EICHSFELD, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI quiso recordar hoy a los católicos alemanes cómo la Virgen fue su consuelo en los momentos de peligro vividos a lo largo de la historia, y especialmente durante el sigo XX.
Benedicto XVI se detuvo, durante su viaje de Erfurt a Friburgo, tercera etapa de su viaje apostólico a Alemania, en un santuario muy querido a los católicos del país, el de Eztelsbach, meta de peregrinación durante siglos.
El Papa rezó vísperas con los alrededor de 90.000 peregrinos reunidos en la explanada de la colina donde se erige el santuario, y durante su homilía, quiso recordar el significado de este lugar en la historia de la Iglesia alemana.
“En dos dictaduras impías que han tratado de arrancar a los hombres su fe tradicional, las gentes de Eichsfeld estaba convencida de encontrar aquí, en el santuario de Etzelsbach, una puerta abierta y un lugar de paz interior”.
El Pontífice recordó que “cuando los cristianos se dirigen a María en todos los tiempos y lugares, se dejan guiar por la certeza espontánea de que Jesús no puede rechazar las peticiones que le presenta su Madre”.
Los fieles “se apoyan en la confianza inquebrantable de que María es también Madre nuestra; una Madre que ha experimentado el sufrimiento más grande de todos, que se da cuenta de todas nuestras dificultades y piensa en modo materno cómo superarlas”.
“Cuántas personas han ido en el transcurso de los siglos en peregrinación a María para encontrar ante la imagen de la Dolorosa, como aquí en Etzelsbach, consuelo y alivio”, destacó.
El Papa invitó a los presentes a contemplar con amor la figura de esta Dolorosa, “una mujer de mediana edad, con los parpados apesadumbrados de tanto llorar, y al mismo tiempo una mirada absorta, fija en la lejanía, como si estuviese meditando en su corazón sobre todo lo que había sucedido”.
En la Piedad de Etzelsbach, al contrario de otras representaciones similares, el cuerpo de Cristo muerto está vuelto hacia su madre: “los corazones de Jesús y de su Madre se dirigen uno al otro, se acercan el uno al otro. Se intercambian recíprocamente su amor”.
Este gesto constituye una enseñanza para los fieles, xpicó: “no es la autorrealización la que lleva a la persona a su verdadero desarrollo, aspecto que hoy es propuesto como modelo de la vida moderna, pero que fácilmente puede convertirse en una forma de egoísmo refinado. Es, sobre todo, la actitud del don de si mismo, que se orienta hacia el corazón de María y con ello hacia el corazón del Redentor”.
“En el momento de su sacrificio por la humanidad, Él constituye en cierto modo a María, mediadora del flujo de gracia que brota de la Cruz. Bajo la Cruz, María se hace compañera y protectora de los hombres en el camino de su vida”, añadió.
Pero el acogerse a la Madre de Dios en los momentos de peligro no debe quedarse “en las necesidades del momento”, sino “ir más allá”.
“¿Qué quiere decirnos verdaderamente María cuando nos salva del peligro? Quiere ayudarnos a comprender la amplitud y profundidad de nuestra vocación cristiana. Con maternal delicadeza, quiere hacernos comprender que toda nuestra vida debe ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro Dios”.
Es, explicó el Papa, “como si nos dijera: entiende que Dios, que es la fuente de todo bien y no quiere otra cosa que tu verdadera felicidad, tiene el derecho de exigirte una vida que se abandone sin reservas y con alegría a su voluntad, y se esfuerce en que los otros hagan lo mismo”.
«Donde está Dios, allí hay futuro», concluyó el Papa, citando el lema de este viaje: “donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre la vida, allí se abre el cielo”, allí “las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido y los grandes problemas encuentran su solución”.