: Nova evangelizatio ad christianam fidem tradendam, La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».[1]
Como él mismo lo recuerda, la decisión de dedicar esta Asamblea al tema de la nueva evangelización ha de leerse en el contexto de un plan unitario, que tiene como sus recientes etapas la creación de un dicasterio ad hoc[2] y la publicación de la Exhortación Apostólica postsinodalVerbum Domini;[3] un plan que está fundado en el empeño de una renovada acción evangelizadora, que ha animado el magisterio y el ministerio apostólico del Papa Pablo VI y del Papa Juan Pablo II. Desde el Concilio Vaticano II hasta el presente, la nueva evangelización ha sido siempre presentada, cada vez con más claridad, como el instrumento gracias al cual es posible enfrentar a los desafíos de un mundo en acelerada transformación, y como el camino para vivir el don de ser congregados por el Espíritu Santo para realizar la experiencia del Dios, que es para nosotros Padre, dando testimonio y proclamando a todos la Buena Noticia –el Evangelio– de Jesucristo.
2. El deber de evangelizar
La Iglesia, que anuncia y transmite la fe, imita el modo de actuar del mismo Dios, el cual se manifiesta a la humanidad ofreciendo el Hijo, vive en la comunión trinitaria, infunde el Espíritu Santo para comunicarse con la humanidad. Para que la evangelización sea eco de esta comunicación divina, la Iglesia debe dejarse plasmar por la acción del Espíritu y conformarse a Cristo crucificado, el cual revela al mundo el rostro del amor y de la comunión de Dios. De este modo descubre su vocación de Ecclesia mater que engendra hijos para el Señor, transmitiendo la fe, enseñando el amor que genera y nutre a los hijos.
En el cor
azón del anuncio está Jesucristo, en el cual se cree y del cual se da testimonio. Transmitir la fe significa esencialmente transmitir las Escrituras, principalmente el Evangelio, que permiten conocer a Jesús, el Señor.
Precisamente el Papa Pablo VI, lanzando nuevamente la prioridad de la evangelización, recordaba a todos los fieles: «No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza – lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio –, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?».[4] La pregunta, con la cual concluye Evangelii nuntiandi, suena a nuestros oídos como una exégesis original del texto de san Pablo del cual partimos y nos ayuda a colocarnos inmediatamente en el corazón del tema, que en el presente texto deseamos afrontar: la absoluta centralidad de la tarea evangelizadora para la Iglesia de hoy. Verificar la experiencia vivida, nuestra actitud respecto a la evangelización, es útil a nivel funcional, para mejorar aspectos prácticos de nuestras actividades y nuestras estrategias de anuncio. Dicha verificación, más profundamente, es el camino para interrogarnos hoy sobre la calidad de nuestra fe, sobre nuestro modo de sentirnos y ser cristianos, discípulos de Jesucristo invitados a anunciarlo al mundo, a ser testigos que, imbuidos del Espíritu Santo (cf. Lc24, 49 s; Hch 1, 8), están llamados a convertir a los hombres de todas las naciones en discípulos(cf. Mt 28, 19 s).
La palabra de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35) es emblemática sobre la posibilidad de un anuncio frustrado de Cristo, en cuanto incapaz de transmitir vida. Los dos de Emaús anuncian un muerto (cf. Lc 24, 21-24), comentan la propia frustración y la pérdida de esperanza. Ellos hablan de la posibilidad, para la Iglesia de todos los tiempos, de un anuncio que no da vida, pero que tiene encerrados en la muerte el Cristo anunciado, los anunciadores y los destinatarios del anuncio. La pregunta acerca de la transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y solitaria, sino más bien un evento comunitario, eclesial, no debe orientar las respuestas en el sentido de la búsqueda de estrategias comunicativas eficaces y ni siquiera debe centrar la atención analíticamente en los destinatarios, por ejemplo los jóvenes, sino que debe ser formulada como una pregunta que se refiere al sujeto encargado de esta operación espiritual. Debe transformarse en una pregunta de la Iglesia sobre sí misma. Esto permite encuadrar el problema de manera no extrínseca, sino correctamente, porque cuestiona a toda la Iglesia en su ser y en su vivir. Tal vez así se pueda comprender también que el problema de la infecundidad de la evangelización hoy, de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema eclesiológico, que se refiere a la capacidad o a la incapacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una máquina o una empresa.
«La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza».[5] Esta afirmación del Concilio Vaticano II reasume en modo simple y completo la Tradición eclesial: La Iglesia es misionera porque se origina en la misión de Jesucristo y en la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre.[6] Además, la Iglesia es misionera porque asume como protagonista este origen, haciéndose anunciadora y testigo de esta Revelación de Dios y congregando el pueblo de Dios disperso, para que se pueda cumplir aquella profecía del profeta Isaías que los Padres de la Iglesia han leído como dirigida a ella: «Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblará» (Is 54, 2-3).[7]
Las afirmaciones del apóstol Pablo «predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9, 16) se pueden así aplicar y entender en relación a la Iglesia en su conjunto. Como nos recuerda el Papa Pablo VI: «la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia… Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar».[8]
En esta doble dinámica, misionera y evangelizadora, la Iglesia no reviste solo el papel del actor, de sujeto de la proclamación, sino también el rol reflexivo de la escucha y del discipulado. En cuanto evangelizadora, la Iglesia comienza con evangelizarse a sí misma.[9] La Iglesia sabe que ella es el fruto visible de esa ininterrumpida obra de evangelización que el Espíritu guía a través de la historia, para que el pueblo de los redimidos dé testimonio de la memoria viviente del Dios de Jesucristo. Hoy podemos sostener con mayor convicción todavía esta certeza que es nuestra, porque venimos de una historia que nos ofrece páginas extraordinarias de coraje, entrega, audacia, intuición y razón; páginas que nos han dejado muchos ecos y huellas en textos, oraciones, modelos y métodos pedagógicos, itinerarios espirituales, caminos de iniciación a la fe, obras e instituciones educativas.
3. Evangelización y discernimiento
Es importante para la Iglesia reconocer esta dimensión de escucha y discipulado inscripta en la obra de evangelización por un segundo motivo, además de aquel apenas indicado del agradecimiento y de la contemplación de las mirabilia Dei. La Iglesia se reconoce a sí misma como fruto de esa evangelización, y no sólo como agente, porque está convencida de que la dirección de todo este proceso no está en sus manos, sino en las de Dios, que la guía en la historia a través del Espíritu. Como lo da a entender bien san Pablo en el texto que hace de puerta de ingreso a esta introducción, la Iglesia es consciente que la dirección de la acción evangelizadora corresponde al Espíritu Santo: en Él confía para reconocer los instrumentos, los tiempos y los espacios de aquel anuncio que ella es llamada a vivir. Lo sabía bien san Pablo, que en un momento de fuertes cambios, como fue aquel de los orígenes de la Iglesia, reconoció, no solo “teóricamente” sino también “prácticamente”, a Dios el primado en la organización y en el desarrollo de la evangelización; y logró dar las razones de ese primado tomando como punto de referencia las Escrituras, especialmente los Profetas.
El apóstol Pablo concede este primado a la acción del Espíritu al interno de un momento muy intenso y significativo para la Iglesia naciente: a los creyentes, en efecto, les parece que los caminos a recorrer sean otros; los primeros cristianos se muestran inciertos frente a algunas opciones de fondo que han de asumirse. El proceso de evangelización se transforma en un proceso de discernimiento; el anuncio exige que antes haya un momento de escucha, comprensión e interpretación.
Nuestro tiempo se muestra, en este sentido, muy similar a la situación vivida por san Pablo: también nosotros nos encontramos como cristianos inmersos en un período de fuertes cambios históricos y culturales, como tendremos modo de ver mejor más adelante. También para nosotros la acción de evangelizar exige una acción de discernimiento análoga, simétrica y contemporánea. Ya hace más de cuarenta años el Concilio Vaticano II afirmaba: «El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero».[10] Estos cambios de los cuales el Concilio nos habla, se multiplicaron en el período sucesivo a su celebración y, a diferencia de aquel
los años, no inducen sólo a la esperanza, no suscitan solo esperanzas utópicas, sino que además generan incluso miedo y siembran desconfianza. También la primera década de este nuevo siglo / milenio ha sido el teatro de transformaciones que han signado en modo indeleble, y en más de un caso en modo dramático, la historia de los hombres.
Nos encontramos en un momento histórico de grandes cambios y tensiones, de pérdida de equilibrio y de puntos de referencia. Esta época nos lleva a vivir cada vez más sumergidos en el presente y en lo provisional, haciendo siempre más difícil la escucha y la transmisión de la memoria histórica, y el compartir valores sobre de los cuales construir el futuro de las nuevas generaciones. En este cuadro la presencia de los cristianos, la acción de sus instituciones, es percibido en modo menos espontáneo y con mayores sospechas; en las últimas décadas se han multiplicado los interrogantes críticos dirigidos a la Iglesia y a los cristianos, al rostro del Dios que anunciamos. La tarea de la evangelización se encuentra así frente a nuevos desafíos, que cuestionan prácticas ya consolidadas, que debilitan caminos habituales y estandarizados; en una palabra, que obligan a la Iglesia a interrogarse nuevamente sobre el sentido de sus acciones de anuncio y de transmisión de la fe. La Iglesia no llega, sin embargo, sin preparación frente a tal desafío: con éste se ha ya confrontado en las Asambleas que el Sínodo de los Obispos ha dedicado en modo específico al tema del anuncio y de la transmisión de la fe, como las correspondientes exhortaciones apostólicas –Evangelii nuntiandi y Catechesi tradendae– lo atestiguan. La Iglesia ha vivido en estos dos eventos un momento significativo de revisión y de revitalización del propio mandato evangelizador.
4. Evangelizar en el mundo de hoy, a partir de sus desafíos
El texto de San Pablo, que nos guía en esta introducción nos ayuda así a comprender el sentido y las razones de la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, para la cual nos estamos preparando. En un tiempo extenso y también caracterizado por cambios y transformaciones es útil para la Iglesia dedicar momentos y ocasiones de escucha y de confrontación recíproca, para que se mantenga en un nivel alto de calidad el ejercicio del discernimiento exigido por la acción evangelizadora, que, como Iglesia, estamos llamados a vivir. La próxima Asamblea General Ordinaria desea ser un momento privilegiado, una etapa significativa de este camino de discernimiento. A partir de las Asambleas sobre la evangelización y sobre la catequesis el contexto socio-cultural se ha confrontado con cambios importantes y también imprevistos, cuyos efectos – como en el caso de la crisis económico-financiera – resultan todavía bien visibles y activos en nuestras respectivas realidades locales. La misma Iglesia ha sido tocada en modo directo por estos cambios, ha sido obligada a enfrentarse con interrogantes, con fenómenos que han de ser comprendidos, con prácticas que deben ser corregidas, con caminos y realidades en los cuales ha de infundirse en modo nuevo la esperanza evangélica. Un contexto como éste nos lleva en modo natural hacia la próxima Asamblea sinodal. De la escucha y la confrontación recíproca todos resultaremos enriquecidos y preparados para reconocer aquellos caminos que Dios, a través de su Espíritu, está construyendo para manifestarse y dejarse encontrar por los hombres, según la imagen del profeta Isaías (cf. Is 40, 3; 57, 14; 62, 10).
Un discernimiento exige la identificación de objetos y de temas sobre los cuales hacer converger nuestra mirada y a partir de los cuales activar la escucha y la confrontación recíproca. Con la finalidad de sostener la acción evangelizadora y los cambios con ella relacionados, nuestro ejercicio de discernimiento debe colocar en el centro de la atención los capítulos esenciales de esta práctica eclesial: el nacimiento, la difusión y el progresivo afirmarse de una “nueva evangelización” en nuestras Iglesias; las modalidades con la cuales la Iglesia hace suya y vive hoy la tarea de transmitir la fe; el rostro y la aplicación concreta que asumen en nuestro presente los instrumentos a disposición de la Iglesia para engendrar en la fe (iniciación cristiana, educación), y los desafíos con los cuales esos instrumentos están llamados a confrontarse. Estos capítulos constituyen la clave del presente texto. Su objetivo es incentivar la escucha y la confrontación, para ampliar los confines de aquel discernimiento ya en acto en nuestra Iglesia, y darles así una resonancia y un eco todavía más católicos y universales.
Preguntas
El discernimiento del cual hablamos es, por su misma naturaleza, siempre histórico y determinado: parte de un hecho concreto y se estructura como reacción a un evento determinado. Aún compartiendo en modo genérico el mismo espacio cultural, nuestras Iglesias locales han vivido, en estas décadas, períodos y episodios en este camino de discernimiento que son únicos, típicos del propio contexto y de la propia historia.
1. ¿Qué episodios es útil comunicar a las otras Iglesias locales? 2. ¿Qué ejercicios de discernimiento histórico sería útil compartir en el seno de la catolicidad de la Iglesia, para que, de la recíproca escucha de estos eventos, la Iglesia universal pueda reconocer los caminos que el Espíritu Santo le indica para la obra de la evangelización? 3. El tema de la “nueva evangelización” ha conocido ya una difusión capilar en nuestras Iglesias locales. ¿Cómo ha sido asumido y aplicado? ¿A qué procesos interpretativos ha dado origen? 4. ¿Qué acciones pastorales han sido beneficiadas en modo particular con la asunción del tema de la “nueva evangelización”? ¿Qué acciones pastorales han experimentado un cambio y un relance significativo? ¿Cuáles, en cambio, han desarrollado formas de resistencia y tomas de distancia de tal temática?
Primer Capítulo
Tiempo de “nueva evangelización”
«¿Cómo creerán en aquel a quién no han oído ? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rm10, 14)
5. “Nueva evangelización”. El significado de una definición
Aunque la expresión «nueva evangelización» haya sido ciertamente divulgada y suficientemente asimilada, sigue siendo una definición aparecida recientemente en el universo de la reflexión eclesial y pastoral, y por lo tanto, un significado no siempre claro y estable. Habiendo sido introducido por el Papa Juan Pablo II, inicialmente –sin un particular énfasis, y casi sin dejar presagiar el papel que habría asumido ulteriormente– durante su viaje apostólico en Polonia,[11] el término “nueva evangelización” ha sido retomado y relanzado por el mismo Pontífice sobre todo en su Magisterio dirigido a las Iglesias de América Latina. El Papa Juan Pablo II recurre a esta expresión para hacer de ella un instrumento de intrepidez; la introduce como un medio de comunicación de energías en vista de un nuevo fervor misionero y evangelizador. A los Obispos de América Latina se dirige así: «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».[12] No se trata de hacer nuevamente una cosa que ha sido mal hecha o que no ha funcionado, de modo que la nueva acción se convierta en un juicio implícito sobre el desacierto de la primera. La nueva evangelización no es una reduplicación de la primera, no es una simple repetición, sino que consiste en el coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio. El Continente latino-americano se encontraba llamado, en aq
uel período, a hacer frente a nuevos desafíos (la difusión de la ideología comunista, la aparición de las sectas). La nueva evangelización es la acción que sigue al proceso de discernimiento con el cual la Iglesia en América Latina está llamada a leer y evaluar la situación en la cual se encuentra.
