La misión de evangelizar nos la manda el mismo Jesús. Su expresión constituye Su gran revelación, la intimidad de su Ser, el cimiento central de nuestra fe y vida cristiana: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). En el nombre de Dios uno y trino. Se evangeliza mediante Aquel que se revela y por Su Gracia se hace eficaz la misión.
El pasado domingo decía el Martirologio Romano acerca de este misterio de la fe, la fuente de todos los demás: “Solemnidad de la Santísima e indivisa Trinidad, en la que confesamos y veneramos al único Dios en la Trinidad de personas, y la Trinidad de personas en la unidad de Dios”.
El catecismo de la Iglesia Católica nos dice que sólo Dios puede darnos a conocer este misterio manifestándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo: “La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios”.
San Francisco de Asís decía con frecuencia: “ ¡Mi Dios y mi Todo! ¡Dios mío y todas mis cosas!”. También la beata Isabel de Trinidad tiene una bella oración de elevación a la Santísima Trinidad que puede ser muy provechosa de meditar. “¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas...”.
Pero, ¿en qué medida el misterio de Dios para nosotros no es abstracto como puede serlo, por ejemplo, un triángulo? O, dicho de otra manera, ¿dónde se funda nuestra certeza, nuestra seguridad y la propia consistencia? ¿qué puede recordarnos la novedad y el gusto de la vida? ¿qué nos decide y anima de nuevo a escoger el bien como si estuviéramos empezando?
La gracia de Dios no es algo abstracto, dice Giussani, porque es “una comunicación histórica, es un hecho histórico que entra en nuestra vida. Si nosotros basamos nuestra seguridad en la gracia, no podemos dejar de dar fruto, pues por su propia naturaleza nos saca de la inercia y nos salva”. Así, el misterio de la Trinidad es “el misterio de la seguridad, el misterio de la certeza”.
También se celebra con este motivo la Jornada “pro orantibus”, a favor de los consagrados en la vida contemplativa, en este Año de la Fe. Se trata de tomar conciencia, valorar y agradecer esta vocación mediante la que algunos entre nosotros “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (Perfectae caritatis, n. 7). Para ellos Dios es todo en su vida. Nos dan testimonio de una opción exclusiva.
Difundamos la revelación de Dios uno y trino en nuestro ambiente, familia, colegio y parroquia. Y pidamos por la vida contemplativa, centinela de la oración.