La psicología de los participantes en las Jornadas Mundiales de la Juventud

Entrevista con la psicóloga especialista en jóvenes y familia Mercedes Palet

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BARCELONA, martes 16 agosto 2011 (ZENIT.org).- Psicóloga y psicoterapeuta suiza, país donde reside, y profesora universitaria en España, donde imparte cursos, Mercedes Palet de Fritschi es una firme defensora de las aportaciones del tomismo a la psicología.

En su última estancia con motivo de los cursos de verano en la Universidad Abat Oliba CEU (www.uao.es), hemos podido conversar con esta reconocida psicóloga sobre los chicos y chicas que participarán en las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Palet de Fritschi reconoce que “desde la práctica de la psicología, es esperanzador poder ayudar a los jóvenes a comprender quiénes son y para qué o para quién viven”.

–¿La familia sigue siendo lo que era?

–Palet: Sin duda alguna. La familia sigue siendo lo que era: “célula primera y vital de la sociedad”, “Iglesia doméstica”, “útero espiritual”, “educadora del ser humano”, “comunidad de amor y vida fundada en el matrimonio indisoluble de un hombre y una mujer”.

La familia, sin embargo, es la institución que con más fuerza ha sufrido y sufre los ataques y amenazas de una cultura y una sociedad que se apartan de Dios. Por eso, hoy en día, es ciertamente curioso comprobar una situación de completa contradicción.

Desde hace ya varias décadas, se afirma, por una parte, la necesidad de la familia y los bienes que ella conlleva, pero, al mismo tiempo, se afirman y sostienen actitudes y realidades que son absolutamente contrarias a la familia.

Hace unos años todavía se entendía la familia tradicional, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer para el amor y la ayuda mútuas y la recepción de la vida, como célula básica de la sociedad y como algo “bueno y deseable”. Al mismo tiempo, sin embargo,  a nivel de actitudes personales, se defendían actitudes contrarias a la misma formación de la familia: divorcio, uniones de hecho, libertad sexual, anticoncepción, etc.

Hoy en día, la amenaza contra la familia ha adquirido una nueva dimensión, porque ya no sólo se la ataca como institución, sino que –incluso a nivel legislativo– se la entiende como “el origen de todo conflicto” y, por lo mismo, como una institución digna de abolición.

Son muy diversos y de intensidad diversa los ataques más recientes que está sufriendo la familia: la ideología de género, la manipulación técnica de la vida y de los nacimientos de los niños, una mentalidad antinatalista, etc, sólo por citar algunos de ellos. No puedo hacer aquí un análisis exhaustivo de cada uno de ellos, y me limitaré tan sólo a mencionar uno de los ataques que, a nivel psicológico, más se oponen a la misma naturaleza de la familia: me refiero al tema de la “capacidad de compromiso”.

Como ya señala Benedicto XVI en su mensaje para la JMJ de Madrid “muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros. El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y un conformismo con las modas del momento”. Como consecuencia del relativismo imperante en la mentalidad contemporánea, el hombre actual parece quedar como incapacitado para comprometerse de forma permanente y vital en aquellos ámbitos de la vida más esenciales como son la familia y muchos ámbitos de la vida social.

El hombre, sin familia, queda desorientado, desconcertado. En la práctica cotidiana de la psicología podemos comprobarlo casi a diario. Adultos y niños que carecen de un “lugar de vida”, que desconocen pero ansían la experiencia de la “pertenencia mútua”, y que ignoran pero anhelan la experiencia de la “filiación”.

Y lo que es más triste, hombres y mujeres, niños y jóvenes incapacitados para comprender que es precisamente la familia tradicional el lugar original e insustituible de estas “experiencias” profundamente vitales y conformadoras de la personalidad.

–Los jóvenes de hoy no otorgan el mismo valor a conceptos como sacrificio, espera, austeridad… ¿por qué se ha perdido esta consideración?

–Palet: Por la falta de ejemplos vivos y atractivos de estas virtudes; por el fracaso educativo de la cultura occidental; por la mentalidad consumista fácil, por una erotización sin precedentes en la historia de la vida pública y privada, y, también, por la pérdida de sentido trascendente en la vida.

Tal y como ya advertía Francisco Canals, la entrega del hombre contemporáneo a la búsqueda de un sentido de la vida independiente a todo valor trascendente, ordenado primeramente a lo práctico en el sentido de lo útil y placentero, ha lanzado al hombre de hoy al desasosiego de un círculo vicioso en el que la misma dimensión ética viene a ser olvidada en su esencia (parece que sólo existe lo que es bueno “subjetivamente para mí”), para ser asumida sólo como eficacia técnica a traves del desarrollo, por la educación científica, de las posibilidades creadoras entendidas como capacidades de dominio y producción.

Lo bueno es sólo lo en algún modo técnicamente útil y lo que de alguna manera causa placer. Por eso, para el hombre contemporáneo –y no solo para los jóvenes de nuestros días–  actitudes como el sacrificio, la espera y la austeridad son actitudes que carecen de contenido ético o moral y que, como mucho, sólo tienen sentido en relación con “algo” que se percibe como socialmente útil, o económicamente provechoso o, en última instancia como fuente de placer sensible.

–La juventud es generosa pero también egoísta ¿Qué es lo que le da más esperanza como educadora?

–Palet: Puesto que por educación se entiende aquella promoción del hombre hasta el estado de perfección que es el estado de virtud, puede decirse entonces que el psicólogo, que trabaja más con su persona y su ejemplo de vida, que con su saber científico, es educador en tanto que ayuda a sus pacientes en el proceso de adquisicicón de la virtud.