En esta acepción, el término es retomado y relanzado en el Magisterio del Papa Juan Pablo II dirigido a la Iglesia universal. «Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu»:[13] la nueva evangelización es una acción sobre todo espiritual, es la capacidad de hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los primeros cristianos, de los primeros misioneros. Por lo tanto, es una acción que exige un proceso de discernimiento acerca del estado de salud del cristianismo, la verificación de los pasos cumplidos y de las dificultades encontradas. Explicará más adelante el mismo Papa Juan Pablo II: «La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero. En un mundo que, con la desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse a una en la única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio. “Las llamadas Iglesias más jóvenes – han dicho los Padres sinodales – necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias”».[14]
Ya estamos en condiciones de comprender el funcionamiento dinámico correspondiente al concepto de “nueva evangelización”: a tal concepto se recurre para indicar el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su anuncio y a su testimonio, en correspondencia con los fuertes cambios en acto. A estos desafíos la Iglesia responde no resignándose, no cerrándose en sí misma, sino promoviendo una obra de revitalización de su propio cuerpo, habiendo puesto en el centro la figura de Jesucristo, el encuentro con Él, que da el Espíritu Santo y las energías para un anuncio y una proclamación del Evangelio a través de nuevos caminos, capaces de hablar a las culturas contemporáneas.
Así configurado, el concepto de “nueva evangelización” ha sido asumido y nuevamente impulsado en las Asambleas Sinodales Continentales, celebradas como preparación al Jubileo del 2000, manifestándose ya como un término adquirido dentro de las reflexiones pastorales y eclesiales de las Iglesias locales. “Nueva evangelización” es sinónimo: de renovación espiritual de la vida de fe de las Iglesias locales, de puesta en marcha de caminos de discernimiento de los cambios que están afectando la vida cristiana en varios contextos culturales y sociales, de relectura de la memoria de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías en vista de una proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo.[15] Suficientemente sintéticas y ejemplares son las palabras del Papa Juan Pablo II dirigidas a la Iglesia en Europa, al hablar de «la urgencia y la necesidad de la “nueva evangelización”» mientras se toma cada vez más consciencia «de que Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo».[16]
No obstante esta difusión y notoriedad, la expresión no logra, de todos modos, ser recibida en modo pleno y total en el debate, dentro de la Iglesia y dentro de la cultura. Al respecto, permanecen algunas reservas, como si con esta expresión se quisiera elaborar un juicio de desaprobación y una remoción de algunas páginas del pasado reciente de la vida de las Iglesias locales. Existe quien duda que la “nueva evangelización” cubra o esconda la intención de nuevas acciones de proselitismo de parte de la Iglesia, principalmente en relación a las otras confesiones cristianas.[17] Se tiende a pensar que con esta definición se realice un cambio en la actitud de la Iglesia hacia aquellos que no creen, transformados en objetos de persuasión y no ya vistos como interlocutores en el contexto de un diálogo que nos descubre a todos unidos por la misma humanidad y en la búsqueda de la verdad de nuestra existencia. A esta última preocupación ha querido prestar atención y también dar una respuesta el Papa Benedicto XVI en su viaje apostólico a la República Checa: «Me vienen aquí a la mente las palabras que Jesús cita del profeta Isaías, es decir, que el templo debería ser una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56, 7; Mc 11, 17). Él pensaba en el llamado “patio de los gentiles”, que desalojó de negocios ajenos a fin de que el lugar quedara libre para los gentiles que querían orar allí al único Dios, aunque no podían participar en el misterio, a cuyo servicio estaba dedicado el interior del templo. Lugar de oración para todos los pueblos: de este modo se pensaba en personas que conocen a Dios, por decirlo así, sólo de lejos; que no están satisfechos de sus dioses, ritos y mitos; que anhelan el Puro y el Grande, aunque Dios siga siendo para ellos el “Dios desconocido” (cf. Hch 17, 23). Debían poder rezar al Dios desconocido y, sin embargo, estar así en relación con el Dios verdadero, aun en medio de oscuridades de diversas clases. Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de “patio de los gentiles” donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia».[18]
Nosotros, en cuanto creyentes, debemos amar también a las personas que se retienen agnósticas o ateas. Ellas, tal vez, se asustan cuando se habla de nueva evangelización, como si ellas debieran transformarse en objetos de misión. Sin embargo, la cuestión sobre Dios permanece igualmente presente también para ellos. La búsqueda de Dios ha sido el motivo fundamental a partir del cual ha nacido el monacato occidental y, con él, la cultura occidental. El primer paso de la evangelización consiste en tratar de mantener alta la atención en dicha búsqueda. Es necesario perseverar en el diálogo no sólo con las religiones, sino también con los que consideran la religión como una cosa extraña.</p>
La imagen del “patio de los gentiles” se nos ofrece como un ulterior elemento en la reflexión sobre la “nueva evangelización”, que pone de manifiesto la audacia de los cristianos de no renunciar jamás a buscar positivamente todos los caminos para delinear formas de diálogo que correspondan a las esperanzas más profundas y a la sed de Dios de los hombres. Tal audacia permite colocar dentro de este contexto la pregunta sobre Dios, compartiendo la propia experiencia en la búsqueda y comunicando como un don el encuentro con el Evangelio de Jesucristo. Una análoga capacidad, una actitud similar, exige un primer momento de autoverificación y de purificación, para reconocer los vestigios de temor, de cansancio, de aturdimiento, de repliegue sobre sí mismo, que la cultura en la cual vivimos haya podido generar en nosotros. En un segundo momento, será urgente el impulso, la puesta en marcha, gracias a la acción del Espíritu Santo, hacia aquella experiencia de Dios como Padre, que el encuentro vivido con Cristo nos permite anunciar a t
odos los hombres. Estos momentos no constituyen etapas temporales sucesivas, una después de la otra, sino más bien movimientos espirituales que se suceden sin solución de continuidad dentro de la vida cristiana. El apóstol San Pablo trasmite todo esto cuando describe la experiencia de la fe como una liberación «del poder de las tinieblas» y un ingreso en el «Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados» (Col 1, 13-14; cf. Rm 12, 1-2). Así también, esta audacia no es algo absolutamente nuevo o totalmente inédito para el cristianismo, dado que existen signos de esta actitud ya en la literatura patrística.[19]
6. Los escenarios de la nueva evangelización
Por lo tanto, la nueva evangelización es una actitud, un estilo audaz. Es la capacidad de parte del cristianismo de saber leer y descifrar los nuevos escenarios, que en estas últimas décadas han surgido dentro de la historia humana, para habitarlos y transformarlos en lugares de testimonio y de anuncio del Evangelio. Estos escenarios han sido identificados analíticamente y descriptos varias veces;[20] se trata de escenarios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos.
El primero de ellos es el escenario cultural de fondo. Nos encontramos en una época de profunda secularización, que ha perdido la capacidad de escuchar y de comprender la palabra evangélica como un mensaje vivo y vivificador. La secularización, radicada en modo particular en el mundo occidental – fruto de episodios y de movimientos sociales y de pensamiento, que han signado en profundidad su historia y su identidad – se presenta hoy en nuestras culturas a través de la imagen positiva de la liberación, de la posibilidad de imaginar la vida del mundo y de la humanidad sin referencia a la trascendencia. En estos años no asume tanto la forma pública de discursos directos y fuertes contra Dios, la religión y el cristianismo, aunque en algún caso esos tonos anticristianos, antirreligiosos y anticlericales se han hecho sentir recientemente. La secularización ha asumido un tono modesto, que ha permitido a esta forma cultural invadir la vida cotidiana de las personas y desarrollar una mentalidad en la cual Dios está, de hecho, ausente, en todo o en parte, de la existencia y de la consciencia humana. Este modo de actuar ha consentido a la secularización entrar en la vida de los cristianos y de las comunidades eclesiales, transformándose no sólo en una amenaza externa para los creyentes, sino convirtiéndose en un terreno de confrontación cotidiana.[21] Son expresiones de la llamada cultura del relativismo. Además, aquí existen graves implicancias antropológicas en acto, que ponen en discusión la misma experiencia humana elemental, como la relación hombre-mujer, el sentido de la generación y de la muerte.
Las características de un modo secularizado de entender la vida dejan sus huellas en el comportamiento cotidiano de muchos cristianos, que se muestran frecuentemente influenciados, si no condicionados, por la cultura de la imagen con sus modelos e impulsos contradictorios. La mentalidad hedonista y consumista predominante conduce a los cristianos hacia una superficialidad y un egocentrismo, que no es fácil contrastar. La “muerte de Dios”, anunciada en las décadas pasadas por tantos intelectuales, cede el lugar a un estéril culto al individuo. El riesgo de perder también los elementos fundamentales de la gramática de la fe es real, con la consecuencia de caer en una atrofia espiritual y en un vacío del corazón, o por el contrario, en formas subrogadas de pertenencia religiosa y de vago espiritualismo. En un escenario de este tipo, la nueva evangelización se presenta como un estímulo del cual tienen necesidad las comunidades cansadas y débiles, para descubrir nuevamente la alegría de la experiencia cristiana, para encontrar de nuevo “el amor de antes” que se ha perdido (Ap 2, 4), para reafirmar una vez más la naturaleza de la libertad en la búsqueda de la Verdad.
Por otra parte, en otras regiones del mundo se asiste a un prometedor renacimiento religioso. Tantos aspectos positivos del redescubrimiento de Dios y de lo sagrado en varias religiones se encuentran oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no pocas veces manipula la religión para justificar la violencia e incluso el terrorismo. Se trata de un grave abuso. «No se puede utilizar la violencia en nombre de Dios».[22] Además, la proliferación de sectas representa un desafío permanente.
Junto a este primer escenario cultural, podemos indicar otro, más social: el gran fenómeno migratorio, que impulsa cada vez más a las personas a dejar sus países de origen y vivir en contextos urbanizados, modificando la geografía étnica de nuestras ciudades, de nuestras naciones y de nuestros continentes. Este fenómeno provoca un encuentro y una mezcla de culturas que nuestras sociedades no conocían desde hace siglos. Se están produciendo formas de contaminación y de desmoronamiento de los puntos de referencia fundamentales de la vida, de los valores por los cuales comprometerse, de los mismos vínculos a través de los cuales cada individuo estructura la propia identidad y tiene acceso al sentido de la vida. El resultado cultural de estos procesos es un clima de extrema fluidez y “liquidez” dentro del cual hay siempre menos espacio para las grandes tradiciones, incluidas las religiosas, cuya función es estructurar en modo objetivo el sentido de la historia y la identidad de los sujetos. Con este escenario social se relaciona el fenómeno conocido el término globalización, realidad no fácilmente descifrable, que exige de parte de los cristianos un fuerte trabajo de discernimiento. La globalización puede ser interpretada como un fenómeno negativo, si prevalece la hermenéutica determinista, vinculada solamente con la dimensión económica y productiva; sin embargo puede ser leída como un fenómeno de crecimiento, en el cual la humanidad aprende a desarrollar nuevas formas de solidaridad y nuevos caminos para compartir el progreso de todos hacia el bien.[23] En un escenario como éste, la nueva evangelización nos permite aprender que la misión ya no es un movimiento norte-sur o este-oeste, porque es necesario desvincularse de los confines geográficos. Hoy la misión se encuentra en todos los cinco continentes. Es necesario aprender a conocer, también nosotros, los sectores y los ambientes que son ajenos a la fe, porque no la han encontrado nunca la fe o porque se alejaron de ella. Desvincularse de los confines geográficos, significa tener las energías para proponer la cuestión de Dios en todos aquellos procesos de encuentro, mixtura y reconstrucción de tejidos sociales, que están en acto en cada uno de nuestros contextos locales.
Esta profunda mezcolanza de culturas es el fondo sobre el cual actúa un tercer escenario, que está marcando en modo cada vez más determinante la vida de las personas y la consciencia colectiva. Se trata del desafío de los medios de comunicación social, que hoy ofrecen enormes posibilidades y representan uno de los grandes retos para la Iglesia. El escenario que aquí presentamos, al comienzo característico sólo del mundo industrializado, es capaz de influir también amplios sectores de los países en vías de desarrollo. No existe lugar en el mundo que hoy no pueda ser alcanzado y, por lo tanto, no pueda estar sujeto al influjo de la cultura de los medios de comunicación y de la cultura digital, que se estructura cada vez más como el “lugar” de la vida pública y de la experiencia social. La difusión de esta cultura trae consigo indudables beneficios: mayor acceso a la información, mayor posibilidad de conocimiento, de intercambio, de formas nuevas de solidaridad, de capacidad de construir una cultura cada vez más de dimensión mundial, haciendo que los valores y los mejores frutos del pensamiento y de la expresión humana se transformen en patrimonio de todos. Sin embargo, estas potencialidades no pueden esconder
los riesgos que la difusión excesiva de una cultura de este tipo está ya generando. Se manifiesta una profunda concentración egocéntrica sobre sí mismo y sólo sobre las necesidades individuales. Se afirma una exaltación de la dimensión emotiva en la estructuración de las relaciones y de los vínculos sociales. Se asiste a una pérdida del valor objetivo de la experiencia de la reflexión y del pensamiento, reducida, en muchos casos, a un puro lugar de confirmación del propio modo de sentir. Se difunde una progresiva alienación de la dimensión ética y política de la vida, que reduce la alteridad al rol funcional de espejo y espectador de mis acciones. El punto final al cual pueden conducir estos riesgos consiste en lo que es llamado la cultura del efímero, de lo inmediato, de la apariencia, es decir, una sociedad incapaz de memoria y de futuro. En tal contexto, la nueva evangelización exige a los cristianos la audacia de estar presentes en estos “nuevos areópagos”, buscando los instrumentos y los caminos para hacer comprensible, también en estos lugares ultramundanos, el patrimonio de educación y de sabiduría custodiado por la tradición cristiana.[24]
Un cuarto escenario que marca con sus cambios la acción evangelizadora de la Iglesia es el económico. Repetidas veces el Magisterio de los Sumos Pontífices han denunciado los crecientes desequilibrios entre el Norte y el Sur del mundo, en el acceso y en la distribución de los recursos, así como también en el daño a la creación. La duradera crisis económica en la cual nos encontramos indica el problema del uso de las fuerzas materiales, que no encuentra fácilmente las reglas de un mercado global capaz de tutelar una convivencia más justa.[25] No obstante la comunicación cotidiana de los medios reserve cada vez menos espacio para una lectura de estas problemáticas a partir de la voz de los pobres, de las Iglesias se espera aún mucho en términos de sensibilización y de acción concreta.
