El obispo de San Cristóbal de Las Casas, México, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel ha denunciado una escalada de la violencia hacia los migrantes que cruzan el país desde naciones limítrofes o de mexicanos que viajan con la intención de pasar hacia Estados Unidos.
El tráfico de seres humanos y el permiso para transitar por algunas zonas se ha transformado en un negocio más rediticio para las bandas que la misma droga. Un problema muy presente relacionado con la emigración clandestina que encuentra sus problemas, indica el obispo, en la falta de empleo debidamente remunerado en el propio país.
El presidente estadounidense Barack Obama en su reciente viaje a México y América Central, indicó en conferencia de prensa junto al presidente azteca, Enrique Peña Nieto, que la frontera común está más segura que nunca y que la inmigración ilegal a Estados Unidos se encuentra en sus niveles más bajos en años.
Datos confirmados por el informe “Immigration and Border Control” (Inmigración y Control Fronterizo) de Edward Allen y del CATO Institute, que entretanto precisa cómo el fenómeno se debe no a la pérdida de interés de muchos potenciales inmigrantes, sino al incremento de las medidas de seguridad en los últimos 20 años: la Patrulla Fronteriza pasó de 3.000 a más de 21.000 agentes, han sido construidos más de 1.120 km de muro a lo largo de la frontera, y entraron en función drones y tecnologías como cámaras con sensores.
De otro lado el reciente debate en el Congreso estadounidense para aprobar una reforma migratoria que ponga en situación legal a millones de inmigrantes se ha estancado.
La problemática de la inmigración es compleja, y para entenderla mejor, el obispo mexicano ha explicado a ZENIT algunos particulares en una breve entrevista que les proponemos a continuación.
Excelencia, usted ha denunciado que en los últimos días se ha recrudecido la persecución contra los migrantes por parte de la delincuencia organizada en la zona de Palenque.
–Mons. Arizmendi. Lamentablemente este crimen ya tiene meses, si no es que años. Bandas criminales han encontrado un rico negocio en extorsionar a los migrantes, que les deja más dinero que el negocio de la droga, porque va a lo seguro: a unos les quitan el poco dinero que llevan consigo; a otros, les obligan a llamar por teléfono a sus parientes en Estados Unidos, para que depositen grandes cantidades de dólares, como condición para que no los torturen, violen o maten.
¿El Ejército y la Marina han intervenido para rescatar a los secuestrados?
–Mons. Arizmendi: En algunos casos, sí han intervenido para protegerlos; pero en otros, o no les llega la información a tiempo, o algunos se hacen los desentendidos, para no meterse en problemas con los criminales.
¿Si los secuestrados pagan obtienen protección de los delincuentes?
–Mons. Arizmendi: Esa es la condición para que no los maltraten.
¿Qué se puede hacer y quién tiene que tomarse la responsabilidad?
–Mons. Arizmendi: Desde luego, las autoridades civiles deben vigilar más los trayectos por donde pasa el tren, donde van los indocumentados.
Más allá de estos episodios que usted ha denunciado, ¿cuál es el problema de fondo de la inmigración?
–Mons. Arizmendi: Como siempre lo hemos dicho, es la falta de trabajo justo en el propio país; es la falta de oportunidades locales; es por el bajo precio de lo que los campesinos producen, dada la globalización de los mercados, que no siempre protegen a los pequeños.
¿Y cuál podía ser la salida?
–Mons. Arizmendi: No es simple. Generar empleos locales bien remunerados; proteger a los campesinos ante los grandes consorcios internacionales de granos; mejorar nuestras propias leyes, para que protejan más a los migrantes, por ejemplo, dándoles una visa o algún documento para que puedan pasar libremente por el país; esto evitaría tantos “coyotes”, que lucran, engañan y vejan a los migrantes.