¿A quién iremos?

Comentario al evangelio del Domingo 21° del T.O./B

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ROMA, domingo 26 agosto 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el comentario al evangelio de este domingo del padre paulino Jesús Álvarez.

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P. Jesús Álvarez SSP

Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían:«¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?» Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».(Jn. 6, 60-69).

La mayoría del auditorio se “escandaliza” ante la promesa del Pan de Vida, y no acepta el lenguajedesconcertantedeJesús, un pobre carpintero del pueblo; y la mayoría opta por lo más fácil: abandonar. Este alejarse de Cristo, Pan de Vida, sigue repitiéndose a través de la historia: casi todas las iglesias separadas y las sectas no admiten la Eucaristía, y sus adeptos no acceden al don más grande de Dios para sus hijos: Cristo Pan de Vida eterna.

Pero lo que más “escandaliza” es que la mayoría de los mismos católicos, una vez que han hecho la primera comunión, abandonan la Eucaristía y la Iglesia. Además, ni siquiera comulgan todos los que van a misa, porque, quizás, no creen lo suficiente en Cristo resucitado, presente en la Eucaristía.

Más aún: Incluso una buena parte de los que comulgan, no creen ni aman a Quien reciben. Se contentan con el rito, e ignoran a Cristo presente. Prefieren una vida cómoda, sin el esfuerzo sincero para acoger e imitar a Jesús, el único que puede llevarnos a disfrutar de la vida y la gloria eterna con Él. Quien no cree en Cristo resucitado presente en la Eucaristía, ¿cómo podrá reconocerlo y acogerlo cuando se le presente al final de su vida?

La catequesis eucarística falla por la base cuando se preocupa más de la doctrina y del rito, que de guiar al catequizando en el encuentro personal con Cristo resucitado presente en la Eucaristía y en su vida. Hay hambre de Cristo, pero también anemia espiritual por falta de real experiencia de Jesús resucitado en la Eucaristía.

La Eucaristía sin fe y sin amor a Cristo y al prójimo, es un fatal contrasentido. Como el beso hipócrita de Judas. Al respecto afirma san Pablo: “Se tragan la propia condena”. ¡Dios nos libre de tan grande e irremediable desgracia! Urge, pues, verificar nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, y suplicarle con insistencia que aumente nuestra fe y amor hacia él: Yo creo, te amo y en ti espero, mas aumenta mi fe, mi amor y mi esperanza.“Señor mío y Dios mío”.

Repitamos con Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Creemos más allá de las apariencias, somos felices por creer y amar sin ver, y asociamos nuestras cruces a la Cruz de Cristo, que nos merecerá la resurrección para la vida eterna. Sabemos que, además de palabras de vida eterna, nuestro Salvador tiene sobre todo hechos de vida eterna.

Jesús es nuestra luz, alegría, paz y salvación; creemos y vivimos en su presencia y su amistad infalible: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

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ZENIT Staff

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