Un quinto escenario es el de la investigación científica y tecnológica. Vivimos en una época en la cual no cesamos de admirarnos por los maravillosos pasos que la investigación ha sabido superar en estos campos. Todos podemos experimentar en la vida cotidiana los beneficios que provienen de estos progresos. Todos dependemos cada vez más de tales beneficios. De este modo, la ciencia y la tecnología corren el riesgo de transformarse en los nuevos ídolos del presente. Es fácil en un contexto digitalizado y globalizado hacer de la ciencia nuestra nueva religión, a la cual dirigir nuestras preguntas sobre la verdad y el sentido de la esperanza, sabiendo que solo recibiremos respuestas parciales e inadecuadas. Nos encontramos frente al surgir de nuevas formas de gnosis, que asumen la técnica como una forma de sabiduría, en la búsqueda de una organización mágica de la existencia que funcione como el saber y el sentido de la vida. Asistimos a una afirmación de nuevos cultos. Éstos proponen en modo terapéutico prácticas religiosas que los hombres están dispuestos a vivir, estructurándose como religiones de la prosperidad y de la gratificación instantánea.
Un sexto y último escenario es el de la política. Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy los cambios que han tenido lugar pueden ser definidos, con justa razón, sintomáticos de la época. Se ha terminado la división del mundo occidental en dos bloques con la crisis de la ideología comunista. Esto ha favorecido la libertad religiosa y la posibilidad de reorganización de las Iglesias históricas. La aparición en la escena mundial de nuevos actores económicos, políticos y religiosos, como el mundo islámico y el mundo asiático, ha creado una situación inédita y totalmente desconocida, rica de potencialidades, pero también plena de nuevas tentaciones de dominio y de poder. En este escenario, existen temas y sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio: el empeño por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; el mejoramiento de las formas de gobierno mundial y nacional; la construcción de formas posibles de escucha, convivencia, diálogo y colaboración entre diversas culturas y religiones; la defensa de los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de los más débiles; la protección de la creación y el empeño por el futuro de nuestro planeta.
7. Como cristianos frente a estos nuevos escenarios
Ante semejantes cambios es natural que la primera reacción sea el turbamiento y el miedo, en cuanto nos enfrentamos con transformaciones que interrogan nuestra identidad y nuestra fe hasta las raíces. Resulta natural asumir esa actitud crítica de discernimiento varias veces evocada por el Papa Benedicto XVI, cuando nos invita a una relectura del presente a partir de la perspectiva de esperanza que el cristianismo ofrece como don.[26] Si los cristianos comprenden nuevamente qué es la esperanza, podrán actuar en el contexto de sus conocimientos y de sus experiencias, dialogando con los otros hombres, intuyendo qué pueden ofrecer al mundo como don, qué pueden compartir, qué elementos pueden asumir para expresar aún mejor esa esperanza, y a qué elementos, en cambio, es justo oponerse. Los nuevos escenarios con los cuales estamos llamados a confrontarnos exigen desarrollar una actitud crítica de los estilos de vida, de las estructuras de pensamiento y de los valores, de los lenguajes construidos para comunicar. Esta actitud, al mismo tiempo, deberá funcionar como autocrítica del cristianismo moderno, el cual debe siempre de nuevo aprender a comprenderse a sí mismo a partir de las propias raíces.
Aquí encuentra su específico carácter y su fuerza la nueva evangelización como instrumento: es necesario observar estos escenarios, estos fenómenos, sabiendo superar el nivel emotivo de juicio defensivo y de miedo, para comprender objetivamente los signos de lo nuevo, junto a los desafíos y a las fragilidades. “Nueva evangelización” quiere decir, por lo tanto, trabajar en nuestras Iglesias locales para construir caminos de lectura de los fenómenos ya indicados, permitiendo traducir la esperanza del Evangelio en términos practicables. Esto significa que la Iglesia se edifica aceptando confrontarse con estos desafíos, siendo cada vez más la constructora de la civilización del amor.
Además, “nueva evangelización” quiere decir tener la audacia de formular la pregunta acerca de Dios al interno de estos problemas, realizando lo específico de la misión de la Iglesia y mostrando de esta manera cómo la perspectiva cristiana ilumina en modo inédito los grandes problemas de la historia. La nueva evangelización exige que nos confrontemos con estos escenarios, no permaneciendo cerrados en los recintos de nuestras comunidades y de nuestras instituciones, sino aceptando el desafío de entrar dentro de estos fenómenos, para tomar la palabra y ofrecer nuestro testimonio desde adentro. Ésta es la forma que la martyria cristiana asume en el mundo de hoy, aceptando la confrontación también con aquellas formas recientes de ateísmo agresivo o de secularización extrema, cuya finalidad es eclipsar la cuestión de Dios en la vida del hombre.
En este contexto, “nueva evangelización” significa para la Iglesia sostener con convicción el esfuerzo de ver a todos los cristianos unidos en la manifestación al mundo de la fuerza profética y transformadora del mensaje evangélico. La justicia, la paz, la convivencia entre los pueblos y la salvaguardia de la creación son las palabras que han signado el camino ecuménico de estas décadas. Los cristianos, todos unidos, las ofrecen al mundo como lugares en los cuales es posible hacer emerger la cuestión de Dios en la vida de los hombres. Estas palabras, en efecto, adquieren su sentido más auténtico sólo a la luz y en el contexto de la palabra de amor que Dios nos ha dirigido en su Hijo Jesucristo.
8. “Nueva evangelización” y deseo de espiritualidad
Este esfuerzo de lleva
r la cuestión de Dios dentro de los problemas del hombre de hoy sale al encuentro de la necesidad religiosa y del deseo de espiritualidad, que a partir de las jóvenes generaciones emerge con renovado vigor. La misma Iglesia católica es alcanzada por este fenómeno, que ofrece recursos y ocasiones de evangelización, inesperados en las pasadas décadas. Los grandes encuentros mundiales de la juventud, las peregrinaciones hacia los lugares de devoción, antiguos y nuevos, la primavera de los movimientos y de las asociaciones eclesiales, constituyen el signo visible de un sentido religioso que no se ha apagado. La “nueva evangelización” en este contexto pide a la Iglesia que sepa discernir los signos de la acción del Espíritu, orientando y educando sus expresiones, en vista de una fe adulta y consciente hasta alcanzar «la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 13).[27] Además de los grupos de reciente fundación, fruto prometedor del Espíritu Santo, una grande tarea en la nueva evangelización corresponde a la vida consagrada, en las antiguas y nuevas formas. Es necesario recordar que todos los grandes movimientos de evangelización, surgidos en dos mil años de cristianismo, están vinculados a formas de radicalismo evangélico.
En este contexto han de ser inseridos el encuentro y el diálogo con las grandes tradiciones religiosas, en particular las orientales, que la Iglesia ha aprendido a vivir en las últimas décadas, y continúa a intensificar. Este encuentro aparece como una ocasión prometedora para aprender a conocer y a confrontar la forma y los lenguajes relativos a la pregunta religiosa, así como se presenta en otras experiencias religiosas. Esto permite al catolicismo comprender con mayor profundidad los modos con los cuales la fe cristiana escucha y asume la interrogación religiosa de cada hombre.
9. Nuevos modos de ser Iglesia
Estas nuevas condiciones de la misión nos ayudan a intuir que el término “nueva evangelización” indica finalmente la exigencia de encontrar nuevas expresiones para ser Iglesia dentro de los contextos sociales y culturales actuales, en proceso de continua mutación. Las figuras tradicionales y ya establecidas – que por convención son indicadas con las expresiones “países de cristiandad” y “tierras de misión” – junto con su claridad conceptual muestran sus límites. Son demasiado simples y hacen referencia a un contexto en vía de superación, para poder funcionar como modelos de referencia para la construcción de las comunidades cristianas actuales. Es necesario que la práctica cristiana oriente la reflexión hacia un lento trabajo de construcción de un nuevo modelo de ser Iglesia, que evite las asperezas del sectarismo y de la “religión civil”, y permita, en un contexto postideológico como el actual, seguir manteniendo la forma de una Iglesia misionera. En otras palabras, la Iglesia tiene necesidad, dentro de la variedad de sus figuras, de no perder el rostro de Iglesia “doméstica, popular”. Aún en contextos minoritarios o de discriminación la Iglesia no puede perder su capacidad de permanecer junto a la persona en su vida cotidiana, para anunciar desde esa realidad el mensaje vivificante del Evangelio. Como afirmaba el Papa Juan Pablo II, “nueva evangelización” significa hacer de nuevo el tejido cristiano de la sociedad humana, haciendo nuevamente el tejido de las mismas comunidades cristianas;[28] quiere decir ayudar a la Iglesia a mantener su presencia «entre las casas de sus hijos y de sus hijas»,[29] para animar la vida y orientarla hacia el Reino que viene.
En esta tarea de discernimiento pueden ser de gran ayuda las Iglesias católicas orientales y todas aquellas comunidades cristianas que en su reciente pasado han vivido, o están todavía viviendo, la experiencia del ocultamiento, de la persecución, de la marginación, de ser víctimas de la intolerancia de carácter étnico, ideológico o religioso. Su testimonio de fe, su tenacidad, su capacidad de resistir, la solidaridad de su esperanza, la intuición de algunas prácticas pastorales, son un don para compartir con las comunidades que, teniendo en la propia historia un pasado glorioso, viven un presente de fatiga y dispersión. Para Iglesias poco habituadas a vivir la fe en situación de minoría es ciertamente un don poder escuchar experiencias capaces de infundir en ellas aquella confianza que es indispensable para adquirir el impulso exigido por la nueva evangelización.
Es tiempo de nueva evangelización también para Occidente, donde muchos que han recibido el bautismo viven completamente fuera de la vida cristiana y siempre más personas conservan ciertamente un vínculo con la fe, pero conocen poco o mal sus fundamentos. Frecuentemente la presentación de la fe cristiana resulta distorsionada por la caricatura y por los lugares comunes difundidos por la cultura, en una actitud de indiferente alejamiento, si no de abierta contestación. Es tiempo de nueva evangelización para ese occidente en el cual «enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ateísmo. Se trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo –si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria– inspiran y sostienen una existencia vivida “como si no hubiera Dios”».[30]
Las comunidades cristianas deben saber asumir con responsabilidad y coraje esta demanda di renovación que la transformación del contexto cultural y social pide a la Iglesia. Dichas comunidades deben aprender a vivir y a gestionar esta larga transición de figura, manteniendo como punto de referencia el mandato de evangelizar.
10. Primera evangelización, atención pastoral, nueva evangelización
La mandato misionero con el cual se concluye el Evangelio (cf. Mc 16, 15s; Mt 28, 19s; Lc 24, 48s) está lejos de haberse cumplido; ha entrado en una nueva fase. Ya el Papa Juan Pablo II recordaba que «no es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados…Las Iglesias de antigua cristiandad, por ejemplo, ante la dramática tarea de la nueva evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto a los no cristianos de otros países o continentes, si antes no se preocupan seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa».[31] El cristiano y la Iglesia o son misioneros o no son tales. Quien ama la propia fe se preocupará también de testimoniarla, de llevarla a los otros y permitir a los otros de participar en ella. La falta de celo misionero es carencia de celo por la fe. Al contrario, la fe se robustece trasmitiéndola. El texto del Papa parece querer traducir el concepto de nueva evangelización en una pregunta crítica y bastante directa: tenemos interés en transmitir la fe y en conquistar para la fe a los no cristianos? Estamos empeñados de corazón con la misión?
La nueva evangelización es el nombre dado a esta nueva atención de la Iglesia a su misión fundamental, a su identidad y razón de ser. Por lo tanto, es una realidad que no corresponde solamente a determinadas regiones bien definidas, sino que se trata del camino que permite explicar y traducir en práctica la herencia apostólica en y para nuestro tiempo. Con el programa de la nueva evangelización la Iglesia desea introducir en el mundo de hoy y en la actual discusión su temática más original y específica: el anuncio del Reino de Dios, iniciado en Jesucristo. No hay situación eclesial que pueda sentirse excluida de este
programa: las antiguas Iglesias cristianas, con el problema práctico del abandono de la fe de parte de muchos; las nuevas Iglesias, en la búsqueda de caminos de inculturación, los cuales exigen continuas verificaciones para lograr no sólo introducir el Evangelio en las culturas, purificándolas y elevándolas, sino también para abrir las mismas culturas a la novedad del Evangelio; más en general, todas las comunidades cristianas, empeñadas en el ejercicio de una atención pastoral, que cada vez parece más difícil llevar adelante y corre el riesgo de transformarse en una routine poco capaz de comunicar las razones por las cuales ha nacido.
Entonces, nueva evangelización es sinónimo de misión; exige la capacidad de partir nuevamente, de atravesar los confines, de ampliar los horizontes. La nueva evangelización es lo contrario a la autosuficiencia y al repliegue sobre sí mismo, a la mentalidad del status quo y a una concepción pastoral que retiene suficiente continuar a hacer las cosas como siempre han sido hechas. Hoy el “business as usual” ya no es válido. Como algunas Iglesias locales se empeñaron en afirmar, es tiempo que la Iglesia llame a las propias comunidades cristianas a una conversión pastoral, en sentido misionero, de sus acciones y de sus estructuras.[32]
Preguntas
Nuestras comunidades están viviendo períodos de fuertes transformaciones de sus figuras eclesiales y sociales.
1. ¿Cuáles son las características de esta transformación en nuestras Iglesias locales? 2. ¿Cómo son vividas estas características de Iglesia misionera, de una Iglesia capaz de estar en lo cotidiano de la gente, de una Iglesia “entre las casas de sus hijos y de sus hijas”? 3. ¿En qué modo la nueva evangelización ha sabido dar nuevamente vida e impulso a la primera evangelización o a la atención pastoral ya en acto? ¿Cómo ha ayudado a vencer el cansancio y las fatigas que surgen en la vida cotidiana de nuestras Iglesias locales? 4. ¿Qué discernimientos, qué lecturas de la situación presente de las diversas Iglesias locales, han sido realizados a la luz de la nueva evangelización?
