ROMA, miércoles 21 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Mañana, el Papa Benedicto XVI comenzará su viaje apostólico a Alemania volando hasta la capital, Berlín. Será posiblemente la jornada más comprometida de este viaje, especialmente por la polémica creada en torno a su esperado discurso en el Parlamento.

Pero la llegada del Papa en Berlín supondrá todo un viaje simbólico hacia la historia reciente de Occidente, de la que esta ciudad alemana ha sido testigo, así como una aproximación a varias de las cuestiones candentes que interrogan a la Iglesia y concretamente a este pontificado.

El diálogo con el mundo secularizado, la cuestión de los abusos sexuales, los teólogos que discrepan con el magisterio eclesial, el diálogo con las demás religiones, las heridas de los regímenes totalitarios que aún sufre la mitad este de Europa, la persecución y el martirio padecidos por la Iglesia en el siglo XX, la nueva evangelización, el futuro del diálogo ecuménico, son algunos de los temas que estarán presentes estos cuatro días.

Como bien subrayó el padre Federico Lombardi, durante el briefing previo al viaje, el pasado viernes, el viaje consta de tres etapas diferenciadas: “Berlín, una ciudad muy secularizada”, Erfurt, una ciudad de la Alemania del Este, y Friburgo, donde existe una población más católica”.

Destino: Berlín

El Papa estará en la capital alemana apenas veinticuatro horas, y durante ellas tiene previsto: un encuentro con las máximas autoridades del país, el presidente alemán, Christian Wulff y la canciller alemana Angela Merkel, un discurso ante el Bundestag, un encuentro con las comunidades judía y musulmana, y una misa en el Olympiastadion.

Es decir, esta primera jornada del viaje estará dedicada previsiblemente a la cuestión de la laicidad positiva, de la nueva evangelización y del diálogo interreligioso.

Berlín constituye la encrucijada entre el Este y el Oeste, y también el corazón de las contradicciones de Europa, en el lugar donde se encuentran las antiguas raíces cristianas y la secularización, la experiencia del totalitarismo y el símbolo de su derrota, el diálogo interreligioso y las heridas del Holocausto. Y allí el Papa proclamará, a creyentes y no creyentes: donde está Dios, allí hay futuro, lema de este viaje.

La capital alemana fue el epicentro de la locura nazi, y también el de la división del mundo en dos bloques, con la experiencia de la división física de la propia urbe, con el dramatismo que eso supuso para varias generaciones. También fue el símbolo de la caída del comunismo en 1989, y constituye uno de los ejes de la Unión Europea.

A pesar de sus raíces cristianas, Berlín es también un símbolo de la secularización, pues a la progresiva descristianización de su parte occidental, se unió tras la caída del Muro toda una generación de alemanes a los que la fe cristiana les había sido mayoritariamente arrancada por el comunismo y sustituida por el materialismo ateo. Sólo uno de cada tres habitantes está bautizado en una iglesia cristiana.

La llegada del Papa coincide casi en el tiempo con el relevo en la archidiócesis de Berlín, tras el fallecimiento del cardenal Sterzinsky, el “cardenal de la reconciliación” y de la caída del Muro (ver www.zenit.org/article-39781?l=spanish).

Algo de historia

La archidiócesis de Berlín, según recuerda el Misal publicado para este viaje apostólico, se encuentra sobre el territorio de las antiguas diócesis de Brandeburgo, Havelberg, Kammin y Lebus, es decir, la Pomerania occidental, y fue independizada de la archidiócesis de Breslavia en 1930.

Brandeburgo fue uno de los lugares donde mayormente triunfó la Reforma protestante, y la Iglesia católica no pudo volver sino hasta 1773. Es también un lugar donde se manifestó durante los siglos la tensión entre los territorios alemanes y Polonia.

En esta ciudad, también, se manifestó con singular intensidad el conflicto entre la profesión de la fe cristiana y la ideología nazi, como lo muestra la difícil peripecia del cardenal Konrad von Preysing y de parte de su clero.

En 1961, con la construcción del Muro, el entonces cardenal Alfred Bengsch consiguió contra todo pronóstico mantener la diócesis unida. Como recuerda el actual arzobispo, monseñor Rainer Maria Woelki, fue el propio Juan Pablo II quien definió a Berlín como “la diócesis más difícil del mundo”.

Al cardenal Sterzinsky tocaría, en los años 90, recomponer la unidad de la archidiócesis, afrontando además nuevos retos, como el de la ayuda a los inmigrantes y el diálogo interreligioso y ecuménico.

La visita de mañana evocará sin duda la imagen de Juan Pablo II en 1996, atravesando la Puerta de Brandeburgo, con su grito: “No apaguéis el espíritu, mantened esta Puerta abierta para vosotros y para todos los hombres”.

Por Inma Álvarez