CIUDAD DEL VATICANO, martes 22 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Es necesario un aumento de los estudios dedicados a la filosofía, no como una ampliación de las ciencias humanas, sino entendida en su núcleo central: la búsqueda de la verdad acompañada por una disciplina estructural como la lógica, en un periodo histórico en el que la razón está amenazada por el relativismo.

Este es uno de los puntos centrales del “Decreto de reforma de los estudios eclesiásticos de filosofía” aprobado por el Papa Benedicto XVI el pasado 28 de mayo, y que fue presentado hoy en rueda de prensa por el cardenal Zenón Grocholewski, prefecto de la Congregación para la Educación Católica.

Acompañaban al cardenal monseñor Jean Louis Bruguès, secretario de la Congregación, y el rector magnífico de la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino (Angelicum), Charles Morerod. En la presentación, además de los periodistas, había un numeroso público académico.

Ecclesia semper est reformanda, para responder a las nuevas exigencias de la vida eclesiástica en las cambiantes circunstancias socio-culturales” precisó el cardenal Grocholewski, recordando que actualmente existe “debilidad en la formación filosófica en muchas instituciones eclesiásticas”.

Esto, además, “en una época en la que la propia razón está amenazada por el utilitarismo, por el escepticismo, por el relativismo y por la desconfianza de la razón para conocer la verdad sobre los problemas fundamentales de la vida”.

Esta reforma, por tanto, lleva a cabo las recomendaciones expresadas en la encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II, ya que “la teología siempre ha tenido y sigue teniendo necesidad de la filosofía”. De lo contrario, indica el purpurado, “a la teología le falta el suelo bajo los pies”.

¿Qué filosofía?

El cardenal Grocholewski precisó que la intención de la Iglesia es la de recuperar la metafísica, es decir, una filosofía que vuelva a plantear los interrogantes más profundos del ser humano.

Los avances tecnológicos y científicos, afirmó, “no engloban la totalidad del saber; sobre todo no sacian la sed del hombre sobre las preguntas últimas: ¿en qué consiste la felicidad? ¿Quién soy yo? ¿El mundo es fruto del azar? ¿Cuál es mi destino? etc. Hoy, más que nunca, las ciencias tienen necesidad de sabiduría”.

Se pretende por tanto “recuperar la vocación original de la filosofía, es decir, la búsqueda de la verdad y su dimensión sapiencial y metafísica” insistiendo “sobre la necesidad de ampliar los espacios de la racionalidad”, por un lado, y por el otro de “defenderse del peligro del fideísmo”.

En este sentido, el rector del Angelicum, Charles Morerod, explicó la importancia de la metafísica para el estudio de la teología, e invitó a “recuperar con fuerza la vocación original de la filosofía”.

“El cristianismo presupone una armonía entre Dios y la razón humana. La búsqueda filosófica puede por tanto confiar, y el creyente puede evitar oponer a la propia fe una verdad encontrada con la razón”.

La reforma, por tanto, quiere subrayar “el carácter sapiencial y metafísico" de la filosofía”. “El papel central de la metafísica debe, por tanto, ser entendido a la luz de la importancia de la filosofía en el conocimiento humano”.

“La importancia de la filosofía está ligada directamente con el deseo humano de conocer la verdad y de organizarla. La experiencia muestra que el conocimiento de la filosofía ayuda a organizar mejor, en cooperación con otras disciplinas, el estudio de cualquier ciencia”.

“La metafísica quiere conocer el conjunto de la realidad – que culmina en el conocimiento de la Causa primera de todo – y mostrar la mutua relación entre los diversos campos del saber, evitando la cerrazón de cada ciencia en sí misma”, añadió el rector del Angelicum.

Mirar al tomismo

“La Iglesia da relieve a la filosofía tomista como no exclusiva, sino ejemplar” recordó el cardenal Grocholewski en su intervención, citando la Fides et Ratio, cuando afirma que “no todas las filosofías son compatibles con la fe y con una razón adecuada a la verdad”.

El Papa Benedicto XVI aprobó las modificaciones que reforman tres artículos de la Constitución apostólica Sapientia christiana, el pasado 28 de enero, día de santo Tomás. La mayoría de los cambios se refieren a las Normas aplicativas.

El cardenal subrayó también que la lógica en la filosofía es necesaria en cuanto que se trata de una disciplina, que es estructurante para la razón, desaparecida particularmente debido al derrumbe actual de la cultura cristiana.

Más filosofía

Monseñor Jean Louis Bruguès explicó que la reforma afecta a las facultades eclesiásticas de filosofía, al primer ciclo de las de teología, a las instituciones de filosofía afiliadas o agregadas a una facultad de teología y a las instituciones de teología agregadas a una facultad de filosofía.

En las facultades eclesiásticas de filosofía, y en los institutos de filosofía, el primer grado de los estudios eclesiásticos (bachillerato) pasa de los 2 a los 3 años, o 180 créditos. “Esto porque la experiencia ha demostrado que la duración anterior no era suficiente”, indicó. Entre las disciplinas obligatorias: filosofía del conocimiento, de la naturaleza, del hombre y del ser, ahora se añade ahora una disciplina estructural: la lógica.