El mundo está conociendo fuertes cambios, que generan nuevos escenarios y nuevos desafíos para el cristianismo. Han sido presentados seis escenarios: un escenario cultural (la secularización), uno social (la mezcolanza de pueblos), uno de los medios de comunicación, uno económico, uno científico y uno político. Intencionalmente estos escenarios han sido descriptos en modo genérico y uniforme.
5. ¿Qué figura específica han asumido estos escenarios en el contexto de las diversas Iglesias locales? 6. ¿En qué modo tales escenarios han provocado una reacción en contacto con la vida de las Iglesias locales? ¿Cómo han influenciado la vida de las mismas? 7. ¿Qué preguntas y cuáles desafíos ha puesto? ¿Qué respuestas han sido dadas? 8. ¿Cuáles fueron los principales obstáculos y las fatigas más importantes al plantear la cuestión de Dios dentro de las cuestiones temporales? ¿Cuáles fueron las experiencias más logradas? Al escenario religioso ha sido dado un particular relieve. 9. ¿Qué transformaciones está conociendo el modo que la gente tiene de vivir la propia experiencia religiosa? 10. ¿Qué nuevas preguntas sobre la espiritualidad, qué nuevas necesidades religiosas están emergiendo? ¿Hay nuevas tradiciones religiosas que se están afirmando? 11. ¿Cómo las comunidades cristianas son afectadas por la evolución del escenario religioso? ¿Cuáles son las principales fatigas? ¿Cuáles las nuevas oportunidades?
La nueva evangelización es la transformación que la Iglesia sabe imaginar para continuar viviendo la propia misión de anuncio dentro de estos nuevos escenarios.
12. ¿Qué forma ha adquirido la nueva evangelización en las Iglesias locales? 13. ¿Qué contenido, qué forma ha asumido la audacia que es característica de la nueva evangelización? ¿Qué energías ha sabido infundir en la vida eclesial y pastoral? 14. ¿Para designar qué acciones y qué dimensiones de la vida y de la acción de la Iglesia? 15. ¿Cómo las Iglesias locales han logrado asumir y hacer propio el pedido del Papa Juan Pablo II, tantas veces reiterado, de apropiarse de “una nueva evangelización: nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones”? 16. ¿Cómo la celebración de Asambleas sinodales continentales o regionales ha ayudado a las comunidades cristianas a elaborar un programa de nueva evangelización?
Segundo Capítulo
Proclamar el Evangelio de Jesucristo
«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15)
11. El encuentro y la comunión con Cristo, finalidad de la transmisión de la fe
El mandato misionero que los discípulos han recibido del Señor (cf. Mc 16, 15) contiene una explícita referencia a la proclamación y a la enseñanza del Evangelio («enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» Mt 28, 20). El apóstol Pablo se presenta como «apóstol […] escogido para predicar el Evangelio de Dios» (Rm 1, 1). La misión de la Iglesia consiste, por lo tanto, en realizar la traditio Evangelii, el anuncio y la transmisión del Evangelio, que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1, 16) y que en última instancia, se identifica con Jesucristo (cf. 1 Co 1, 24).[33] Al hablar de Evangelio, no debemos pensar sólo en un libro o en una doctrina; el Evangelio es mucho más: es una Palabra viva y eficaz, que realiza lo que dice. No es un sistema de artículos de fe y de preceptos morales ni, menos aún, un programa político, sino que es una persona: Jesucristo como Palabra definitiva de Dios, hecha hombre.[34] El Evangelio es Evangelio de Jesucristo: no solamente tiene como contenido Jesucristo. Mucho más, éste último es, a través del Espíritu Santo, también el promotor y el sujeto primario de su anuncio, de su transmisión. El objetivo de la transmisión de la fe es la realización de este encuentro con Jesucristo, en el Espíritu, para llegar a vivir la experiencia del Padre suyo y nuestro.[35]
Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesucristo se realice. La fe como encuentro con la persona de Cristo asume la forma de la relación con Él, de la memoria de Él (en la Eucaristía) y de la formación en nosotros de la mentalidad de Cristo, en la gracia del Espíritu. Como ha afirmado el Papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva […] Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro».[36] La misma Iglesia se encuentra conformada precisamente a partir de la realización de esa misión del anuncio del Evangelio y de la transmisión de la fe cristiana.
El resultado esperado de este encuentro consiste en inserir a los hombres en la relación del Hijo con su Padre para sentir la fuerza del Espíritu. La finalidad de la transmisión de la fe, el objetivo de la evangelización, es llevar por Cristo «al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2, 18);[37] ésta es la experiencia de la novedad del Dios cristiano. En esta perspectiva, transmitir la fe en Cristo significa crear las condiciones para una fe pensada, celebrada, vivida y rezada: esto implica inserir en la vida de la Iglesia.[38] Ésta es una estructura de transmisión muy radicada en la tradición eclesial. A ella se refiere el Catecismo de la Iglesia Católica, así como también el Compendio del mismo Catecismo, que la asume para sostenerla, explicitarla, promoverla.[39]
12. La Iglesia transmite la fe que ella mi
sma vive
Por lo tanto, la transmisión de la fe es una dinámica muy compleja que implica en modo total la fe de los cristianos y la vida de la Iglesia. No se puede transmitir aquello en lo cual no se cree y no se vive. Un signo de fe consolidada y madura es, precisamente, la naturalidad con la cual comunicamos la fe a los otros. «Llamó a los que él quiso… para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar…» (Mc 3, 13-14). No se puede transmitir el Evangelio sin saber lo que significa “estar” con Jesús, vivir en el Espíritu de Jesús la experiencia del Padre; así también, paralelamente, la experiencia de “estar” con Jesús impulsa al anuncio, a la proclamación, al compartir lo que se ha vivido, habiéndolo experimentado como bueno, positivo y bello.
Dicho mandato del anuncio y de la proclamación no está reservado a algunos en particular, a pocos elegidos. Es un don ofrecido cada hombre que responde confiadamente a la llamada de fe. La transmisión de la fe no es una acción especializada, que pueda ser adjudicada a algún grupo o a algún individuo expresamente designado. Es la experiencia de cada cristiano y de toda la Iglesia, que en esta acción descubre continuamente la propia identidad de pueblo convocado por el Espíritu, que nos reúne impidiendo que caigamos en la dispersión de nuestra cotidianidad, para vivir la presencia de Cristo entre nosotros, y para descubrir así el verdadero rostro de Dios, que es nuestro Padre. «Los fieles laicos – debido a su participación en el oficio profético de Cristo – están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia. En concreto, les corresponde testificar cómo la fe cristiana – más o menos conscientemente percibida e invocada por todos – constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad. Esto será posible si los fieles laicos saben superar en ellos mismos la fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud».[40]
La transmisión de la fe, en cuanto es una acción fundamental de la Iglesia, estructura el rostro y las acciones de las comunidades cristianas.[41] Para anunciar y difundir el Evangelio es necesario que la Iglesia promueva imágenes de comunidades cristianas capaces de articular con fuerza las obras fundamentales de la vida de fe: caridad, testimonio, anuncio, celebración, escucha y coparticipación. Es necesario concebir la evangelización como el proceso a través del cual la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, siguiendo la lógica, que la reflexión del Magisterio ha sintetizado así: «impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas; da testimonio entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que caracteriza a los cristianos; y proclama explícitamente el Evangelio, mediante el “primer anuncio”, llamando a la conversión; inicia en la fe y vida cristiana, mediante la “catequesis” y los “sacramentos de iniciación” a los que se convierten a Jesucristo, o a los que reemprenden el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a la comunidad cristiana; alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la educación permanente de la fe (homilía, otras formas del ministerio de la Palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad; y suscita continuamente la misión, al enviar a todos los discípulos de Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo».[42]
13. La Palabra de Dios y la transmisión de la fe
Desde la celebración del Concilio Vaticano II la Iglesia católica ha descubierto nuevamente que esta transmisión de la fe, entendida como encuentro con Cristo, se realiza mediante la Sagrada Escritura y la Tradición viva de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo.[43] Así, la Iglesia es continuamente regenerada por el Espíritu. De este modo, las nuevas generaciones son sostenidas en el camino que lleva al encuentro con Cristo en su cuerpo, que encuentra su plena expresión en la celebración de la Eucaristía. La posición central que ocupa esta función de transmisión de la fe ha sido releída y puesta en evidencia en las últimas dos Asambleas sinodales, sobre la Eucaristía y, en particular, en la dedicada a la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. En estas dos Asambleas la Iglesia ha sido invitada a reflexionar y a tomar plena consciencia de la dinámica profunda que sostiene su identidad: la Iglesia transmite la fe que ella misma vive, celebra, profesa y testimonia.[44]
Dicha toma di consciencia ha dado a la Iglesia empeños concretos y desafíos con los cuales poder evaluar su misión de trasmisión. Es necesario hacer madurar en el pueblo de Dios un mayor conocimiento del rol de la Palabra de Dios, de su fuerza reveladora y manifestadora de la intención de Dios hacia los hombres, de su designio de salvación.[45] Hay necesidad de una mayor atención en la proclamación de la Palabra de Dios durante las asambleas litúrgicas y de una entrega más convencida a la tarea de la predicación.[46] Es conveniente una atención más consciente y una confianza más firme en el rol que la Palabra de Dios puede tener en la misión de la Iglesia, ya sea en el momento específico del anuncio del mensaje de salvación, ya sea en la posición más reflexiva de la escucha y del diálogo con las culturas.[47]
Los Padres sinodales han reservado una atención particular al anuncio de la Palabra a las nuevas generaciones. «En ellos [los jóvenes] encontramos a menudo una apertura espontánea a la escucha de la Palabra de Dios y un deseo sincero de conocer a Jesús. … Esta atención al mundo juvenil implica la valentía de un anuncio claro; hemos de ayudar a los jóvenes a que adquieran confianza y familiaridad con la Sagrada Escritura, para que sea como una brújula que indica la vía a seguir. Para ello, necesitan testigos y maestros, que caminen con ellos y los lleven a amar y a comunicar a su vez el Evangelio, especialmente a sus coetáneos, convirtiéndose ellos mismos en auténticos y creíbles anunciadores».[48] Asimismo, los Padres sinodales piden a las comunidades cristianas que abran «caminos de iniciación cristiana, los cuales, a través de la escucha de la Palabra, la celebración de la Eucaristía y el amor fraterno vivido en comunidad, puedan desarrollar una fe cada vez más adulta. Es oportuno considerar la nueva exigencia que proviene de los movimientos humanos y del fenómeno migratorio, que abre nuevas perspectivas de evangelización, porque los inmigrantes no sólo tienen necesidad de ser evangelizados sino que ellos mismos pueden ser agentes de evangelización».[49]
Con sus acentos, la reflexión de la Asamblea sinodal ha invitado a las comunidades cristianas a verificar en qué medida el anuncio de la Palabra es el fundamento de la tarea de transmisión de la fe: «Es necesario, pues, redescubrir cada vez más la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo. […] Todos nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social. No se trata de anunciar una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con Él, por el cual florece una humanidad nueva».[50]
14. La pedagogía de la fe
La transmisión de la fe no se realiza sólo con las palabras, sino que exige una relación con Dios a través de la oración, que es la misma fe en acto. En esta educación en la oración es decisiva la liturgia con su propia función pedagógi
ca, en la cual el sujeto educador es el mismo Dios y el verdadero maestro en la oración es el Espíritu Santo.
La Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos dedicada a la catequesis había reconocido como don del Espíritu – además del florecimiento, en número y en dedicación de los catequistas – la madurez registrada en los métodos que la Iglesia ha sabido elaborar para realizar la transmisión de la fe, para permitir que los hombres logren vivir el encuentro con Cristo.[51] Son métodos basados en la experiencia que implican a la persona. Se trata de métodos plurales, que activan en modo diferenciado las facultades del individuo, su integración en un grupo social, su actitudes, su inquietudes y búsquedas. Estos métodos asumen la inculturación como instrumento propio.[52] Para evitar el riesgo de dispersión y de confusión ínsito en una situación caracterizada por la pluralidad y la continua evolución, el Papa Juan Pablo II asumió en aquel contexto una instancia de los Padres sinodales y la convirtió en regla: la pluralidad de los métodos en la catequesis puede ser signo de vitalidad y de genialidad, si cada uno de estos métodos logra interiorizar y hacer suya una ley fundamental, que es la de la doble fidelidad, a Dios y al hombre, en una única actitud de amor.[53]
Al mismo tiempo, el Sínodo sobre la catequesis se interesó por no desaprovechar los beneficios y los valores recibidos de un pasado signado por la preocupación de garantizar una transmisión de la fe sistemática, integral, orgánica y jerarquizada.[54] Por este motivo el Sínodo ha propuesto dos instrumentos fundamentales para la transmisión de la fe: la catequesis y el catecumenado. Gracias a ellos, la Iglesia transmite la fe en modo activo, la siembra en los corazones de los catecúmenos y de los que son catequizados para fecundar sus experiencias más profundas. La profesión de fe recibida por la Iglesia (traditio), germinando y creciendo durante el proceso catequístico, es restituida (redditio), enriquecida con los valores de las diferentes culturas. El catecumenado se transforma, de este modo, en un centro fundamental de incremento de la catolicidad y fermento de renovación eclesial.[55]
La promoción de estos dos instrumentos – catequesis y catecumenado – debía servir para dar cuerpo a lo que ha sido designado con la expresión «pedagogía de la fe».[56] El uso de este término permite dilatar el concepto de catequesis, extendiéndolo al de transmisión de la fe. Desde el Sínodo sobre la catequesis en adelante la catequesis es considerada como un proceso de transmisión del Evangelio, así como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica.[57] «La catequesis de iniciación, por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo meramente circunstancial u ocasional; por ser formación para la vida cristiana, desborda – incluyéndola – a la mera enseñanza; por ser esencial, se centra en lo «común» para el cristiano, sin entrar en cuestiones disputadas ni convertirse en investigación teológica. En fin, por ser iniciación, incorpora a la comunidad que vive, celebra y testimonia la fe. Ejerce, por tanto, al mismo tiempo, tareas de iniciación, de educación y de instrucción. Esta riqueza, inherente al catecumenado de adultos no bautizados, ha de inspirar a las demás formas de catequesis».[58]
El catecumenado se nos ha entregado como el modelo que la Iglesia ha recientemente asumido para dar forma a sus procesos de transmisión de la fe. El catecumenado, que ha sido impulsado por el Concilio Vaticano II,[59] ha sido asumido en varios proyectos de reorganización y de promoción de la catequesis, como modelo paradigmático de estructuración de esta misión evangelizadora. ElDirectorio General para la Catequesis sintetiza los elementos fundamentales de tal misión, dejando intuir los motivos por los cuales tantas Iglesias locales se han inspirado en este paradigma para reorganizar las propias prácticas de anuncio y de generación en la fe, dando incluso origen a un nuevo modelo, el «catecumenado post-bautismal»:[60] recuerda constantemente a toda la Iglesia la función de la iniciación en la fe. Despierta la responsabilidad de toda la comunidad cristiana. Pone en el centro de todo el camino el misterio de la Pascua de Cristo. Hace de la inculturación el principio del propio funcionamiento pedagógico; es imaginado como un verdadero proceso formativo.[61]
15. Las Iglesias locales, sujetos de la transmisión
El sujeto de la transmisión de la fe es toda la Iglesia, que se manifiesta en la Iglesias locales. El anuncio, la transmisión y la experiencia vivida del Evangelio se realizan en ellas. Más aún, las mismas Iglesias locales, además de ser sujetos, son también el fruto de esa acción del anuncio del Evangelio y de la transmisión de la fe, como resulta de la experiencia de las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 2, 42-47): el Espíritu congrega a los creyentes entorno a las comunidades que viven fervorosamente la propia fe, nutriéndose de la escucha de la palabra de los Apóstoles y de la Eucaristía, y consumando la propia vida en el anuncio del Reino de Dios. El Concilio Vaticano II confirma esta descripción como fundamento de la identidad de cada comunidad cristiana, cuando afirma que la «Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias. Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (cf. 1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”».[62]
La vida concreta de nuestras Iglesias ha tenido la fortuna de ver en el campo de la transmisión de la fe, y mas genéricamente del anuncio, una realización concreta, frecuentemente ejemplar, de esta afirmación del Concilio. El número de los cristianos, que en las últimas décadas se han empeñado en modo espontáneo y gratuito en el anuncio y en la transmisión de la fe, ha sido verdaderamente notable y ha dejado su huella en la vida de nuestras Iglesias locales, como un verdadero don del Espíritu ofrecido a nuestras comunidades cristianas. Las acciones pastorales relacionadas con la transmisión de la fe constituyen un lugar que ha permitido a la Iglesia estructurarse dentro de los diversos contextos sociales locales, mostrando la riqueza y la variedad de los roles y de los ministerios que la componen y que animan su vida cotidiana. Alrededor del Obispo se ha visto florecer el rol de los presbíteros, de los padres, de los religiosos, de las comunidades, cada uno con la propia misión y la propia competencia.[63]
Junto a los dones y a los aspectos positivos, sin embargo, hay que considerar también los desafíos, que la novedad de las situaciones y las evoluciones que la distinguen, pone a varias Iglesias locales: la escasez de la presencia numérica de los presbíteros hace que el resultado de su acción sea menos incisivo de cuanto se desearía. El estado de cansancio y de desgaste vivido en tantas familias debilita el papel de los padres. El nivel demasiado débil de la coparticipación hace evanescente el influjo de la comunidad cristiana. El riesgo es que una acción tan importante y fundamental vea caer el peso de su ejecución solo sobre la figura de los catequistas, oprimidos por la tarea a ellos confiada y por la soledad en la cual se encuentran al realizarla.
