Religiones en diálogo

Cardenal Jean-Louis Tauran

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado 29 de julio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito en “L’Osservatore Romano” el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, en preparación a la Jornada de oración por la paz en el mundo convocada por Benedicto XVI el 27 de octubre en Asís.

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El 27 de octubre se celebrará, como es sabido, el 25º aniversario de la histórica «Jornada de oración por la paz en el mundo», convocada en Asís, en 1986, por el beato Juan Pa­blo II. Aquella gran iniciativa no de­bería hacer que se olviden otros dos acontecimientos que el mismo Pontí­fice promovió en la ciudad de san Francisco: la «Jornada mundial de oración por la paz en los Balcanes», el 23 de enero de 1994, y la «Jornada de oración por la paz en el mundo», el 24 de enero de 2002, en un mo­mento de preocupante tensión inter­nacional. El 25º aniversario —al cual Benedicto XVI ha querido dar como tema Peregrinos de la verdad, peregri­nos de paz— se celebrará y vivirá en el signo de la reflexión, del diálogo y de la oración.

La reflexión, el silencio, el distan­ciamiento son compañeros necesa­rios de todo diálogo verdadero: si no existieran, este proceso correría el peligro de empobrecerse y de redu­cirse a un intercambio de ideas, con poco contenido espiritual e intelec­tual o sin él. Una vez más nos pre­guntaremos: ¿por qué los cristianos se empeñan en dialogar con perso­nas y comunidades de otras religio­nes? Un primer motivo es que todos somos criaturas de Dios y, por tanto, hermanos y hermanas. Luego, el he­cho de que Dios actúa en cada per­sona humana, la cual, ya mediante el uso de la razón, puede presentir la existencia del misterio de Dios y re­conocer valores universales, constitu­ye un segundo motivo. Existe, por último, un tercer motivo: descubrir en las diversas tradiciones religiosas el patrimonio de valores éticos co­munes que permite a los creyentes contribuir, come tales, en particular a la afirmación de la justicia, de la paz y de la armonía en las socieda­des de las que son miembros con pleno derecho.

Esa reflexión requiere tiempo, in­tercambio de puntos de vista, honra­dez intelectual y humildad. No es raro que los interrogantes que sur­gen en los interlocutores del diálogo necesiten un tiempo de estudio, de reflexión y también un intercambio dentro de un mismo grupo religioso en diálogo. La Jornada del próximo 27 de octubre favorecerá, desde lue­go, esta reflexión, tanto a nivel per­sonal como colectivo.

El diálogo que la Iglesia procura instaurar con creyentes de otras reli­giones, pero también con toda per­sona en búsqueda del Absoluto, se coloca en la estela del particular diá­logo de Dios con la humanidad a través de su Verbo hecho hombre: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos» (Hb 1, 1-2). Ese diálogo se realiza procurando siem­pre conciliar verdad y caridad (cf. Ef 4, 15).

El diálogo no es una conversación entre responsables religiosos o cre­yentes de varias religiones; no es una negociación de tipo «diplomático»; no es terreno de regateo y, menos aún, de componendas; no está moti­vado por intereses políticos o socia­les; no busca subrayar las diferencias ni eliminarlas; no tiende a crear una religión global, aceptada por todos; no se promueve sólo por una inicia­tiva personal, ni como hobby; no cae en la tentación de la ambigüedad de los conceptos y de las palabras.

El diálogo verdadero, en cambio, es un espacio para el testimonio recí­proco entre creyentes que pertenecen a religiones diversas, para conocer más y mejor la religión del otro y los comportamientos éticos que de ella brotan. Esto permite, al mismo tiem­po, corregir imágenes equivocadas y superar prejuicios y estereotipos so­bre personas y comunidades. Se tra­ta de conocer al otro como es y, por tanto, como tiene derecho a ser co­nocido, no como se dice que es y, menos aún, como se pretende que sea. Gracias al conocimiento directo y objetivo del otro, se incrementan el respeto y la estima recíprocos, la comprensión mutua, la confianza y la amistad.

Se conocen bien las cuatro moda­lidades principales, según las cuales los creyentes están llamados a dialo­gar: el diálogo de la vida (comunión de alegrías y de pruebas de la vida cotidiana); el diálogo de las obras (colaboración de cara a la promo­ción del desarrollo integral del hom­bre); el diálogo teológico, cuando es posible (comprensión de las respecti­vas herencias religiosas); y el diálogo de la experiencia religiosa (compartir las mutuas riquezas espirituales).

En la Jornada del 27 de octubre, no faltarán los espacios de diálogo, tanto formales como informales. El primer momento —formal— estará constituido por la conmemoración del encuentro de 1986, así como por los de 1994 y de 2002, y por una profundización del tema de la Jorna­da: Peregrinos de la verdad, peregrinos de paz. Además del Santo Padre, in­tervendrán exponentes de algunas de las delegaciones presentes. Un momento significativo de diálogo se­rá asimismo la adhesión al compromiso tomado el 24 de enero de 2002 en favor de la paz. Todos renovaránsus compromisos manifestados aquel día: «Nos comprometemos a… ». El contenido de aquel «Decálogo» se ha demostrado profético y sigue conservando toda su actualidad. Basta recordar el segundo compro­miso: «Nos comprometemos a ense­ñar a las personas a respetarse y esti­marse recíprocamente, para hacer posible una convivencia pacífica ysolidaria entre los miembros de et­nias, culturas y religiones diversas» (L’Osservatore Romano, edición en lengua Española, 1 de febrero de 2002, p. 7).

