MÜNICH, lunes 12 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- “Sentimos un desconsuelo moral contra los fanáticos que asesinaron a mi hermano, contra el destino imprevisible que le llevó a estar en el lugar equivocado en el momento equivocado”.
En Münich, en Marstallplatz, la conexión audio-video con Nueva York hace palpable el silencio atento del público de líderes religiosos convocados por la Comunidad de San Egidio para el congreso “Bound to live together. Destinados a vivir juntos”, ayer domingo, cuando todo el mundo recordó el décimo aniversario del atentado contra las Torres gemelas de Manhattan.
El cielo estaba azul y hacía un calor insólito para esta estación en Alemania: un tiempo tan feliz parecía poco adecuado para la celebración que a las 14,46 – las 8.46 en Nueva York, la hora del ataque – conmemoró las 2.997 víctimas del odio fanático.
“Para muchos, como para mi hermano, no hubo alternativas – prosigue Coleen Kelly, la hermana de Bill, muerto atrapado en el piso 106° de la Torre 1, donde se encontraba absolutamente por casualidad para asistir a una conferencia – pero, después del 12 de septiembre, el pueblo americano y la comunidad global podían elegir cómo debían haber respondido al terror”.
“Quien recogió los últimos mensajes de las personas que iban a morir – reflexiona Kelly – constató que ninguno de ellos decía ‘matémosles’ o gritaba venganza”. El último pensamiento era para los seres queridos, “en la mayor parte de los casos eran palabras de amor”.
“Hay un mensaje fuerte – afirma Kelly – para quien está dispuesto a escuchar, y es que nuestra elección puede ser creativa y a favor de la vida, o destructiva como la violencia inicial”.
“Diez años después – afirmó durante la conmemoración el cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Münich y Frisinga, diócesis que acoge el congreso – la herida del 11 de septiembre no es fácilmente restañable, pues las consecuencias de este acto de desprecio hacia la humanidad se sienten aún hoy”.
La violencia, de hecho, “se perpetua en los conflictos, en cada nueva reacción de violencia y de contraposición. Es una cadena cuyo fin no se consigue ver aún”. “Esta celebración – precisó el purpurado – nos pide que reflexionemos de nuevo. Se trata de una memoria en sentido amplio, de un recuerdo que sea compromiso».
“Yo prometo a mi padre – añadió también en conexión desde Nueva York Emily Aoyama, hija de David, muerto a los 48 años en el vuelo número 11 del American Airlines de Boston a Los Angeles, el primero que impactó en las Torres Gemelas – y a todas las víctimas de esta tragedia, que es el símbolo de todas las tragedias sucedidas durante la primera terrible década del siglo XXI, que no han muerto en vano, y que trabajaré para construir un camino hacia una paz duradera”.
Mientras la voz emocionada de Emily Aoyama llena la Marstallplatz, un avión traza una estela blanca en el cielo, casi materializando esos recuerdos grabados por las imágenes de innumerables telediarios o sitios de Internet que cada uno lleva dentro.
“Las imágenes de las dos torres del World Trade Center – recordó mientras tanto el cardenal – se han impreso profundamente en la memoria de la humanidad”. “Todos – prosiguió el cardenal – recordamos esa jornada, recordamos qué hicimos ese día, qué nos conmovió”.
En la plaza, en la ejecución musical que acompaña la conmemoración con la voz cálida del gospel y la dulcura de la viola, irrumpe la violencia del tambor, trayendo bruscamente el golpe y la turbación. Toques de campana aluden a la pregunta sobre la fragilidad de la vida humana.
Líderes religiosos, budistas, judíos, musulmanes junto a católicos y ortodoxos reflexionan sobre el papel de las religiones para la paz.
“Es un error – dijo a ZENIT Antonios Naguib, patriarca de Alejandría de los coptos católicos – que en las celebraciones de la Zona Cero no hayan estado presentes los representantes religiosos. La separación entre religión y Estado puede llevar a Europa y América al riesgo de eliminar no sólo los símbolos religiosos, sino la propia religión de la vida del hombre, en la que el anhelo religioso es en cambio insuprimible”.
“Hace unos años – explicó a ZENIT Gregorios III Laham, patriarca de Antioquía de los greco melquitas – estuve en la Zona Cero para una conmemoración, y recordé cómo el misterio del mal no puede prevalecer para los cristianos sobre el de la Resurrección. Perder la esperanza en la paz y en el bien es negar la vida”.
“El título de este congreso, ‘bound’ – y entrelaza los dedos de las manos para subrayar la eficacia del término – lo dice todo: estamos todos unidos y debemos seguir adelante juntos”.
Un coro de niños se une a la ejecución para cantar el himno a la paz de Konstantia Gourzi. “Un mundo para todos los pueblos”, cantan los niños, y canta con ellos también la primera fila de invitados, donde están presentes las autoridades civiles, incluido el joven presidente de la República Federal de Alemania, Christian Wulff. Más tarde, en la inauguración oficial del congreso, afirmó con convicción: “La religión nunca da licencia para matar”.
“Ciertamente – dijo en su intervención en la conmemoración el cardenal Marx –, es necesario defenderse de quienes con violencia y una inimaginable fantasía del mal actúan contra personas inocentes y desean sólo la destrucción total”.
“Pero nuestra respuesta – subrayó el arzobispo de Münich – debe ser más grande, más amplia y profunda”. Esto significa que “los Estados Unidos y toda la civilización occidental, la entera comunidad mundial, es decir, quienes fueron el objetivo del ataque, deben encontrar nuevas respuestas de paz y de convivencia en un mundo global. Un mundo en el que las distintas culturas, religiones e ideas deben y pueden tener un lugar”.
“Dejad que este sueño sea cierto”: concluyó así el himno a la paz en la Marstallplatz, el 11 de septiembre de 2011.
Por Chiara Santomiero, traducción del italiano por Inma Álvarez