MADRID, martes 8 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- España se prepara a celebrar la jornada dedicada a los seminarios – el próximo día de San José – con una alegría: un significativo aumento del número de seminaristas ordenados del 15%.
Con el lema tomado de Benedicto XVI, «El sacerdote, don de Dios para el mundo», la Conferencia Episcopal Española (CEE) hece pública una importante reflexión teológico-pastoral sobre esta indispensable figura de la misión eclesial.
En la presentación de la jornada, la CEE recogiendo palabras de Benedicto XVI, opta este año por el lema “El sacerdote, don de Dios para el mundo”.
Recuerda palabras del Papa, en su visita a España en noviembre pasado, citando a algunos grandes santos como san Juan de Ávila, patrón del clero secular español, que contribuyeron “al renacimiento del catolicismo en la época moderna” y que siguen inspirando hoy el camino del futuro.
El cartel de la campaña muestra la figura de Cristo, hecha de un mosaico de fotos de seminaristas, sacerdotes, e imágenes del mundo en el que llevan a cabo su ministerio, para expresar que el sacerdote, otro Cristo, es un don de Dios para el mundo.
Como el día de San José no es fiesta civil en toda España, desde hace veinte años la Jornada del Seminario se celebra el 19 de marzo o el domingo más próximo. La Iglesia ha conservado para la festividad de San José el carácter del día de precepto.
La CEE informa que, en el curso 2010-2011 hubo un aumento del 14,83% en el número de seminaristas ordenados. Se pasó de 141 en 2009 a 162 en 2010. También hubo un incremento en el número de seminarios, tanto mayores como menores.
El número de seminaristas, en 2010-2011, es de 1.227. Se produjo un leve descenso del 3% respecto al curso anterior y la cifra está ligeramente por encima de la que había hace dos años, en 2009, cuando el número total era de 1.224.
«La exigencia en la selección y el cuidado del discernimiento vocacional, a los que llamó con especial énfasis el Papa durante el Año Sacerdotal, siguen siendo criterios de actuación en los seminarios españoles, conscientes de que el ejercicio del ministerio requiere un esfuerzo constante para poder ser, de una forma adecuada, don para un mundo necesitado», afirma la CEE.
Entre los materiales que ofrece la campaña en favor de los seminarios, se ofrece una interesante reflexión teológico-pastoral. Comentando el lema, la reflexión afirma que «quizá sea hoy más que nunca necesario afirmar que el sacerdote representa para el mundo una acción de Dios en la que se refleja su predilección amorosa por los hombres».
Subraya la reflexión que nos encontramos en «un mundo ‘de-sacerdotalizado'». «No parece que ni la sociedad ni la cultura contemporánea contemplen en la figura del sacerdote un bien necesario para el funcionamiento del tejido social».
«Hoy en día, el presbítero es considerado por una mayoría de bautizados no practicantes como una especie de ‘funcionario’ cualificado, que presta un servicio religioso en momentos cruciales de la vida como el nacimiento, el matrimonio o la muerte», constata.
«Para un número creciente de ciudadanos que se manifiestan indiferentes en materia de religión, el sacerdote carece de significación pública alguna», señala, mientras que «los miembros de otras religiones lo consideran un representante oficial de la Iglesia».
Aunque «para un número no desdeñable de cristianos practicantes, con diversos grados de compromiso, el sacerdote se muestra como guía espiritual, mediador del encuentro sacramental entre Dios y el hombre, animador de la comunidad, de los ministerios y carismas que la constituyen. El sacerdote preside la Eucaristía, momento festivo y gozoso en el que se hace actual la salvación acaecida en la muerte y resurrección de Cristo, y visibiliza el rostro misericordioso del Padre en el sacramento de la penitencia».
«Esta fragmentación de significado social, cultural y religioso de la figura del sacerdote constituye un fenómeno relativamente reciente que discurre a la par del proceso de secularización en el que estamos inmersos», explica.
La reflexión constata que asistimos al surgir de una generación que –recordando las clásicas novelas del siglo XX sobre la vivencia sacerdotal- «no logran simpatizar con el drama interno que asola a sus protagonistas, sacerdotes atenazados por la duda, la responsabilidad ante el pueblo cristiano y un reverencial temor de Dios».
Esta ausencia de empatía, añade, «refleja el desvanecimiento de un ‘mundo’ familiarizado con la cosmovisión cristiana y sus elementos constituyentes, situación que conlleva un ‘extrañamiento’ creciente ante la figura del sacerdote».