Se sobreentiende que la oración acompaña siempre el inicio, el desa­rrollo y la conclusión de toda acción del cristiano. Entre el diálogo con Dios —la oración— y con los demás hay una relación casi natural. Esto es verdad en particular en el delica­do campo del diálogo entre creyen­tes de diversas religiones. El cristia­no comprometido en el diálogo siempre necesita luz, discernimiento, prudencia y valentía, dones del Espí­ritu Santo.

En el diálogo, los cristianos están llamados también a dar testimonio del espíritu de oración que los ani­ma. La oración es una de las dimen­siones en las que el cristiano hace brillar ante los demás sus buenas obras para que las vean y den gloria a su Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).

Nuestros coloquios con los inter­locutores musulmanes del Consejo pontificio para el diálogo interreli­gioso comienzan siempre con un momento de oración que puede rea­lizarse tanto con un tiempo de silen­cio como con la lectura de un pasaje del Evangelio y del Corán. También las comidas, momentos de conviven­cia fraterna, están precedidos por

momentos de oración silenciosa o por una «invocación» teológicamen­te aceptable por ambas partes. Aún sigue vivo el recuerdo de la plegaria del beato Juan Pablo II al concluir su discurso a los jóvenes musulma­nes de Marruecos en Casablanca, el 19 de agosto de 1985: «Oh Dios, tú eres nuestro Creador. Tú eres bueno y tu misericordia no conoce límites. A ti la alabanza de toda criatura. Oh Dios, tú has dado a los hom­bres, que somos nosotros, una ley interior con que debemos vivir. Ha­cer tu voluntad es cumplir nuestro deber. Seguir tus pasos es conocer la paz del alma. Te ofrecemos nuestra obediencia. Guíanos en todas las ac­ciones que emprendemos a lo largo de nuestra vida. Líbranos de las ma­las inclinaciones que desvían nuestro corazón de tu voluntad. No permi­tas que invoquemos tu nombre para justificar los desórdenes humanos. Oh Dios, tú eres el único. A ti
se di­rige nuestra adoración. No permitas que nos separemos de ti. Oh Dios, juez de todos los hombres, concéde­nos formar parte del número de tus elegidos en el último día. Oh Dios, autor de la justicia y de la paz, otór­ganos la verdadera alegría, y el au­téntico amor, así como una fraterni­dad duradera entre las naciones. Cólmanos de tus dones por siempre. Así sea» (L’Osservatore Romano, edi­ción en lengua española, 15 de sep­tiembre de 1985, p. 15).

La Jornada del 27 de octubre in­cluirá momentos de oración, enten­dida como diálogo de todo creyente con Dios o con el Absoluto, cada cual según su propria tradición reli­giosa o su búsqueda de la verdad. La peregrinación misma, en este ca­so en Asís, expresa la «búsqueda de la verdad y del bien». El creyente está «siempre en camino hacia Dios», es un peregrino de la verdad, así como es peregrino todo hombre que se siente «en el sendero de la búsqueda de la verdad».

Si «la imagen de la peregrinación resume (…) el sentido del aconteci­miento que se celebrará», esto signi­fica que la oración será un elemento fundamental de la Jornada del 27 de octubre. El viaje desde Roma hasta Asís, aunque sea una ocasión de co­nocimiento recíproco y de diálogo informal entre los participantes, po­drá ser también un tiempo de refle­xión y de oración. Tras el almuerzo compartido como signo de fraterni­dad y de frugalidad, seguirá un mo­mento de oración personal y de re­flexión. El camino-peregrinación vespertino en silencio hacia la basíli­ca de San Francisco también ofrece­rá un espacio a la oración y a la me­ditación personal. Para los católicos, será significativa la vigilia de oración presidida por el Santo Padre con los fieles de la diócesis de Roma en la basílica papal de San Pedro, la no­che precedente. La invitación a las Iglesias particulares y a las comuni­dades de todo el mundo para que organicen momentos análogos de oración ilustra su importancia en es­ta Jornada.

Con ocasión de la audiencia general del 14 de mayo de 2008, evocando la figura de Dioniso Aeropagita, Benedicto XVI afirmó: «Se ve que el diálogo no acepta la superficialidad. Precisamente cuando uno entra en la profundidad del encuentro con Cristo, se abre también un amplio espacio para el diálogo. Cuando uno encuentra la luz de la verdad, se da cuenta de que es una luz para todos; desaparecen las polémicas y resulta posible entenderse unos a otros o, al menos, hablar unos con otros, acercarse. El camino del diálogo consiste precisamente en estar cerca de Dios en Cristo, en la profundidad del encuentro con él, en la experiencia de la verdad, que nos abre a la luz y nos ayuda a salir al encuentro de los demás: la luz de la verdad, la luz del amor. A fin de cuentas, nos dice: tomad cada día el camino de la experiencia, de la experiencia humilde de la fe. Entonces, el corazón se hace grande y también puede ver e iluminar a la razón para que vea la belleza de Dios» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de mayo de 2008, p. 12).

Surge espontáneamente el deseo de que todos los participantes en la Jornada de Asís del 27 de octubre, así como las numerosas personas y comunidades de creyentes que se unirán a ellos, comprendan mejor el significado de lo que se afirma en la declaración Nostra aetate: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de lo que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (n. 2).


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ZENIT Staff

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