CASTEL GANDOLFO, jueves 1 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las breves palabras que el Papa Benedicto XVI dirigió ayer al cardenal Domenico Bartolucci, ex director del Coro de la Capilla Sixtina, y a los asistentes a un concierto en honor del Pontífice, en el patio del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo
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Señores cardenales
Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio
Queridos amigos,
esta tarde nos hemos sumergido en la música sacra, esa música que, de modo totalmente particular, nace de la fe y es capaz de expresar y comunicar la fe. Gracias también a los espléndidos ejecutores: a las dos sopranos, al barítono, al maestro Baiocchi, al Rossini Chamber Choir de Pesaro y a la Orquesta Filarmónica de las Marcas, como también a los organizadores y a las Autoridades que han hecho posible este acontecimiento. En medio de las actividades cotidianas, nos habéis ofrecido un momento de meditación y de oración, haciéndonos intuir las armonías del Cielo. Un gracias afectuoso y especial al autor de las piezas que hemos escuchado, al maestro cardenal Domenico Bartolucci. Gracias, eminencia, por haberme regalado este concierto y por haber compuesto, para la ocasión, la pieza Benedictus dedicada a mí como oración y agradecimiento al Señor por mi Ministerio.
El maestro cardenal Bartolucci no necesita presentación. Quisiera sólo aludir a tres aspectos de su vida que le caracterizan de modo evidente – además de su orgulloso espíritu florentino – que son: la fe, el sacerdocio y la música.
Querido cardenal Bartolucci, la fe es la luz que ha orientado y guiado siempre su vida, que ha abierto su corazón para responder con generosidad a la llamada del Señor; y es de ella de donde brota también su forma de componer. Es verdad que usted ha tenido una sólida formación musical recibida en el Duomo florentino, en el Conservatorio de Florencia y en el Pontificio Instituto de Música Sacra, con grandes maestros como Vito Frazzi, Raffaele Casimiri, Ildebrando Pizzetti. Pero la música es para usted un lenguaje privilegiado para comunicar la fe de la Iglesia y para ayudar en el camino de fe de quien escucha sus obras; también a través de la música, usted ha ejercido su ministerio sacerdotal. Su forma de componer se inserta en la estela de los grandes autores de música sacra, en particular de la Capilla Sixtina, de la que fue director durante muchos años: la valoración del precioso tesoro que es el canto gregoriano y el uso sabio de la polifonía, fiel a la tradición, pero abierto también a nuevas sonoridades.
Querido maestro, esta noche, con su música, nos ha hecho volver el alma a María con la oración más querida a la tradición cristiana, pero nos ha hecho también volver al inicio de nuestro camino de fe, a la liturgia del Bautismo, al momento en el que nos convertimos en cristianos: una invitación a saciarnos siempre de la única agua que extingue la sed, el Dios vivo, y a comprometernos cada día a rechazar el mal y a renovar nuestra fe, reafirmando ¡“Credo”!
“Christus circumdedit me”, Cristo me ha envuelto y me envuelve: este motete resume su vida, su ministerio y su úsica, querido señor cardenal. Renuevo por tanto mi agradecimiento a usted, a las dos sopranos, al barítono, al director y a los conjuntos corales y orquestales, y de buen grado imparto mi Bendición Apostólica. Gracias.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]