En este sentido, lo más esperanzador es siempre el encuentro con la verdad, el encuentro con la verdad sobre uno mismo. De este encuentro con la verdad el psicólogo espera que el paciente pueda ordenar de tal modo su vida afectiva que, bajo la guia de la razón, pueda llegar e emitir un juicio verdadero sobre sí mismo.

En la práctica de la psicología, por parte del psicólogo son dos los puntos claves que pueden mover a la esperanza: por una parte el conocimiento verdadero de sí mismo que tiene como consecuencia la activación de las funciones de la conciencia y como resultado de todo ello la emisión de un juicio valorativo verdadero sobre los actos de la propia vida.

En este sentido, desde la práctica de la psicología, es esperanzador poder ayudar a los jóvenes a comprender quiénes son y para qué o para quién viven. El descubrimiento de sí mismo por el desvelamiento del fin u objetivo de la vida concreta personal.

Sin embargo, realmente sanador y fuente de toda esperanza, más allá de toda espectativa,  es sólo el encuentro personal con Cristo.

–No está de moda, pero usted reivindica a Santo Tomás como precursor de una sana psicología ¿Qué quiere decir?

–Palet: Para entender la situación de los hombres en nuestro tiempo es necesario tener una guía muy clara en el pensamiento. Decía el beato Juan Pablo II que “en las condiciones culturales de nuestro tiempo parece muy oportuno desarrollar cada vez más esta parte de la doctrina tomista que trata de la humanidad” (Carta Apostólica , 28.01.1999, n. 4).

En la psicología contemporánea es necesario reivindicar una línea de pensamiento que permita una consideración integral de todas las di
mensiones de la persona, a partir de la cual se descubra que la razón y la voluntad son el centro directivo de la personalidad y de la conducta humana.

Todas las dimensiones de la vida emocional y afectiva están hechas para ser guiadas desde la razón y desde la voluntad, y no precisamente para ser anuladas, sino para ser ordenadas y puestas al servicio de lo más elevado en el hombre: el bien de la razón. No se podrá conocer nunca al hombre concreto sin entender la inteligencia, la voluntad, el alma humana, sus potencias sensitivas, en resumen, el verdadero ser y funcionamiento “profundo” –la verdadera psicología profunda- de la persona humana.

Por eso, cualquier psicología digna de este nombre debe fundarse sobre un adecuado conocimiento de la naturaleza humana del sujeto concreto que quiere conocer y ayudar. Los claros principios de la antropología filosófica tomista deben jugar un papel capital para la reconstrucción de una auténtica psicología en el ámbito cristiano.

Lejos de estar relegada a algunos puntos particulares, como por ejemplo el tratado de las pasiones, las doctrinas tomistas sobre las que podría apoyarse una verdadera psicología abarcan la mayor parte del pensamiento del Aquinate, y muy especialmente del pensamiento del Aquinate recogido en la Suma de Teología, en toda la Suma de Teología.

Sólo por referirme a una de las partes y a algunos puntos de esta obra de Santo Tomás, diré que toda la segunda parte de la Suma de Teología es un auténtico tratado de psicología fundamental, tanto teórica como práctica. Ya sólo a partir de las riquísimas descripciones que se encuentran en los tratados dedicados a las virtudes morales, el psicólogo puede encontrar y elaborar un magnífico y preciso instrumento de diagnóstico y terapia.

Partiendo de una fundamentación antropológica siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino podría conseguir liberarse a la psicología de su proyección de ser una psicología modelada principalmente sobre la patología, y formular una psicología de la plenitud personal, social y espiritual del hombre.

–Las Jornadas Mundiales de la Juventud suelen dar relevancia a testimonios ¿Cuál es el testimonio que a usted le gustaría oír?

–Palet: Los testimonios de que dan los jóvenes de su encuentro personal con Jesucristo “resucitado y vivo” son muchas veces conmovedores y las vigorosas narraciones de su conversión, después de una vida, más o menos larga, apartados de la Iglesia, ignorantes de la fe y de la Redención, dan testimonio de la Misericordia Divina y de la fuerza sanadora de la Gracia de Dios.

Son testimonios ellos que, sin duda, me gusta oír y ver y que, por otra parte, estimulan a levantar el corazón y dar gracias a Dios por su entrañable Amor y Misericordia para con cada uno de nosotros.

Lejos de querer minimizar o relativizar la fuerza ejemplar de tales testimonios, ni el aspecto milagroso de muchas de ellas que, como acabo de indicar, son  manifestación de la acción gratuita de la Gracia Divina, el testimonio que también me gustaría escuchar sería el de un joven dando gracias a Dios por el don de la fe recibido del amor y del ejemplo de vida cristiana de sus padres y hermanos.

Me gustaría mucho escuchar el testimonio de gratitud de un joven que, con sencillez y alegría, diera testimonio de la fe recibida y vivida en el seno de la familia cristiana; dando gracias a Dios y a sus padres por el don de la vida, agradeciendo a sus padres el ejemplo de amor y entrega de la vida cotidiana familiar, el ejemplo de amor esponsal, el ejemplo y la entrega de la paternidad y la maternidad.

Me gustaría mucho escuchar el testimonio de un joven dando gracias a Dios y a sus padres por la educación cristiana recibida y por la incorporación a la Santa Madre Iglesia.

Por Miriam Díez i Bosch

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ZENIT Staff

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