También se establece una jerarquía entre las asignaturas según el grado de obligación, y se subraya la importancia “de la lectura de los textos de los autores más significativos”.

Para mejorar la calidad de los estudios de los futuros sacerdotes, profesores y expertos, será por tanto necesario tener profesores adecuadamente cualificados, con un doctorado en filosofía y que, en la medida de lo posible, este título sea eclesiástico. Y por tanto las facultades de filosofía necesitarán un número mínimo de siete profesores estables (cinco en el caso de los institutos).

En las facultades de teología, en cambio, el número de años totales de estudio no cambiará, aunque aumentará el peso de la filosofía en los primeros años, también en número de créditos. Además, “el número de profesores estables debe ser de al menos dos”.

"Excursus" en la tradición del arte cristiano

Por Rodolfo Papa*

ROMA, martes 22 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- La tradición del arte cristiano transmite la inspirada comprensión de la Belleza de la Revelación. Interrogar la tradición artística, significa recorrer una historia viva, de visión y de comunicación hecha con los ojos de la Fe: desde los frescos en los nichos de las catacumbas que, representan a Jesucristo resucitando a Lázaro, muestran la fe de los primeros cristianos en la resurrección de los muertos, hasta las espléndidas imágenes del Renacimiento o del s. XVII, y muchas más.

Desde los primeros siglos del Cristianismo, el arte ha buscado responder a las exigencias del anuncio (Kerigma) y a las de la formación (Didachè), para la difusión del mensaje cristiano. El arte entra desde el principio en la vida del Cristianismo, siendo partícipe del dinamismo de la teología, en la luz de la fe. Recordemos como la tradición ve en el evangelista Lucas, al primer pintor cristiano, como retratista de María, y en Nicodemo, al primer escultor cristiano, autor de un crucifijo considerado milagroso.

En los albores del Cristianismo el arte cristiano va, poco a poco, tomando conciencia. Así en los primeros siglos, algunos talleres de grabadores y de escultores en plata, marfil y bronce, trabajan sea para los paganos que para los cristianos, como por ejemplo en los destacados casos de los dípticos senatoriales y consulares. Contextualmente, nace, sin embargo, con seguridad una iconografía cristiana ligada a la difusión de los Evangelios y a la misma forma de parábolas de la predicación de Cristo. Esta iconografía no tiene miedo de adoptar del mundo pagano, imágenes y símbolos, reinterpretados a la luz de la verdad. De esta manera, por ejemplo, la imagen del Buen Pastor se superpone a la iconografía del moscóforo.

Después, se dio una verdadera toma de conciencia del medio artístico como instrumento de búsqueda, de reflexión, de introspección propiamente cristiana.

La confianza en la eficacia evangelizadora del arte produjo en la Edad Media muchos relatos para defender su legitimidad contra quien la negaba rotundamente. Ejemplos de esto son el relieve de la figura de San Lucas como retratista de María, como también el de la figura de Nicodemo como primer escultor cristiano, autor del Crucifijo milagroso de Beirut, del que se originó la tipología de los crucifijos llamados del “Rostro Santo”, como el de Lucas, o la imagen del rostro de Cristo impresa en el lienzo de la Verónica y después, de nuevo el Mandylion. La tradición, por tanto, ha tratado de encontrar una iconografía de los orígenes, una especie de “modelo” en el que inspirarse para poder ver, aunque sea desde lejos, el rostro de Amado.

Esta tensión hacia el retrato del rostro de Cristo, presente en el trabajo milenario de los artistas cristianos, se mueve por la voluntad de imaginar la propia vida como contemporánea a la del Salvador. El arte cristiano se mide según la capacidad de llamar a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. A menudo los artistas han trabajado junto a los teólogos, para saber representar la profunda verdad del tesoro de la Fe.

Recordemos, por ejemplo, como en la base del trabajo artístico del Beato Angelico en los monasterios dominicanos, había una teología precisa de la visión elaborada por San Antonino Pierozzi, prior del Convento de San Marcos en Florencia, que acogió y valoró al fraile pintor, por su convinción de que con su arte podría representar la belleza de Jesús ante los mismo ojos de los frailes. En el monasterio de San Marcos en Florencia, todos los frailes dominicanos podían desarrollar sus propios ejercicios contemplativos con el auxilio de los frescos de Fra Angelico sobre las paredes de las celdas, permitiendo la contemporaneidad entre la vida del fraile y el evento sacro representado.

De modo particular, la arquitectura y la pintura está hecha en vista de una liturgia contemplativa e imaginativa, en la que cada piedra, cada forma geométrica, cada llamada a la antigüedad hablan de la vida de Jesucristo. El convento se convierte así en una especie de Jerusalén “ficta”, un ambiente representativo capaz de sostener la vida espiritual. Este proyecto responde plenamente a la práctica, difundida en el siglo XV, de enriquecer la vida de oración mediante representaciones interiores, como lo que está recomendado, por ejemplo en el Zardino de Oration, escrito en torno al 1454 y publicado en Venecia en 1494.

