Las reliquias de santa Teresa de Lisieux visitan Perú

Por los cien años de presencia de las carmelitas descalzas en el país

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LIMA, domingo 4 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).– Las reliquias de santa Teresa de Lisieux llegaron este martes a suelo andino para una peregrinación de tres meses por Perú con motivo de los cien años de presencia de las carmelitas descalzas en el país.

La iniciativa, de la familia carmelitana, tiene como lema En misión por Perú y representa una gran novedad en el país, que acoge por primera vez la urna que contiene las reliquias de la patrona de las misiones.

Las reliquias de santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz visitarán las comunidades del sur este mes de septiembre, las del centro del país en octubre y las del norte en noviembre.

Las recibirán las comunidades carmelitas, los monasterios, los Institutos de Vida Consagrada y las parroquias en los tribunales eclesiásticos de Abancay, Arequipa, Ayacucho Callao, Carabayllo, Chiclayo, Chimbote, Chosica, Chuquibamba, Cusco, Huacho, Huancayo, Huancavelica, Ica, Lima, Lurín, Piura, Trujillo, Puno, Tacna, Moquegua y Yauyos.

Según la orden de las carmelitas descalzas en Perú, esta visita ayudará a conocer a santa Teresa de Lisieux y “a redescubrir el evangelio vivo de su doctrina, basado en el amor y la confianza en Dios. Sus reliquias nos ayudarán a aproximarnos a Dios con nuestros corazones, cuerpos y mentes, y así fortalecer nuestra fe en lo invisible”.

El rector de la basílica teresiana de Lisieux respondió rápidamente y con total disponibilidad a la petición de enviar al país andino una urna que contiene las reliquias de la santa. El 30 de noviembre las reliquias regresarán a Francia.

Vida oculta, santa conocidísima
Novena y última hija de los beatos Luis y Celia Martin, Santa Teresa de Lisieux nació el 2 de enero de 1873 en la ciudad francesa de Alençon. A los cuatro años, quedó profundamente afectada por la muerte de su madre. Su padre se trasladó entonces con sus cinco hijas –cuatro hijos habían muerto en edades tempranas- a Lisieux, donde la santa vivió hasta su muerte, a los 24 años.

Como destacó Benedicto XVI en una catequesis dedicada a esta santa el pasado mes de abril, Teresa de Lisieux llevó una vida muy sencilla y oculta, pero se ha convertido en una de las santas más conocidas y amadas y no ha dejado de ayudar a las almas más sencillas, los pequeños, los pobres, los que sufren, y que le rezan, pero también ha iluminado toda la Iglesia, con su profunda doctrina espiritual, hasta tal punto que Juan Pablo II le concedió el título de Doctora de la Iglesia, que se añadió al de Patrona de las Misiones, otorgado por Pío XI en 1939.

Más tarde Teresa, sufriendo una enfermedad nerviosa grave, se curó gracias a una gracia divina, que ella misma definió como “la sonrisa de la Virgen”. Recibió la Primera Comunión, vivida intensamente y puso a Jesús Eucaristía en el centro de su existencia.

La “Gracia de la Navidad” del 1886 marcó el punto de inflexión, lo que ella llamó su “completa conversión”. De hecho, se curó totalmente de su hipersensibilidad infantil e inició una “carrera de gigante”.

A los catorce años, santa Teresita del Niño Jesús se acercó cada vez más, con gran fe, a Jesús Crucificado, y se tomó muy en serio el caso, aparentemente desesperado, de un criminal condenado a muerte e impenitente.

“Quería a toda costa impedirle que fuese al infierno”, escribió la Santa, con la certeza de que su oración lo habría puesto en contacto con la Sangre redentora de Jesús. Fue su primera y fundamental experiencia de maternidad espiritual.

En noviembre de 1887, Teresa peregrinó a Roma junto a su padre y su hermana Celina. Para ella, el momento culminante fue la audiencia del Papa León XIII, al que pidió el permiso de entrar, con apenas 15 años, en el Carmelo de Lisieux, deseo que se realizó un año después.

La dolorosa y humillante enfermedad mental de su querido padre le supuso un gran sufrimiento que le condujo a la contemplación del Rostro de Jesús en su Pasión.

Su profesión religiosa, en la fiesta de la Natividad de María, el 8 de septiembre de 1890, fue para ella un verdadero matrimonio espiritual en la “pequeñez” del Evangelio, caracterizada por el símbolo de la flor: “¡Qué bella fiesta la Natividad de María para convertirme en la esposa de Jesús!”, escribió.

Sólo “diez años después de la “Gracia de Navidad”, en 1896, llegó la “Gracia de Pascua”, que abre el último periodo de la vida de Teresa, con el inicio de su pasión profundamente unida a la Pasión de Jesús, con una enfermedad que la condujo a la muerte a través de grandes sufrimientos y sobre todo con la pasión del alma.

Teresa murió la noche del 30 de septiembre de 1897, pronunciando las sencillas palabras: ¡Dios mío, os amo!”, mirando el crucifijo que apretaba con sus manos. Para Benedicto XVI, “estas últimas palabras de la santa son la clave de toda su doctrina, de su interpretación del Evangelio”.

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ZENIT Staff

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