Como ya se ha mencionado, el clima cultural y la situación de cansancio en la cual se encuentran varias comunidades cristianas conducen al riesgo de hacer débil la capacidad de nuestras Iglesias locales de anunciar, transmitir y educar en la fe. La pregunta del apóstol san Pablo «¿cómo creerán … sin que se les predique?» (Rm 10, 14) – suena en
nuestros días muy pertinente. En una situación como ésta, hay que reconocer como don del Espíritu la frescura y las energías que la presencia de grupos y movimientos eclesiales ha logrado infundir en esta misión de transmitir la fe. Al mismo tiempo, debemos trabajar para que estos frutos puedan contagiar y comunicar su impulso a aquellas formas de catequesis y de transmisión de la fe que han perdido su ardor originario.
16. Dar razón: el estilo de la proclamación
Por lo tanto, el contexto en el cual nos encontramos exige a las Iglesias locales un renovado impulso, un nuevo acto de confianza en el Espíritu que las guía, para que vuelvan a asumir con alegría y fervor la misión fundamental para la cual Jesús envía a sus discípulos: el anuncio del Evangelio (cf. Mc 16, 15), la predicación del Reino (cf. Mc 3,15). Es necesario que cada cristiano se sienta interpelado por este mandato de Jesús y se deje guiar por el Espíritu al responder a la llamada, según la propia vocación. En un momento en el cual la opción de la fe y del seguimiento de Cristo resulta menos fácil y poco comprensible, o incluso contrariada y combatida, aumenta la tarea de la comunidad y de los cristianos individualmente de ser testigos y heraldos del Evangelio, como lo hizo Jesucristo.
La lógica de un comportamiento como éste, nos la sugiere el apóstol san Pedro, cuando nos invita a la apología, a dar razón, a «dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P3, 15). Una nueva primavera para el testimonio de nuestra fe, nuevas formas de respuesta (apo-logía) a quien nos pida el logos, la razón de nuestra fe, son los caminos que el Espíritu indica a nuestras comunidades cristianas: para renovarnos, para hacer presente la esperanza y la salvación, que nos da Jesucristo, con mayor fuerza en el mundo en que vivimos. Se trata, como cristianos, de aprender un nuevo estilo, de responder «con dulzura y respeto […] con buena consciencia» (1P 3, 16), con aquella fuerza humilde que proviene de la unión con Cristo en el Espíritu y con aquella determinación de quien tiene como meta el encuentro con Dios Padre en su Reino.[64]
Este estilo debe ser global, es decir, debe abrazar el pensamiento y la acción, los comportamientos personales y el testimonio público, la vida interna de nuestras comunidades y su impulso misionero, la atención educativa y la entrega cuidadosa hacia los pobres, la capacidad de cada cristiano de tomar la palabra en los contextos en los cuales vive y trabaja para comunicar el don cristiano de la esperanza. Este estilo debe apropiarse del fervor, de la confianza y de la libertad de palabra (la parresia) que se manifiestan en la predicación de los Apóstoles (cf. Hch 4, 31; 9, 27-28) y que el rey Agripa experimentó escuchando a san Pablo: «Por poco me convences para hacer de mí un cristiano» (Hch 26, 28).
En un tiempo durante el cual tantas personas viven la propia vida como una verdadera experiencia del «desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre», el Papa Benedicato XVI nos recuerda que «la Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud».[65]
Este es el estilo que el mundo tiene derecho a encontrar en la Iglesia, en las comunidades cristianas, según la lógica de nuestra fe.[66] Un estilo comunitario y personal; un estilo que interpela a las comunidades en su conjunto e individualmente a cada bautizado, a la verificación, como nos recuerda el Papa Pablo VI: «además de la proclamación que podríamos llamar colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisión de persona a persona. […] La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre».[67]
17. Los frutos de la transmisión de la fe
La finalidad de todo el proceso de transmisión de la fe es la edificación de la Iglesia como comunidad de testigos del Evangelio. Afirma el Papa Pablo VI: «Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmenso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar “las grandezas de Dios”, que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio».[68]
Los frutos, que este ininterrumpido proceso de evangelización genera adentro de la Iglesia como signo de la fuerza vivificadora del Evangelio, toman forma en la confrontación con los desafíos de nuestro tiempo. Es necesario generar familias que sean signos verdaderos y reales de amor y de coparticipación, capaces de dar esperanza porque están abiertas a la vida; se necesita la fuerza para construir comunidades que posean un auténtico espíritu ecuménico y que sean capaces de un diálogo con las otras religiones; urge el coraje para sostener iniciativas de justicia social y solidaridad, que coloquen el pobre en el centro del interés de la Iglesia; se formulan los mejores auspicios de alegría en la donación de la propia vida en un proyecto vocacional o de consagración. Una Iglesia que transmite su fe, una Iglesia de la “nueva evangelización” es capaz en todos estos ámbitos de mostrar el Espíritu que la guía y que transfigura la historia: la historia de la Iglesia, de los cristianos, de los hombres y de sus culturas.
También el coraje de denunciar las infidelidades y los escándalos, que emergen en las comunidades cristianas como signo y como consecuencia de momentos de fatiga y de cansancio en esta tarea de anuncio, es parte de esta lógica del reconocimiento de los frutos. El coraje de reconocer las culpas; la capacidad de continuar dando testimonio de Jesucristo mientras comunicamos nuestra continua necesidad de ser salvados, sabiendo que – come nos enseña el apóstol san Pablo – podemos ver en nuestras debilidades la fuerza de Cristo que nos salva (cf. 2 Co 12, 9; Rm 7, 14 s); el ejercicio de la penitencia, el empeño en caminos de purificación y la voluntad de reparar las consecuencia de nuestros errores; una sólida confianza en que la esperanza que nos ha sido dada «no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rm 5, 5), son también éstos diversos frutos de una transmisión de la fe, de un anuncio del Evangelio que, en primer lugar, no deja de renovar a los cristianos, mientras lleva al mundo el Evangelio de Jesucristo.
Preguntas
Hacer experiencia de Cristo es la finalidad de la transmisión de la fe para compartirla con los cercanos y los lejanos. Ella nos impulsa a la misión.
1. ¿En qué medida nuestras comunidades cristianas logran proponer lugares eclesiales que sean instrumentos de experiencia espiritual? 2. ¿Nuestros caminos de fe tienen como objetivo solamente la adhesión intelectual a la verdad cristiana o se proponen verdaderamente vivir experiencias reales de encuentro y de comunión, de “habitación” en el misterio de Cristo? 3. ¿En qué modo las Iglesias individualmente han encontrado soluciones y respuestas a la exigencia de experiencia espiritual, que proviene también de las jóvenes generaciones de hoy? La Palabra y la Eucaristía son los vehículos principales, los instrumentos privilegiados para vivir la fe cristiana como experienc
ia espiritual. 4. ¿En qué modo las dos precedentes Asambleas Generales Ordinarias del Sínodo de los Obispos han ayudado a las comunidades cristianas a aumentar la calidad de la escucha de la Palabra en nuestras Iglesias? ¿En qué modo han contribuido a aumentar la calidad de nuestras celebraciones eucarísticas? 5. ¿Cuáles son los elementos mejor recibidos? ¿Qué reflexiones y qué sugerencias han de ser aún acogidas? 6. ¿En qué medida los grupos de escucha y de confrontación sobre la base de la Palabra de Dios están transformándose en instrumentos comunes de vida cristiana para nuestras comunidades? ¿En qué modo nuestras comunidades expresan la centralidad de la Eucaristía (celebrada, adorada) y a partir de ellas estructuran sus acciones y sus vidas?
Después de décadas de vigorosa efervescencia, el campo de la catequesis muestra signos de fatiga y de cansancio, principalmente a nivel de los sujetos llamados a sostener y a animar esta acción eclesial.
7. ¿Cuál es la experiencia concreta de nuestras Iglesias? 8. ¿Cómo se ha buscado ofrecer reconocimiento y solidaridad a la figura del catequista dentro de las comunidades cristianas? ¿Cómo se ha tratado de concretar y dar eficacia al reconocimiento de un rol activo de otros sujetos en la tarea de transmisión de la fe (padres, padrinos, la comunidad cristiana)? 9. ¿Qué iniciativas han sido pensadas para sostener a los padres, para darles coraje en una tarea (la transmisión, y en consecuencia, la transmisión de la fe) que la cultura reconoce siempre menos come tarea a ellos confiada?
En las últimas décadas, respondiendo también a un pedido del Concilio Vaticano II, varias Conferencias Episcopales se han empeñado en nuevos programas de itinerarios y textos catequísticos.
10. ¿En qué situación se encuentran tales proyectos? 11. ¿Qué efectos benéficos han producido en el proceso de transmisión de la fe? ¿Con qué esfuerzo y con qué obstáculos han debido enfrentarse? 12. ¿Qué instrumentos ha ofrecido en este itinerario de reprogramación la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica? 13. ¿Cómo trabajan las comunidades cristianas (parroquias) y los diversos grupos y movimientos para garantizar en los hechos una catequesis que sea lo más eclesial posible y que esté proyectada en modo concordado y compartido con los otros sujetos eclesiales? 14. En relación a los fuertes cambios culturales en acto: ¿cuáles son las instancias pedagógicas ante las cuales la acción catequística de nuestras Iglesias se siente más desamparada y descubierta? 15. ¿En qué medida el instrumento del catecumenado ha sido asumido en las comunidades cristianas como modelo a partir del cual construir el proyecto de catequesis y de educación en la fe?
La situación actual pide a la Iglesia un renovado estilo evangelizador, una nueva disponibilidad para dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza.
16. ¿En qué medida las Iglesias locales han logrado difundir esta nueva exigencia en las comunidades cristianas? ¿Con qué resultados? ¿Con qué esfuerzos y con qué resistencias? 17. ¿Puede decirse que la urgencia de un nuevo anuncio misionero se ha transformado en una componente habitual de las acciones pastorales de las comunidades? ¿Existe una convicción que la misión debe ser vivida también en nuestras comunidades cristianas locales, en nuestros contextos normales de vida? 18. ¿Existen otros sujetos, además de nuestras comunidades, que animan el tejido social anunciando allí el Evangelio? ¿Con qué acciones y métodos? ¿Con qué resultados? 19. ¿En qué modo los bautizados han madurado la consciencia de ser llamados en primera persona a este anuncio? ¿Qué experiencias pueden ser trasmitidas a este respecto?
El anuncio y la transmisión de la fe generan como fruto la comunidad cristiana.
20. ¿Cuáles son los principales frutos que la transmisión de la fe ha generado en vuestras Iglesias? 21. ¿En qué medida las comunidades cristianas están preparadas para reconocer estos frutos, para sostenerlos y para nutrirlos? ¿Cuáles son los frutos de los que se siente principalmente la falta? 22. ¿Qué resistencias, qué esfuerzos y también qué escándalos obstaculizan este anuncio? ¿Cómo han sabido vivir las comunidades estos momentos, considerándolos como un nuevo punto de partida para un renovado impulso espiritual y misionero?
Tercer Capítulo
Iniciar a la experiencia cristiana
«Id pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20)
18. La iniciación cristiana, proceso evangelizador
La reflexión sobre la transmisión de la fe que hemos presentado, junto a los cambios sociales y culturales – que se presentan frente al cristianismo actual como un desafío – han dado inicio en la Iglesia a un difundido proceso de reflexión y de revisión de los itinerarios de introducción a la fe y de acceso a los sacramentos. Las afirmaciones del Concilio Vaticano II,[69] que originariamente fueron percibidas por muchas comunidades cristianas como buenos auspicios, hoy en cambio, son una realidad en varias Iglesias locales. Es posible experimentar tantos elementos allí enumerados, comenzando por la consciencia ya madura y universalmente difundida del vínculo intrínseco que une a los sacramentos de la iniciación cristiana. Bautismo, Confirmación y Eucaristía son vistos no ya como tres sacramentos separados, sino como etapas de un camino de engendramiento a la vida cristiana adulta, dentro de un proceso orgánico de iniciación a la fe. La iniciación cristiana es ya un concepto y un instrumento pastoral reconocido y bien consolidado en las Iglesias locales.
