Protección a los migrantes

Un problema al que hacer frente

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Ofrecemos el artículo de nuestro colaborador Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, México, que aborda el problema de la seguridad de los migrantes.

SITUACIONES

Es una vergüenza internacional que nuestro país no brinde mayor protección y seguridad a tantos migrantes que pasan por aquí, huyendo de la pobreza y de la violencia de sus países. Muchos son ultrajados, explotados, secuestrados, extorsionados; varias mujeres son violadas; algunos son asesinados por bandas de delincuentes y narcotraficantes. A unos los obligan a sumarse a esas bandas; si no lo hacen, los matan. Sufren un verdadero calvario, que nos avergüenza y nos duele.

En días pasados, a orillas de Pakal Na, una colonia de la ciudad de Palenque, dos mujeres hondureñas fueron macheteadas y asesinadas por criminales que iban en el mismo tren, donde se suben los migrantes que carecen de recursos para atravesar el país sin pagar este transporte, en su ilusión de pasar a Estados Unidos. Esas mujeres habían denunciado, dos días antes, las extorsiones de que eran objeto; de alguna forma se enteraron los de la banda criminal, las identificaron, hicieron que se detuviera el tren, las bajaron y a sangre fría les machetearon el rostro y con un tiro las mataron.

La gente no viaja por curiosidad o por turismo, sino por necesidad. En sus países de origen, no encuentran formas de mejorar sus condiciones económicas, sufren la violencia de los “maras”, tienen deudas enormes que no pueden pagar, y en su desesperación, a pesar de que saben los peligros a que se exponen al pasar por territorio mexicano, se arriesgan y muchos no llegan a su destino.

Otra cara del problema son los migrantes nativos de nuestro Estado que salen a Playa del Carmen, a Cancún, en Quintana Roo, o al norte del país y al extranjero, buscando alternativas a su pobreza, porque los recursos locales les son insuficientes. Son personas muy trabajadoras, pero el café, el maíz, el frijol, el campo en general y la pequeña ganadería no les rinden tanto como para cubrir sus necesidades básicas. ¡Cuánto sufren ellos y sus familias; muchas se desintegran! Se pierde la cultura rural e indígena, con toda su riqueza de idioma, costumbres, religión, vivencia familiar y comunitaria. Se hacen individualistas, interesados más que todo en el dinero; se prostituyen, se contagian de actitudes y criterios destructivos, y varios también de sida. Cuando regresan a sus comunidades, se sienten extraños; critican a sus mayores y a sus paisanos; quieren contaminar a otros jóvenes de costumbres inmorales; se quieren hacer aparecer como grandes y triunfadores sólo porque usan celular, aretes, peinados extravagantes, playeras con letreros en inglés, y se drogan para sentirse fuertes. Muchos cambian de religión, o se alejan totalmente de Dios.

ILUMINACION

Dijimos en Aparecida: “Es expresión de caridad, también eclesial, el acompañamiento pastoral de los migrantes. La Iglesia, como Madre, debe sentirse a sí misma como Iglesia sin fronteras, Iglesia familiar, atenta al fenómeno creciente de la movilidad humana en sus diversos sectores. Considera indispensable el desarrollo de una mentalidad y una espiritualidad al servicio pastoral de los hermanos en movilidad, estableciendo estructuras nacionales y diocesanas apropiadas. Entre las tareas de la Iglesia a favor de los migrantes, está indudablemente la denuncia profética de los atropellos que sufren frecuentemente, como también el esfuerzo por incidir, junto a los organismos de la sociedad civil, en los gobiernos de los países, para lograr una política migratoria que tenga en cuenta los derechos de las personas en movilidad” (Nos. 411-414).

COMPROMISOS

Desde hace tiempo se ha propuesto que se dé a los migrantes algún documento que les permita pasar por el país de una forma segura, sin estar expuestos a los polleros y a las bandas del crimen organizado. Es urgente un trabajo de inteligencia de las corporaciones de seguridad, para detectar a los delincuentes. Que el ejército acompañe a los trenes, dando protección a los migrantes. La autoridad civil debe hacer mucho más para resolver este problema; por nuestra parte, no dejaremos de atenderles humanitariamente, con la solidaridad propia de la mayoría de los mexicanos.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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