«El ‘mundo’ diseñado en Occidente durante el siglo XX, marcado por las guerras mundiales y el delicado equilibrio entre las grandes potencias, es un mundo labrado a partir de un puñado de ideas que portan en sí el legado de una larga incubación filosófica y teológica”.
“Principios como la emancipación, la lucha o la liberación, con sus variados adjetivos o genitivos –lucha obrera, emancipación de la mujer, liberación sexual–, han guiado la actividad humana y la búsqueda espiritual del hombre del último siglo. En los albores del tercer milenio, una idea sobresale como herencia de este devenir cultural entre los nuevos mitos que sustentan el contrato social: la idea de ‘progreso'», explica la reflexión.
Una idea de progreso que es «uno de los elementos basilares de la cultura en la era de la técnica y es, en gran medida, consecuencia de ella».
Cita a Benedicto XVI advirtiendo en repetidas ocasiones sobre una «ideología del progreso», versión secular de la esperanza escatológica, y de las dificultades que esta estación cultural genera para la vivencia de la fe cristiana, que se ve sustituida por una «fe en el progreso»».
«El ‘mundo’ que emerge de esta visión se ve privado de un horizonte escatológico», denuncia la reflexión. «El sacerdote es sustituido, en cierto modo, por el gurú, el maestro de relajación o el personal-trainer», apostilla.
Y se pregunta si estamos ante «un sacerdocio ‘de-mundanizado’, como reacción defensiva ante un contexto hostil.
«La tentación del repliegue hacia el interior afecta sobremanera a los sacerdotes, quienes han sido objeto de un progresivo exilio de los ámbitos de la cultura y de la incidencia pública».
«Una funesta consecuencia del ‘anticlericalismo’ –actuado en diversos ámbitos y con intensidad variada–, ha sido no solo la difusión, sino también la interiorización en no pocos ministros, de un errado convencimiento según el cual el sacerdote no debe sostener discurso alguno en la construcción del espacio público», denuncia haciendo autocrítica.
«Su ámbito de acción se limita a la esfera de lo privado y de lo confesional. Este arrinconamiento no procede de una voluntad directa, sino que es la consecuencia de una organización del mundo basada en la ideología del progreso. El espacio público es ocupado por el libre mercado, los valores económicos y la carrera desenfrenada por el poder».
«El encuentro con Cristo y el amor son acontecimientos de la vida humana que quedan fuera de la organización cívica. Y, sin embargo, son los eventos fundadores de una existencia auténtica, de los que el sacerdote se hace eco con su propia vida entregada a la causa del Reino», subraya.
Aporta, desde la historia de la Iglesia, la dilatada nómina de figuras sacerdotales que «han contribuido a forjar síntesis y visiones de vida que permanecen como un tesoro inmaterial de la humanidad: Ambrosio, Agustín, Tomás de Aquino, Bartolomé de las Casas, Erasmo de Rotterdam, John Henry Newman, etc».
Para articular concretamente este tipo de presencia, sugiere algunas vías concretas.
El sacerdote puede ser hoy un verdadero «regalo» de Dios al mundo «si se atreve a desvel
ar su lógica aplastante, guiada por la autoafirmación y el poder».
El sacerdote es «regalo» de Dios al mundo «cuando se empeña en las actividades típicamente eclesiales, esto, es cuando edifica y acompaña a la comunidad eclesial. Los hombres y mujeres que constituyen esta comunidad también viven en el tiempo presente, con problemáticas y desafíos idénticos al resto de individuos que componen la sociedad en la que se hace presente la Iglesia».
El sacerdote es «regalo» de Dios al mundo «cuando a través de su existencia concreta, su estilo de vida, sus gestos y palabras, contribuye a desvelar el rostro trinitario de Dios; cuando su ‘mundo personal’ rezuma misericordia, hospitalidad, entrega».
El sacerdote es, por último, «regalo» de Dios al mundo «cuando reza por él, cuando hace memoria en su oración de la conflictividad inherente al mundo, de las víctimas de las guerras, del injusto reparto de los bienes, de los desastres naturales, etc».
Para saber más y descargar los materiales que ofrece la página de la Conferencia Episcopal Española: http://www.conferenciaepiscopal.es/index.php/dia-del-seminario.html.