En este proceso, las Iglesias locales que tienen una tradición secular de iniciación a la fe deben mucho a la Iglesias más jóvenes. En comunión se ha aprendido a asumir, como modelo del camino de iniciación a la fe, el adulto y no ya el niño.[70] Se ha llegado a dar de nuevo importancia al sacramento del bautismo, asumiendo la estructura de catecumenado antiguo, como un ejemplo para organizar acciones pastorales que, en nuestros contextos culturales, consientan una celebración más consciente, mayormente preparada y más capaz de garantizar la participación futura de los nuevos bautizados en la vida cristiana. Muchas comunidades cristianas han comenzado a revisar con atención las propias prácticas bautismales, reconsiderando los modos de participación y empeño de los padres, en el caso del bautismo de los niños, y explicitando el momento de evangelización, de anuncio claro de la fe. Han buscado de estructurar celebraciones del sacramento del bautismo que den mayor espacio al compromiso de la comunidad y que muestren más visiblemente el sostén dado a los padres en la tarea de la educación cristiana, que cada vez se hace más ardua. Escuchando la experiencia de las Iglesias Católicas Orientales, se ha recurrido a la catequesis mistagógica, para imaginar caminos de iniciación que no se detengan en el umbral de la celebración sacramental, sino que continúen la acción formadora también después, para recordar explícitamente que el objetivo es educar para una fe cristiana adulta.[71]
La confrontación ha encendido una reflexión teológica y pastoral que, teniendo en cuenta las peculiaridades de los diversos ritos, es capaz de ayudar a la Iglesia a encontrar una reestructuración compartida de las propias prácticas de introducción y de educación en la fe. La cuestión del orden de los Sacramentos de la iniciación es emblemática a este respecto. En la Iglesia hay diferentes tradiciones. Esta diversidad se manifiesta en modo evidente en las costumbres eclesiales orientales, y en la misma praxis occidental, en lo que se refiere a la iniciación de los adultos, respecto de la iniciación de los niños. Dicha diversidad encuentra una ulterior acentuación en el modo según el cual es vivido y celebrado el
sacramento de la Confirmación.
Ciertamente, se puede afirmar que del modo en el cual la Iglesia en Occidente sabrá gestionar esta revisión de sus prácticas bautismales dependerá el rostro futuro del cristianismo en su mundo y la capacidad de la fe cristiana de hablar a su cultura. Sin embargo, no todo en este proceso de revisión, ha funcionado siempre en términos positivos. No faltaron los malos entendidos, es decir, la voluntad de interpretar las transformaciones requeridas como ocasiones para introducir lógicas de ruptura: las nuevas prácticas pastorales eran consideradas y comprendidas a la luz de una hermenéutica de la fractura creadora, que veía en lo que nacía como algo nuevo la posibilidad de dar un juicio sobre el pasado reciente de la Iglesia, y al mismo tiempo, la posibilidad de instaurar formas sociales inéditas para presentar y para vivir el cristianismo hoy. Según este criterio, el abandono de la práctica del bautismo de los niños ha sido presentado alguna vez como una necesidad inderogable. Paralelamente, un serio obstáculo a la revisión en acto se verificó en los comportamientos inerciales mantenidos por algunas comunidades cristianas, convencidas que la simple repetición de acciones estereotipadas fuera una garantía de bondad y de éxito de la acción eclesial.
El proceso de revisión propone a la Iglesia algunos lugares y algunos problemas como verdaderos desafíos, que ponen a las comunidades cristianas frente a la obligación de discernir, y después adoptar, nuevos estilos de acción pastoral. Ciertamente, es un desafío para la Iglesia encontrar en este momento un consenso general con respecto a la colocación del sacramento de la Confirmación. El pedido fue realizado también durante la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, y nuevamente considerado por el Papa Benedicto XVI en la sucesiva exhortación postsinodal.[72] Las Conferencias Episcopales han hecho en estos últimos tiempos opciones diversas al respecto, basándose en diferentes perspectivas desde las cuales puede considerarse la problemática (pedagógica, sacramental, eclesial). Así, se presenta como un desafío para la Iglesia la capacidad de ofrecer nuevamente contenido y energía a esa dimensión mistagógica de los caminos de iniciación, sin la cual estos mismos itinerarios resultarían privados de un ingrediente esencial del proceso de generación de la fe. También se presenta como un ulterior desafío, la necesidad de no delegar a eventuales caminos escolásticos de educación religiosa la tarea, que es propia de la Iglesia, de anunciar el Evangelio y de engendrar en la fe, incluso en relación a los niños y a los adolescentes. Las prácticas en este sector son muy diferentes de nación a nación, y no consienten la elaboración de respuestas únicas o uniformes. Sin embargo, la instancia permanece válida para cada Iglesia local.
Como es posible intuir, el campo de la iniciación es verdaderamente un ingrediente esencial del mandato evangelizador. La “nueva evangelización” tiene mucho qué decir a este respecto: es necesario, en efecto, que la Iglesia continúe en modo fuerte y determinado esos ejercicios de discernimiento actualmente en acto, y al mismo tiempo encuentre energías para entusiasmar nuevamente a aquellos sujetos y aquellas comunidades que muestran signos de cansancio y de resignación. El futuro rostro de nuestras comunidades depende mucho de las energías investidas en esta acción pastoral, y de las iniciativas concretas propuestas y realizadas en vista de una reconsideración y de un nuevo lanzamiento de dicha acción pastoral.
19. El primer anuncio como exigencia de formas nuevas del discurso sobre Dios
El proceso de revisión de los caminos de iniciación a la fe ha dato ulterior relieve a un desafío decididamente presente en la situación actual: la dificultad cada vez mayor con la cual hombres y mujeres escuchan hoy hablar de Dios y encuentran lugares y experiencias que abran una reflexión sobre este tema. Se trata de una dificultad con la cual la Iglesia se confronta desde hace tiempo, y que, por lo tanto, no sólo ha sido denunciada, sino que ha conocido algunos instrumentos de respuesta. Ya el Papa Pablo VI, considerando este desafío, ha puesto a la Iglesia frente a la urgencia de encontrar nuevos caminos para proponer la fe cristiana.[73] Así ha nacido el instrumento del “primer anuncio”,[74] entendido como instrumento de propuesta explícita, o mejor aún de proclamación, del contenido fundamental de nuestra fe.
Una vez asumido a pleno título en la tarea de elaboración de un nuevo proyecto de los itinerarios de introducción a la fe, el primer anuncio debe estar dirigido a los no creyentes, a aquellos que, de hecho, viven en la indiferencia religiosa. Este primer anuncio tiene la finalidad de proclamar el Evangelio y la conversión, en general, a quienes todavía no conocen a Jesucristo. La catequesis, distinta del primer anuncio del Evangelio, promueve y hace madurar esa conversión inicial, educando en la fe al convertido e incorporándolo en la comunidad cristiana. La relación entre estas dos formas del ministerio de la Palabra no es, sin embargo, siempre fácil de establecer, y no necesariamente debe ser afirmada en modo neto. Se trata de una doble atención que frecuentemente se conjuga en la misma acción pastoral. Sucede a menudo, en efecto, que las personas que acceden a la catequesis necesitan vivir todavía una verdadera conversión. Por ello, cuando se trata de los caminos de catequesis y de educación en la fe, será útil poner mayor atención en el anuncio del Evangelio que llama a esa conversión, que la provoca y la sostiene. Éste es el modo según el cual la nueva evangelización estimula los itinerarios habituales de educación en la fe, acentuando su carácter kerigmático, de anuncio.[75]
Por lo tanto, una primera respuesta directa al desafío propuesto ha sido dada. Pero, más allá de la respuesta directa, el discernimiento que estamos realizando nos sugiere detenernos a comprender todavía más en profundidad las razones de una tal extrañeza del discurso sobre Dio de parte de nuestra cultura. Se trata de verificar, sobre todo, en qué medida una situación de este tipo ha ejercido una influencia en las mismas comunidades cristianas.[76] Esto es necesario, sobre todo para buscar las formas y los instrumentos para elaborar reflexiones sobre Dios, que sepan responder a las esperanzas y las ansias de los hombres de hoy, mostrándoles cómo la novedad, que es Cristo, es, al mismo tiempo, el don que todos esperamos, al cual cada ser humano anhela como cumplimiento implícito de su búsqueda de sentido y de su sed de verdad. El olvido del tema de Dios se transformará así en una ocasión de anuncio misionero. La vida cotidiana nos mostrará dónde localizar esos “patios de los gentiles”,[77] dentro de los cuales nuestras palabras se hacen no solo audibles sino también significativas y curativas para la humanidad. La tarea de la “nueva evangelización” es conducir tanto a los cristianos practicantes como a los que se preguntan acerca de Dios a percibir su llamada personal en la propia consciencia. La nueva evangelización es una invitación a las comunidades cristianas para que depositen mayormente la confianza en el Espíritu, que las guía en la historia. Así serán capaces de vencer los miedos que experimentan, y lograrán ver con mayor lucidez los lugares y los senderos a través de los cuales colocar la cuestión de Dios en el centro de la vida de los hombres de hoy.
20. Iniciar a la fe, educar en la verdad
La necesidad de hablar de Dios conlleva, como consecuencia, la posibilidad y la necesidad de un análogo discurso sobre el hombre. La evangelización, de suyo, lo exige directamente. Existe un vínculo fuerte entre la iniciación a la fe y la educación. Lo afirmaba el Concilio Vaticano II.[78] El Papa Benedicto XVI ha expresado recientemente esta misma convicción: «Algunos cuestionan hoy el compromiso de la Iglesia en la
educación, preguntándose si estos recursos no se podrían emplear mejor de otra manera. […] La misión, primaria en la Iglesia, de evangelizar, en la que las instituciones educativas juegan un papel crucial, está en consonancia con la aspiración fundamental de la nación de desarrollar una sociedad verdaderamente digna de la dignidad de la persona humana. A veces, sin embargo, se cuestiona el valor de la contribución de la Iglesia al forumpúblico. Por esto es importante recordar que la verdad de la fe y la de la razón nunca se contradicen».[79] La Iglesia con la verdad revelada purifica la razón y la ayuda a reconocer las verdades últimas como fundamento de la moralidad y de la ética humana. La Iglesia, por su misma índole, sostiene las categorías morales esenciales, manteniendo viva la esperanza en la humanidad.
Las palabras del Papa Benedicto XVI presentan los motivos por los cuales resulta natural que la evangelización y la iniciación a la fe estén acompañadas por una acción educativa desarrollada por la Iglesia como servicio al mundo. Hoy estamos llamados a realizar esta tarea en un momento y en un contexto cultural en el que cada forma de acción educativa aparece más crítica y difícil, a tal punto que el mismo Papa habla de «emergencia educativa».[80]
Con el término “emergencia educativa” el Papa desea aludir a las dificultades cada vez mayores que hoy encuentra no solo la acción educativa cristiana, sino más en general toda acción educativa. Cada vez es más arduo transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un recto comportamiento. Ésta es la difícil tarea no sólo de los padres, que ven reducida cada vez más la capacidad de influir en el proceso educativo, sino también de los agentes de la educación, a quienes corresponde esta actividad, comenzando por la escuela.
Un tal desarrollo de los acontecimientos era en parte previsible: en una sociedad y en una cultura que muy a menudo hacen del relativismo el propio credo, falta la luz de la verdad. Se considera demasiado comprometedor hablar de la verdad, parece “autoritario”, y se termina por dudar de la bondad de la vida –¿es un bien ser un hombre? ¿es un bien vivir?– de la validez de las relaciones y de los empeños que son parte de la vida. En este contexto ¿cómo sería posible proponer a los más jóvenes y transmitir de generación en generación algo de válido y de cierto, reglas de vida, un auténtico significado y objetivos convincentes para la existencia humana, como personas y como comunidad? Por este motivo, la educación tiende en gran medida a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades, o capacidades para hacer, mientras se busca apagar el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas con objetos de consumo y con gratificaciones efímeras. De este modo, tanto los padres como los docentes están fácilmente tentados de abdicar a los propios deberes educativos y de no comprender ni siquiera cuál es el propio rol, la misión a ellos confiada.
Aquí está la emergencia educativa: ya no somos capaces de ofrecer a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que es nuestro deber transmitirles. Nosotros estamos en deuda en relación a ellos también en lo que respecta a aquellos verdaderos valores que dan fundamento a la vida. Así termina descuidado y olvidado el objetivo esencial de la educación, que es la formación de la persona, para hacerla capaz de vivir en plenitud y de dar su contribución al bien de la comunidad. Por ello crece, desde diversos sectores, la demanda de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad de educadores que sean verdaderamente tales. Dicho pedido acomuna a los padres (preocupados, y con frecuencia angustiados, por el futuro de los propios hijos), a los docentes (que viven la triste experiencia de la decadencia de la escuela) y a la sociedad misma, que ve amenazada las bases de la convivencia.
En estas circunstancias, el empeño de la Iglesia para educar en la fe, siguiendo las huellas y el testimonio del Señor, asume más que nunca el valor de una contribución para ayudar a la sociedad en que vivimos a superar la crisis educativa que la aflige, construyendo un muro de contención contra la desconfianza y contra aquel extraño «odio de sí», contra aquellas formas de auto-denigración, que parecen haberse transformado en una característica de algunas de nuestras culturas. Este compromiso puede dar a los cristianos la ocasión adecuada para habitar el espacio público de nuestras sociedades, proponiendo nuevamente dentro de este espacio la cuestión de Dios, y llevando como don la propia tradición educativa, fruto que las comunidades cristianas, guiadas por el Espíritu, han sabido producir en este campo.
La Iglesia posee en este sentido una tradición, es decir, un tesoro histórico de recursos pedagógicos, reflexión e investigación, instituciones, personas – consagradas y no consagradas, reunidas en ordenes religiosas y en congregaciones – capaces de ofrecer una presencia significativa en el mundo de la escuela y de la educación. Además, ese capital histórico, en cuanto se encuentra relacionado con las transformaciones sociales y culturales actuales, está también sujeto a cambios significativos. Por lo tanto, será oportuno pensar en un discernimiento en este sector, para concentrar la atención en ciertos puntos críticos que los cambios están generando. Se deberán reconocer las energías del futuro, los desafíos que requieren una instrucción adecuada, sabiendo que la tarea fundamental de la Iglesia es educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio, ayudando a entrar en una relación viva con Cristo y con el Padre.
