Bélgica: los objetos del misionero de los leprosos de Molokai, patrimonio cultural

Son ‘testigos únicos’ de la vida del padre Damián, dijo la ministra Schauvliege

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Los archivos, objetos y documentos pertenecientes al padre Damián y sobre el propio misionero belga -que diera su vida por los leprosos en la lejana Molokai- acaban de sumarse a la Lista Flamenca de Obras Maestras, una lista que contiene el patrimonio cultural tangible que merece una protección especial. La decisión, que se ha conocido ayer, ha sido adoptada por la ministra de Cultura flamenca, Joke Schauvliege.

Según la ministra Schauvliege, los objetos y documentos de la colección son “testigos únicos” de la vida del santo. Son la memoria “de su trabajo misionero y de su proceso de canonización, así como testimonio de la labor misionera, en general”. “Este archivo es esencial para nuestra memoria colectiva”, ha concluido.

Actualmente la Lista Flamenca de Obras Maestras contiene 38 colecciones y 397 piezas individuales. En la colección de Joseph De Veuster, conocido como padre Damián (1840-1889), entre otras piezas, están los documentos y materiales relacionados con su estancia en Hawái y Molokai (1863-1889). La colección también cuenta con pinturas y dibujos del artista inglés Edward Clifford (1844-1907) con quien se encontró el misionero en 1868 en la colonia de leprosos de Kalaupapa, Hawái.

San Damián de Molokai nace en Tremeloo (Bélgica) en 1840. Hasta los 19 años vive con sus padres, en ambiente campesino y allí, junto a su fortaleza física, se va desarrollando su personalidad y su vida de fe. El destino de su breve vida sólo se explica por su apasionamiento por descubrir lo que Dios podría esperar de él.

Profesa en la Congregación de los Sagrados Corazones y pide ser enviado a las misiones de las Islas Hawaii a los 23 años. Ordenado allí sacerdote, evangeliza en la isla grande de Hawaii, durante 9 años, a pequeñas agrupaciones de nativos, dispersos en amplios territorios volcánicos. 

A sus 33 años, se ofrece voluntario para permanecer en la colonia de leprosos, confinados desde hacía 7 años en una pequeña península de la isla de Molokai, cárcel natural aislada por el mar y las montañas. Los enfermos, que morían casi a diario, eran sustituidos por otros leprosos a quienes, desde otras islas, se forzaba a encerrarse en Molokai. 

Desde el comienzo se identifica totalmente con la situación, y se dirige a ellos con su Nosotros, los leprosos. Trabaja agotándose por aliviar físicamente y consolar religiosamente a centenares de leprosos, que así pueden vivir con serenidad y morir con esperanza. Sus precauciones iniciales, van sin duda relajándose por la costumbre, la amistad, la necesidad, hasta que, tras 11 años de convivencia, él mismo es contagiado por la lepra. 

Durante 4 años la enfermedad corroe su cuerpo, pero no le impide declararse el misionero más feliz del mundo. Tampoco logra doblegarle, pareciendo que hubiera querido morir de pie. Hasta que en 1889, a los 49 años, muere como un leproso más, pero lleno de consuelo al ver que su obra perdurará gracias a los refuerzos de última hora de un grupo de religiosos y religiosas.

(RED/IV)

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ZENIT Staff

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