CIUDAD DEL VATICANO, lunes 19 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).– L'Osservatore Romano denunció la desaparición, en nuestro entorno, de los niños marcados por enfermedades genéticas.

El periódico vaticano publicó la semana pasada un artículo titulado La eliminación del imperfecto del neonatólogo Carlo Bellieni.

Censurados por los medios de comunicación, escondidos por sus padres pero sobre todo abortados, estos niños son víctimas de una sociedad incapaz de aceptar la diferencia. La ralentización de la investigación de terapias aparece como otra consecuencia de este fenómeno.

“Lo percibimos mirando alrededor nuestro: ya no vemos niños “imperfectos”, marcados por enfermedades genéticas”, constata Bellieni.

“Censurados por los medios de comunicación, reservados por las familias al abrigo de una sociedad que ya no los acepta (···) pero sobre todo abortados”, estos niños “son descubiertos de manera sistemática antes de nacer y, una vez identificados, se les prohíbe muy a menudo nacer”.

“Lo grave es que este paso por la criba y esta selección ya no nos sorprende: es la norma”, alertó.

En Francia, recuerda el neonatólogo, el 96% de los fetos afectados por el síndrome de Down (trisomía 21) son abortados.

Recientemente, una diputada parisina declaró en el Parlamento: “La verdadera pregunta que me planteo es ¿por qué queda el 4%?”.

En muchos países, prosigue Bellieni, “la búsqueda de los factores que indican el síndrome de Down en el feto en la sangre materna se propone a todas las mujeres embarazadas”, ya sea a través de la amniocentesis o midiendo en el feto las marcas del síndrome de Down (claridad nucal, hueso nasal) durante las ecografías.

“La desaparición de individuos con un handicap genético del panorama social se debe también a otra razón: la incapacidad de la sociedad a aceptar culturalmente la diferencia y el pudor de las familias que se sienten como fuera de la ley genética y guardan al niño enfermo entre sus muros domésticos”, precisa.

Bellieni se refiere también a otra consecuencia del “descenso numérico obtenido por la selección prenatal y por la marginación social: impide la investigación de terapias”.

“Si hubiera una inversión económica para curar las enfermedades genéticas” tan importante como “la establecida para no dejar nacer a los enfermos, se obtendrían progresos notables”, asegura.

El especialista alerta que “las enfermedades son ciertamente indeseables, pero no deben hacer indeseable al mismo enfermo”.

E invita a una mayor solidaridad y a una información justa y equilibrada. En Francia, por ejemplo, lamenta que las asociaciones de enfermos “que realmente conocen la enfermedad” sean “obligadas por leyes a informar del proceso informativo a las mujeres que afrontan un embarazo que puede convertirse en no deseado en razón de la imperfección del feto”.

El neonatólogo italiano denuncia también a los medios de comunicación que, a menudo, “trazan un retrato del handicap que se aproxima a menudo a la compasión estéril, cuando no pone a la persona discapacitada en emisiones sensacionalistas y de mal gusto”.

Al contrario, “la realidad imaginada hace mayor mal que la realidad real”, destaca, “y en un mundo marcado por el miedo, la búsqueda de la imperfección y la eliminación del paciente “imperfecto” se convierten en una norma social común que todos conocen: una banalidad del mal que ya no parece molestar a nadie”.