21. El objetivo de una “ecología de la persona humana”
El objetivo de todo este empeño educativo de la Iglesia es fácilmente reconocible. Se trata de trabajar en la construcción de lo que el Papa Benedicto XVI define como una “ecología de la persona humana”. «Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. […]el problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad».[81]
La fe cristiana sostiene la inteligencia en la comprensión del equilibrio profundo que mantiene firme la estructura de la existencia y de la historia. La fe desarrolla esta operación no en modo genérico o desde el externo, sino compartiendo con la razón la sed de saber, la sed de investigar, orientándola hacia el bien del hombre y del cosmos. La fe cristiana contribuye a la comprensión del contenido profundo de las experiencias fundamentales del hombre, como el texto del Papa apenas citado demuestra. Es una tarea – la de la confrontación crítica y de orientación – que el catolicismo desarrolla desde hace tiempo. Por ello, se encuentra cada vez mejor preparado, dando vida a instituciones, centros de investigación, universidades, fruto de la intuición y del carisma de algunos o de la atención educativa de las Iglesias locales. Estas instituciones desarrollan su fun
ción habitando el espacio común de la investigación y del progreso del conocimiento en las diversas culturas y sociedades. Los cambios sociales y culturales que hemos presentado interpelan y generan desafíos a estas instituciones. El discernimiento, que constituye la base de la “nueva evangelización”, está llamado a ocuparse de este empeño cultural y educativo de la Iglesia. Se podrán así identificar los puntos críticos de estos desafíos, las energías y las estrategias que han de ser adoptadas para garantizar el futuro, no solo de la Iglesia sino también del hombre y de la humanidad.
En vista de una “nueva evangelización” será seguramente posible: imaginar todos estos espacios culturales como otros tantos “patios de los gentiles”, ayudándoles a vivir la propia vocación originaria dentro de los nuevos escenarios que avanzan, es decir, aquella vocación de llevar positivamente la cuestión de Dios y de la experiencia de la fe cristiana dentro de las realidades del tiempo; ayudar a estos espacios a ser lugares en los cuales se puedan formar las personas libres y adultas, capaces a su vez de llevar la cuestión de Dios dentro de sus vidas, en el trabajo, en la familia.
22. Evangelizadores y educadores en cuanto testigos
El contexto de emergencia educativa en el cual nos encontramos confiere aún más fuerza a las palabras del Papa Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan – decíamos recientemente a un grupo de seglares –, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio. […] Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad».[82] Cualquier proyecto de “nueva evangelización”, cualquier proyecto de anuncio y de transmisión de la fe no puede prescindir de esta necesidad: disponer de hombres y mujeres que con la propia conducta de vida sostengan el empeño evangelizador que viven. Precisamente esta ejemplaridad es el valor agregado que confirma la verdad de la donación, del contenido de lo que enseñan y de lo que proponen como estilo de vida. La actual emergencia educativa acrecienta la demanda de educadores que sepan ser testigos creíbles de aquellas realidades y de aquellos valores sobre los cuales es posible fundar tanto la existencia personal de cada ser humano, como los proyectos compartidos de la vida social. A este respecto, tenemos excelentes ejemplos. Basta recordar a san Pablo, san Patricio, san Bonifacio, san Francisco Javier, los santos Cirilo y Metodio, santo Toribio de Mogrovejo, san Damian de Veuster, la beata Madre Teresa di Calcuta.
Esta exigencia se transforma para la Iglesia de hoy en una tarea de sostén y de formación de muchas personas, que desde hace tiempo están empeñadas en estas actividades de evangelización y de educación (obispos, sacerdotes, catequistas, educadores, docentes, padres) de las comunidades cristianas y están llamadas a dar mayor reconocimiento y a invertir mayores recursos en esta tarea esencial para el futuro de la Iglesia y de la humanidad. Es necesario afirmar claramente la esencialidad de este ministerio de evangelización, de anuncio y de transmisión, dentro de nuestras Iglesias. Es igualmente necesario que cada comunidad considere nuevamente las prioridades en las propias acciones, para concentrar energías y fuerzas en este empeño común de la “nueva evangelización”.
Para que la fe sea sostenida y nutrida, ella tiene necesidad, inicialmente, de ese ámbito originario que es la familia, primer lugar de educación en la oración.[83] En el espacio familiar puede tener lugar la educación en la fe esencialmente bajo la forma de educación del niño en la oración. Es útil para los padres rezar junto al niño para habituarlo a reconocer la presencia amante del Señor. Esto les permite ser testigos autorizados ante el mismo niño.
La formación y el cuidado con que se deberá no solo sostener a los evangelizadores ya en acción, sino llamar a nuevas fuerzas, no se reducirá a una mera preparación técnica, aunque ella sea necesaria. Será sobre todo una formación espiritual, una escuela de la fe a la luz del Evangelio de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu, para vivir la experiencia de la paternidad de Dios. Puede evangelizar sólo quien a su vez se ha dejado y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo. Puede transmitir la fe, como lo demuestra el apóstol Pablo: «creí, por eso hablé» (2 Co 4, 13).
Por lo tanto, la nueva evangelización es principalmente una tarea y un desafío espiritual. Es una tarea de cristianos que desean alcanzar la santidad. En este contexto y con este modo de entender la formación, seráútil dedicar espacio y tiempo a una confrontación con respecto a las instituciones y a los instrumentos a disposición de las Iglesias locales para hacer que los bautizados sean conscientes del propio empeño misionero y evangelizador. Frente a los escenarios de la nueva evangelización, los testigos para ser creíbles deben saber hablar en los lenguajes de su tiempo, anunciando así, desde adentro, las razones de la esperanza que los anima (cf. 1 P 3, 15). Esta tarea no puede ser imaginada en modo espontáneo, exige atención, educación y cuidado.
Preguntas
El proyecto de la nueva evangelización se propone como un ejercicio de verificación de todos los lugares y las acciones con las cuales la Iglesia anuncia al mundo el Evangelio. 1. ¿En qué medida el instrumento del “primer anuncio” es conocido y difundido en las comunidades cristianas? 2. ¿Las comunidades cristianas realizan acciones pastorales que tienen como objetivo la propuesta específica de la adhesión al Evangelio, de la conversión al cristianismo? 3. Más en general, ¿cómo las comunidades cristianas individualmente se confrontan con la exigencia de elaborar formas nuevas para abrir un discurso sobre Dios dentro de la sociedad y también dentro de nuestras mismas comunidades? ¿Qué experiencias significativas puede ser útil compartir con las otras Iglesias? 4. ¿Cómo ha sido asumido y desarrollado el proyecto del “patio de los gentiles” en las diversas Iglesias locales? 5. ¿A qué nivel de prioridad ha sido asumido por las comunidades cristianas el empeño de atreverse a recorren caminos de nueva evangelización? ¿Cuáles son las iniciativas que han dado mejores resultados en cuanto a la apertura misionera de las comunidades cristianas? 6. ¿Qué experiencias, qué instituciones, nuevas asociaciones o grupos han nacido o se han difundido con el objetivo de anunciar con gozo y coraje el Evangelio a los hombres? 7. ¿Qué colaboraciones entre las comunidades parroquiales y estas nuevas experiencias?
La Iglesia ha empeñado muchas energías para reestructurar los propios caminos de iniciación y de educación en la fe.
8. ¿En qué medida la experiencia de la iniciación cristiana de los adultos ha sido asumida como modelo para repensar los caminos de iniciación a la fe en nuestras comunidades? 9. ¿En qué medida y cómo ha sido asumido el instrumento de la iniciación cristiana? ¿En qué modo ha ayudado a la reflexión sobre la pastoral bautismal y a la acentuación del vínculo que existe entre los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía? 10. Las Iglesias Católicas Orientales administran unitariamente los sacramentos de la iniciación cristiana al niño. ¿Cuáles son las riquezas y las peculiaridades de esta experiencia? ¿Cómo se sienten interpeladas por las reflexiones y por los cambios actuales en la Iglesia, en lo que se refiere a la iniciación cristiana? 11. ¿Cómo el “catecumenado bautismal” ha inspirado una revisión de los caminos de preparación a los sacramentos, transformándolos en itinera
rios de iniciación cristiana, capaces de implicar en modo activo a los diversos miembros de la comunidad (en particular los adultos), y no sólo a los sujetos directamente interesados? ¿Cómo las comunidades cristianas se acercan a los padres para ayudarlos a cumplir con el deber de transmitir la fe, deber que se hace cada vez más arduo? 12. ¿Qué evoluciones ha conocido la ubicación del sacramento de la Confirmación, dentro de este itinerario? ¿A raíz de qué motivos? 13. ¿Cómo se ha logrado dar cuerpo a los itinerarios mistagógicos? 14. ¿En qué medida las comunidades cristianas han logrado transformar el camino de educación en la fe en una cuestión adulta y dirigida sobre todo a los adultos, evitando de este modo el riesgo de colocar dicho camino exclusivamente en la edad de la infancia? 15. ¿Están elaborando las Iglesias locales reflexiones explícitas sobre el rol del anuncio y sobre la necesidad de dar mayor importancia a la generación en la fe, a la pastoral bautismal? 16. ¿Ha sido superada la fase de la delegación del deber de la educación en la fe de parte de la comunidad parroquial a otros agentes de educación religiosa (por ejemplo las instituciones escolásticas, confundiendo los caminos de educación en la fe con eventuales formas de educación cultural en relación al hecho religioso)?
El desafío educativo interpela nuestras Iglesias como una verdadera emergencia.
17. ¿Con qué grado de sensibilidad y con qué energía ha sido asumida tal emergencia? 18. ¿Cómo ayuda a responder a este desafío la presencia de instituciones católicas en el mundo de la escuela? ¿Qué cambios influyen en estas instituciones? ¿Con qué recursos son capaces de responder al desafío? 19. ¿Qué vínculo existe entre estas instituciones y otras instituciones eclesiales, entre estas instituciones y la vida parroquial? 20. ¿En qué modo estas instituciones logran hacerse escuchar en el ámbito de la cultura y de la sociedad, enriqueciendo los debates y los movimientos culturales de pensamiento con la voz de la experiencia cristiana de la fe? 21. ¿Qué relación existe entre estas instituciones católicas y las otras instituciones educativas, entre ellas y la sociedad? 22. ¿Cómo las grandes instituciones culturales (universidades católicas, centros culturales, centros de investigación), que la historia nos ha dejado en herencia, logran tomar la palabra en los debates que se refieren a los valores fundamentales del hombre (defensa de la vida, de la familia, de la paz, de la justicia, de la solidaridad, de la creación)? 23. ¿Cómo logran dichas instituciones ser instrumentos que ayudan al hombre a dilatar los confines de su razón, a buscar la verdad, a reconocer las huellas del designio de Dios que da sentido a nuestra historia? ¿Y paralelamente, cómo ayudan las comunidades cristianas a decifrar y a favorecer la escucha de las inquietudes y de las esperanzas expresadas por la cultura actual? 24. ¿En qué medida estas instituciones logran ubicarse dentro de aquella experiencia denominada “patio de los gentiles”? ¿Logran imaginar este lugar como un espacio en el que los cristianos viven la audacia de implementar formas de diálogo que salgan al encuentro de las esperanzas más profundas de los hombres y de la sed que ellos tienen de Dios; y de poner dentro de estos contextos la pregunta sobre Dios, compartiendo la propia experiencia de búsqueda y trasmitiendo como un don el encuentro con el Evangelio de Jesucristo?
El proyecto de la nueva evangelización requiere formas y caminos de formación para el anuncio y el testimonio.
25. ¿Cómo viven las comunidades cristianas la urgencia de llamar, formar y sostener personas que sean capaces de ser evangelizadores y educadores como testigos? 26. ¿Qué ministerios, instituidos, pero más frecuentemente “de hecho”, las Iglesias locales han visto surgir (o han favorecido) con esta clara finalidad evangelizadora? 27. ¿Cómo las parroquias se han dejado inspirar al respecto por la vitalidad de algunos movimientos y realidades carismáticas? 28. Varias Conferencias Episcopales en estas décadas han hecho de la misión y de la evangelización los elementos centrales y las prioridades de sus proyectos pastorales: ¿qué resultados han obtenido? ¿cómo han logrado sensibilizar a las comunidades cristianas sobre la calidad “espiritual” de este desafío misionero? 29. ¿En qué modo esta acentuación sobre la “nueva evangelización” ha ayudado a la revisión y a la reorganización de los caminos de formación de los candidatos al sacerdocio? ¿Cómo las diversas instituciones destinadas a esta formación (seminarios diocesanos, regionales, dirigidos por órdenes religiosas) han sabido reinterpretar y adecuar sus reglas de vida a esta prioridad? 30. ¿Cómo el ministerio del diaconado, recientemente restablecido, ha encontrado en este mandato evangelizador uno de los contenidos de su identidad?
Conclusión
«Recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros» (Hch 1, 8)
23. El fundamento de la “nueva evangelización” en María y en Pentecostés
Jesucristo, con su venida entre nosotros, nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Su revelación nos ha implicado no sólo como destinatarios de la salvación, que nos ha sido dada, sino también como sus anunciadores y testigos. El Espíritu del Resucitado habilita, de este modo, nuestra vida para el anuncio eficaz del Evangelio en todo el mundo. Esta es la experiencia de la primera comunidad cristiana, que veía difundirse la Palabra mediante la predicación y el testimonio (cf. Hch 6, 7).
Cronológicamente, la primera evangelización comenzó el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos todos juntos en el mismo lugar en oración con la Madre de Cristo, recibieron el Espíritu Santo. Aquella, que según las palabras del Arcángel, es la “llena de gracia”, se encuentra así en la vía de la predicación apostólica, y en todos los caminos en los cuales los sucesores de los Apóstoles se ha movido para anunciar el Evangelio.
mNueva evangelización no significa un “nuevo Evangelio”, porque «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos» (Hb 13, 8). Nueva evangelización quiere decir: una respuesta adecuada a los signos de los tiempos, a las necesidades de los hombres y de los pueblos de hoy, a los nuevos escenarios que diseñan la cultura a través de la cual contamos nuestras identidades y buscamos el sentido de nuestras existencias. Nueva evangelización significa, por lo tanto, promover una cultura más profundamente enraizada en el Evangelio; quiere decir descubrir al hombre nuevo que existe en nosotros gracias al Espíritu que nos ha dado Jesucristo y el Padre. El camino de preparación a la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos y su celebración serán para la Iglesia como un nuevo Cenáculo, en el cual los sucesores de los Apóstoles, reunidos en oración junto a la Madre de Cristo –con Aquella que ha sido invocada como Estrella de la Nueva Evangelización[84]– preparan los caminos de la nueva evangelización.
