FRIBURGO, domingo 25 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso de despedida que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy en el aeropuerto de Lahr, poco antes de embarcar en el avión de vuelta a Roma, concluyendo este tercer viaje apostólico a Alemania.
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Señor Presidente Federal,
Distinguidos Representantes del Gobierno Federal,
del Land Baden Württemberg y de los ayuntamientos,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Distinguidos señores y señoras
Antes de dejar Alemania, quiero dar las gracias por los días pasados en mi patria, tan conmovedores y ricos de acontecimientos.
Le agradezco, Señor Presidente Federal Wulff, su acogida en Berlín en nombre del pueblo alemán y que ahora, en el momento de la despedida, me haya honrado de nuevo con sus amables palabras. Doy las gracias a los Representantes del Gobierno Federal y de los Gobiernos de los Länder que han venido a la ceremonia de despedida. Un gracias de corazón al Arzobispo de Friburgo, Mons. Zollitsch, que me ha acompañado durante todo el viaje. Hago, naturalmente, extensible también mi agradecimiento al Arzobispo de Berlín, Mons. Woelki, y al Obispo de Erfurt, Mons. Wanke, que me han mostrado igualmente su hospitalidad, sin olvidar a todo el Episcopado alemán. Por último, dirijo un especial agradecimiento a todos los que han preparado entre bastidores estos cuatro días, asegurando su desarrollo sin inconvenientes: a las instituciones municipales, a las fuerzas del orden, a los servicios sanitarios, a los responsables de los transportes públicos y también a los numerosos voluntarios. Doy las gracias a todos por estos días espléndidos, por tantos encuentros personales y por las incontables muestras de atención y afecto con que me han colmado.
En Berlín, la capital federal, tuve una ocasión especial de hablar ante los parlamentarios del Deutscher Bundestag y exponerles algunas reflexiones sobres los fundamentos intelectuales del Estado. Pienso también con gozo en los fructuosos coloquios con el Presidente Federal y la Señora Canciller sobre la situación actual del pueblo alemán y de la comunidad internacional. Me ha emocionado particularmente la acogida cordial y el entusiasmo de tantas personas en Berlín.
En el País de la Reforma, el ecumenismo ha sido naturalmente uno de los puntos centrales del viaje. Quisiera resaltar aquí el encuentro con los representantes de la «Iglesia Evangélica en Alemania» en el que fue convento agustino, en Erfurt. Estoy profundamente agradecido por el intercambio fraterno y la oración común. Ha sido muy especial también el encuentro con los cristianos ortodoxos y ortodoxos orientales, así como con los judíos y los musulmanes.
Obviamente, esta visita estaba dirigida en manera especial a los católicos de Berlín, Erfurt, Eichsfeld y Friburgo. Recuerdo con agrado las celebraciones litúrgicas comunes, la alegría, el escuchar juntos la Palabra de Dios y el rezar unidos, particularmente en las zonas del País donde por decenios se ha intentado eliminar la religión de la vida de las gentes. Esto me permite tener confianza en el futuro del cristianismo en Alemania. Como en las visitas precedentes, aquí se ha podido experimentar que muchos dan testimonio de su fe y hacen visible su fuerza transformadora en el mundo de hoy.
Me ha alegrado mucho también, tras la impresionante Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, estar de nuevo en Friburgo, con tantos jóvenes, en la vigilia de la juventud de ayer. Animo a la Iglesia en Alemania a seguir con fuerza y confianza el camino de la fe, que hace volver a las personas a las raíces, al núcleo esencial de la Buena Noticia de Cristo. Surgirán pequeñas comunidades de creyentes, y ya existen, que con el propio entusiasmo difundan rayos de luz en la sociedad pluralista, suscitando en otros la inquietud de buscar la luz que da la vida en abundancia. «Nada hay más bello que conocerlo y comunicar a los otros la amistad con él» (Homilía en el inicio solemne del Pontificado, 24 de abril de 2005). De esta experiencia crece al final la certeza: «Donde está Dios, allí hay futuro». Donde Dios está presente, allí hay esperanza y allí se abren nuevas prospectivas y con frecuencia insospechadas, que van más allá del hoy y de las cosas efímeras. En este sentido acompaño, con el pensamiento y la oración, el camino de la Iglesia en Alemania.
Regreso ahora a Roma con muchas experiencias y recuerdos de estos días en mi patria profundamente grabados. A la vez que aseguro mi oración por todos ustedes y por un buen futuro para nuestro País en paz y libertad, me despido con un cordial «Vergelt’s gott» [Dios se lo pague]. Que Dios les bendiga a todos.
[Copyright 2011 – ©Libreria Editrice Vaticana]