Las obras de arte sacra a menudo se presentan como ayuda para la práctica de la meditación, ofreciendo la posibilidad de vivir como presente lo que viene representado. Resulta ser una extraordinaria aplicación pictórica de esta práctica meditativa, por ejemplo la Pasión de Cristo de Hans Memling (conservada en la Galería Sabauda de Turín), en el que podemos observar una representación de la ciudad de Jerusalén, con los distintos momentos de la Pasión de Jesús ambientados en varios lugares: el fiel puede, de esta manera, recorrer el cuadro, meditando y contemplando la pasión de Cristo.

El objetivo principal del arte cristiano se da siempre desde el aspecto kerigmático, es decir el anuncio a los no creyentes, y a la didáctica, es decir catequético para los fieles. En el centro de todo está el Evangelio de Jesucristo. Para estar a la altura del mensaje, el arte desarrolla los propios medios expresivos; los artistas y sus talleres, incluso recibiendo en herencia de la tradición una amplia y compleja estructura iconográfica, tienden a mejorarla, perfeccionando los modos y los medios para poder decir con más precisión y profundidad en el discurso sobre Dios hecho carne. Esta finalidad anima y motiva el nacimiento y la profundidad de la teoría de los colores, hasta llegar a verdaderas y propias estructuras de tipo sintáctico, capaces de saber organizar el discurso pictórico para hacer un discurso completo.

Este florecer de medios artísticos al servicio del mensaje cristiano, es protagonista también en el Renacimiento. A propósito de este importante momento de la cultura, a menudo se destaca un renacimiento de los cultos paganos, o bien se habla de una permanencia de los antiguos dioses, suficiente para caracterizar el arte del Renacimiento como esencialmente neopagano. En realidad, la recuperación de lo clásico se cumple en este periodo en la perspectiva de una cultura auténticamente cristiana; como clave de lectura podemos utilizar un ejemplo conocido por todos, sobre todo la tradicional interpretación cristológica del VI canto de la Eneída de Virgilio, en la óptica de la posibilidad de leer la cultura greco-romana como una especie de prefiguración de la era cristiana. Por demás, Virgilio es la guía de Dante en los dos primeros cánticos de la Divina Comedia.

De esta manera los artistas renacentistas, ayudados por una clientela refinada y culta capaz de interpretar a la luz del Cristianismo también la tradición clásica, toman las raíces del mundo pagano, emergiendo e iluminándolo con la fuerza nueva de la Revelación. Así en la Stanze della Segnatura de Raffaello en el Vaticano, en la luneta de los poetas, al lado de los cantores del Cristianismo Dante y Petrarca, encontramos a los cantores de la antigüedad: Orfeo, Homero y Virgilio.

Muchos tratados artísticos del s. XVII acercaba el teólogo al pintor, en la necesidad de que el pintor supiese “que”narrar: así por ejemplo el pintor Piero Da Cortona trabaja junto al teólogo Domenico Ottonelli, para el Trattato della pittura, e scultura, uso et abuso loro, de 1652. Se trata de la transmisión del saber teológico en el arte, a sabiendas de que el arte tiene una dimensión teológica y debe saber hacerse cargo, en el momento en el que se coloca al servicio de la Iglesia.

Desde un reconocimiento de la tradición del arte cristiano emergen al
gunas coordenadas fundamentales. De hecho, a pesar de la sucesión de estilos y técnicas muy diversas, toda la tradición se ha convertido en una unidad en el centro del misterio de la Fe, y antes que nada la Encarnación. En observancia a este misterio, el arte cristiano es figurativo, capaz de “decir” el cuerpo de Cristo, es narrativo, capaz de contar la historia verdadera, y bell0o porque como escribió San Francisco: “Tú eres belleza”.

En la Carta a los artistas del 4 de abril de 1999, Juan Pablo II ofrece una reflexión completa sobre el arte, escrita desde el punto de vista, incluso espacial, del Vaticano: “Al escribiros desde este Palacio Apostólico, que es también como un tesoro de obras maestras acaso único en el mundo” (n.9).

Después de haber ilustrado la condición del artífice como imago Dei, Juan Pablo II ilumina la condición de Fe del artista; este escribe sobre una “especial vocación del artista” (n.2), defina le vocación artística como “destello divino” (n.3); muestra la floritura artística del arte cristiano como la “savia” de la Encarnación y consiste en un “amplio capítulo de fe y de belleza” (n.5); afirma que el conocimiento de la Fe “puede también enriquecerse a través de la intuición artística”.Como en el caso del Beato Angélico y de la lauda extatica que san Francisco de Asís. A los artistas se les ha confiado el deber especial de decir con el arte que “en Cristo el mundo está redimido” y que la creación “espera la revelación de los hijos de Dios también mediante el arte y en el arte”(n.14).

Finalmente, el arte resulta ser uno de los lugares en el que el Espíritu Santo se expresa en “el soplo divino del Espíritu creador que se encuentra con el genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con una especie de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al bien y a lo bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón, y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de arte” (n.15).

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]