24. La “nueva evangelización”, visión para la Iglesia de hoy y de mañana
En estas páginas hemos varias veces hablado de nueva evangelización. Vale la pena, al concluir, evocar el significado profundo de esta definición y el llamado contenido en ella. Dejemos esta tarea al Papa Juan Pablo II, que ha sostenido y difundido tanto esta terminología. “Nueva evangelización” significa «reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos “especialis
tas”, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos».[85]
En el presente texto hemos hablado muchas veces de cambios y transformaciones. Nos hemos confrontado con escenarios que describen cambios históricos, que suscitan con frecuencia en nosotros aprensión y miedo. En esta situación, advertimos la necesidad de una visión que nos permita ver el futuro con esperanza, sin lágrimas de desesperación. Como Iglesia, ya tenemos esta visión. Se trata del Reino que viene, que nos ha sido anunciado por Jesucristo y descripto en sus parábolas. Es el Reino que ya ha comenzado con su predicación y, sobre todo, con su muerte y resurrección por nosotros. Sin embargo, a menudo tenemos la impresión de no lograr a dar forma concreta a esta visión, de no lograr a “hacerla nuestra”, de no lograr a hacer de ella palabra viva para nosotros y para nuestros contemporáneos, de no asumirla como fundamento de nuestras acciones pastorales y de nuestra vida eclesial.</p>
En este sentido, desde el Concilio Vaticano II en adelante, los Papas nos han ofrecido una clara palabra clave de orientación para una pastoral presente y futura: “nueva evangelización”, es decir nueva proclamación del mensaje de Jesús, que infunde alegría y nos libera. Esta palabra clave puede ser el fundamento de esta visión de la cual sentimos necesidad: la visión de una Iglesia evangelizadora, punto de partida del presente texto, es también la tarea que nos es asignada al final. Todo el trabajo de discernimiento que estamos llamados a hacer tiene como objetivo que esta visión eche raíces profundas en nuestros corazones. En el corazón de cada uno de nosotros, en los corazones de nuestras Iglesias, para ofrecer un servicio al mundo.
25. La alegría de la evangelización
Nueva evangelización quiere decir compartir con el mundo sus ansias de salvación y dar razón de nuestra fe, comunicando el Logos de la esperanza ( cf. 1 P 3, 15). Los hombres tienen necesidad de esperanza para poder vivir el propio presente. El contenido de esta esperanza es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo».[86] Por esto la Iglesia es misionera en su íntima esencia. No podemos tener solo para nosotros las palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con Jesucristo. Esas palabras son para todos, para cada hombre. Cada persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este anuncio.
Precisamente la falta de esta consciencia genera desierto y desaliento. Uno los obstáculos para la nueva evangelización es la ausencia de alegría y de esperanza que tales situaciones crean y difunden entre los hombres de nuestro tiempo. Con frecuencia esta falta de alegría y de esperanza son tan fuertes que influyen en nuestras mismas comunidades cristianas. La nueva evangelización se presente en estos contextos no como un deber, o como un ulterior peso que hay que soportar, sino más bien como una medicina capaz de dar nuevamente alegría y vida a realidades prisioneras de sus propios miedos.
Por lo tanto, afrontemos la nueva evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y reconfortante alegría de evangelizar, aunque parezca que el anuncio sea una siembra entre lágrimas (cf. Sal 126, 6). «Hagámoslo – como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia – con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo».[87] [1] Benedicto XVI, Homilía de la Misa conclusiva de la Asamblea Especial para Medio Oriente del Sínodo de los Obispos (Vaticano, 24 de octubre de 2010): L’Osservatore Romano(ed. española, 31 de octubre de 2010), 7.
[2] Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de «motu proprio» Ubicumque et semper con la cual se instituye el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (21 de septiembre de 2010): L’Osservatore Romano (ed. española, 17 de octubre de 2010), 5.11-12. [3] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 96 y 122: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 96, 111-112. [4] Pablo VI, Exhortación Apostolica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 80: AAS 68 (1976), 74. [5] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 2. [6] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 2. [7] Cf. S. Hilario de Poitiers, In Ps. 14: PL 9, 301; S. Eusebio de Cesarea, In Isaiam 54, 2-3: PG24, 462-463; S. Cirilo de Alejandría, In Isaiam V, cap. 54, 1-3: PG 70, 1193. [8] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 14: AAS 68 (1976), 13. [9] Cf. ibid., 15: AAS 68 (1976), 13-14. [10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actualGaudium et spes, 4. [11] Cf. Juan Pablo II, Homilía durante la Misa en el Santuario de la S. Cruz, Mogila (9 de junio de 1979), 1:AAS 71 (1979), 865: «Donde surge la cruz, se ve la señal de que ha llegado la Buena Noticia de la salvación del hombre mediante el amor… La nueva cruz de madera ha surgido no lejos de aquí, exactamente durante las celebraciones del milenario. Con ella hemos recibido una señal: que en el umbral del nuevo milenio –en esta nueva época, en las nuevas condiciones de vida–, vuelve a ser anunciado el Evangelio. Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo» (L’Osservatore Romano [ed. española, 24 de junio de 1979], 6). [12] Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM (9 de marzo de 1983), 3: AAS 75 (1983), 778. [13] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 30: AAS 83 (1991), 276; cf. también 1-3, ibid.: AAS 83 (1991), 249-252. [14] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, (30 de diciembre de1988), 35:AAS 81 (1989), 458. [15] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Africa (14 de septiembre de 1995), 57.63: AAS 85 (1996), 35-36, 39-40; Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999), 6.66: AAS 91 (1999), 10-11, 56; Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Asia (6 de noviembre de 1999), 2: AAS 92 (2000), 450-451; Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania (22 de noviembre de 2001), 18: AAS 94 (2002), 386-389. [16] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Europa (28 de junio de 2003), 2: AAS 95 (2003) 650, que además hace referencia al n. 2 de la declaración final de la Primera Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Europa, 1991. Cf. igualmente Ecclesia in Europa, 45 : AAS 95 (2003), 677. [17] Cf. ibid. 32: AAS 95 (2003), 670: «Al mismo tiempo, quiero asegurar una vez más a los pastores y a los hermanos y hermanas de las Iglesias ortodoxas, que la nueva evangelización en modo alguno debe ser confundida con el proselitismo, quedando firme el deber de respetar la verdad, la libertad y la dignidad de toda persona». La necesidad de la evangelización, la diferencia entre evangelización y proselitismo, el modo de vivir la evangelización dentro de una clara actitud ecuménica: una aclaración sobre estos temas se ofrece en el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), 10-12: AAS 100 (2008) 498-503. [18] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana para el intercambio de felicitaciones con ocasión de la Navidad (21 de diciembre de 2009): L’Osservatore Romano (ed. española, 25 de diciembre de 2009), 12. La misma imagen del “patio de los gentiles” es citada por el Papa Benedicto XVI en el Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2010. En este texto los nuevos “patios de las gentes” son los espacios de socialización que los nuevos mediahan creado, y que están acogiendo cada vez más personas: nueva evangelización quiere decir imaginar senderos para el anuncio del Evangelio también en estos espacios ultramodernos. [19] Cf. por ejemplo S. Clemente de Alejandría, Protreptico IX, 87, 3-4 (Sources chrétiennes, 2,154); S. Agustín, Sermo 14, D [= 352 A], 3 (Nuova Biblioteca Agostiniana, XXXV/1, 269-271). [20] Cf. por ejemplo Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 37: AAS 83 (1991), 282-286. [21] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura (8 de marzo de 2008): AAS 100 (2008) 245-248; L’Osservatore Romano (ed. española, 4 de abril de 2008), 5. [22] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 102: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 97. [23] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 42: AAS 101 (2009) 677-678. [24] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 37: AAS 83 (1991) 282-286; Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 de enero de 2010): L’Osservatore Romano (ed. española, 29 de enero de 2010), 3. [25] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 42: AAS 101 (2009), 678: «Durante mucho tiempo se ha pensado que los pueblos pobres deberían permanecer anclados en un estadio de desarrollo preestablecido o contentarse con la filantropía de los pueblos desarrollados. Pablo VI se pronunció contra esta mentalidad en la Populorum progressio. Los recursos materiales disponibles para sacar a estos pueblos de la miseria son hoy potencialmente mayores que antes, pero se han servido de ellos principalmente los países desarrollados, que han podido aprovechar mejor la liberalización de los movimientos de capitales y de trabajo. Por tanto, la difusión de ámbitos de bienestar en el mundo no debería ser obstaculizada con proyectos egoístas, proteccionistas o dictados por intereses particulares. En efecto, la participación de países emergentes o en vías de desarrollo permite hoy gestionar mejor la crisis. La transición que el proceso de globalización comporta, conlleva grandes dificultades y peligros, que sólo se podrán superar si se toma conciencia del espíritu antropológico y ético que en el fondo impulsa la globalización hacia metas de humanización solidaria. Desgraciadamente, este espíritu se ve con frecuencia marginado y entendido desde perspectivas ético-culturales de carácter individualista y utilitarista ». [26] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007), 22: AAS 99 (2007) 1003-1004. [27] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana «Orationis formas» (15 de octubre de 1989): AAS 82 (1990) 362-379. [28] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 34:AAS 81 (1989), 455. [29] Ibid., 26: AAS 81 (1989), 438. [30] Ibid. 34: AAS 81 (1989), 455, retomado en el «motu proprio» Ubicumque et semper con el cual fue instituido el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (21 de septiembre de 2010). [31] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 34: AAS 83 (1991), 279-280. [32] Cf. V Conferencia General del Episcopado Latino Americano y del Caribe (Aparecida, 13-31 de mayo de 2007), 365-370: http://www.celam.org/nueva/Celam/ aparecida/Español.pdf [33] Cf. Orígenes, In Evangelium secundum Matthaeum 17, 7: PG 13, 1197 B; S. Jerónimo,Translatio homiliarum Origenis in Lucam, 36: PL 26, 324-325. [34] Como nos recuerda la Dei Verbum, «Jesucristo – ver al cual es ver al Padre (cf. Jn 14, 9) – , con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna» (Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, 4). [35] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), 2: AAS 100 (2008) 490. [36] Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 1: AAS 98 (2006), 217. [37] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 100. [38] Cf. ibid., 141. [39] Cf. Juan Pablo II, Constitución apostólica Fidei depositum (11 de noviembre de 1992), 122:AAS 86 (1994) 113-118; retomado por la Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 122. [40] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 34:AAS 81 (1989) 455. Cf. también Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999), 66 : AAS 91 (1999), 801; Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 94 : L’Osservatore Romano, Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 91-92. [41] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 47: «El decreto conciliar Ad gentes ha clarificado bien la dinámica del proceso evangelizador: testimonio cristiano, diálogo y presencia de la caridad (nn. 11-12), anuncio del Evangelio y llamada a la conversión (n. 13), catecumenado e iniciación cristiana (n. 14), formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios (nn. 15-18). Este es el dinamismo de la implantación y edificación de la Iglesia»
[42] Ibid. 48. El texto del Directorio construye una descripción lúcida y precisa de estos elementos, componiendo en una síntesi
s original los textos del Decreto conciliar Ad gentes, de la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi di Paolo VI y de la Carta Encíclica Redemptoris missio de Juan Pablo II.
tis (22 de febrero de 2007), 18: AAS 99 (2007), 119: «A este respeto es necesario prestar atención al tema del orden de los Sacramentos de la iniciación. En la Iglesia hay tradiciones diferentes. Esta diversidad se manifiesta claramente en las costumbres eclesiales de Oriente, y en la misma praxis occidental por lo que se refiere a la iniciación de los adultos, a diferencia de la de los niños. Sin embargo, no se trata propiamente de diferencias de orden dogmático, sino de carácter pastoral. Concretamente, es necesario verificar qué praxis puede efectivamente ayudar mejor a los fieles a poner de relieve el sacramento de la Eucaristía como aquello a lo que tiende toda la iniciación. En estrecha colaboración con los competentes Dicasterios de la Curia Romana, las Conferencias Episcopales han de verificar la eficacia de los actuales procesos de iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades, y a asumir en su vida una impronta auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia esperanza de modo adecuado en nuestra época». [73] Cf. Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 51:AAS 68 (1976), 40. [74] Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 44: AAS 83 (1991), 290-291. [75] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 61-62. [76] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los Obispos de Brasil en visita “ad limina apostolorum”(Vaticano, 7 de septiembre de 2009): L’Osservatore Romano (ed. española, 11 de septiembre de 2009), 4: «En los decenios sucesivos al Concilio Vaticano II, algunos han interpretado la apertura al mundo no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino como un paso a la secularización, vislumbrando en ella algunos valores de gran densidad cristiana, como la igualdad, la libertad y la solidaridad, y mostrándose disponibles a hacer concesiones y a descubrir campos de cooperación. […] Sin darse cuenta, se ha caído en la auto-secularización de muchas comunidades eclesiales; estas, esperando agradar a los que no venían, han visto cómo se marchaban, defraudados y desilusionados, muchos de los que estaban: nuestros contemporáneos, cuando se encuentran con nosotros, quieren ver lo que no ven en ninguna otra parte, o sea, la alegría y la esperanza que brotan del hecho de estar con el Señor resucitado». [77] A esto se refiere la iniciativa promovida por el Pontificio Consejo de la Cultura, siguiendo la sugerencia del Papa Benedicto XVI. Los “patios de los gentiles” son lugares en los cuales es posible abrir una confrontación recíproca, enriquecedora y culturalmente estimulante, entre los cristianos y los que sienten lejana la religión, pero desean acercarse a Dios, al menos en cuanto les resulta desconocido. [78] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actualGaudium et spes, 22. [79] Benedicto XVI, Discurso en la Universidad Católica de América (Washington, 17 de abril de 2008): L’Osservatore Romano (ed. española 25 de abril de 2008), 7. [80] Cf. Benedicto XVI, Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de Roma (Roma, 11 de junio de 2007): L’Osservatore Romano (ed. española, 22 de junio de 2007), 11-12. [81] Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 51: AAS 101 (2009), 687-688. [82] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 41: AAS68 (1976), 31-32; cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis(22 de febrero de 2007), 85: AAS 99 (2007), 170-171. [83] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2685. [84] Cf. Juan Pablo II, Audiencia General (21 de octubre de 1992): L’Osservatore Romano (ed. española, 23 de octubre de 1992), 20. [85] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001), 40: AAS 93 (2001), 294. [86] Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007), 31: AAS 99 (2007), 1010. [87] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, (8 de diciembre de 1975), 80: AAS68 (1976), 75.
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