Mensaje a los obispos de Austria: La familia, en el corazón de la Iglesia evangelizadora

El Papa aborda también el Sacramento de la Reconciliación y el papel de la parroquia

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El papa Francisco recibió ayer a los obispos de la Conferencia Episcopal de Austria al final de su visita “ad Limina” y entregó a los prelados el texto del discurso a ellos destinado.

En su mensaje, según ha informado la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el Santo Padre habla de la simpatía de la Iglesia austriaca por el Sucesor de Pedro que se manifestó concretamente durante la visita del papa Benedicto XVI al santuario de Mariazell en 2007, a pesar de que los años siguientes representaron una fase difícil para la Iglesia en ese país que se reflejó entre otras cosas en el descenso del número de católicos.

Pero esa tendencia, escribe el Pontífice, “no puede encontrarnos inertes, sino alentar nuestros esfuerzos para la nueva evangelización, siempre necesaria”. El Papa afirma también que ser Iglesia “no significa gestionar, sino salir, para ser misioneros, para llevar a la gente la luz de la fe y la alegría del Evangelio. No nos olvidemos de que el impulso de nuestro compromiso de cristianos en el mundo no es la idea de la filantropía o de un humanismo vago, sino un don de Dios, que es el de la filiación divina que recibimos en el Bautismo. Y este don es a la vez una tarea. Los hijos de Dios no se esconden, aportan, más bien, al mundo la alegría de su filiación divina». 

“La Iglesia -prosigue citando el Concilio Vaticano II- comprende en su propio seno a pecadores», es decir, la santa Iglesia siempre tiene necesidad de purificación. Y eso significa que siempre debemos estar comprometidos con nuestra purificación, en el Sacramento de la Reconciliación… Como pastores de la Iglesia queremos ayudar a los fieles, con ternura y comprensión, a redescubrir este admirable sacramento y experimentar en este don el amor del Buen Pastor. Os pido, por lo tanto, que no os canséis de invitar a los hombres al encuentro con Cristo en el Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación”. 

“Un área importante en nuestro trabajo de pastores -señala el Santo Padre- es la familia, que se encuentra en el corazón de la Iglesia evangelizadora… La base sobre la cual se puede construir una vida familiar armoniosa es, sobre todo, la fidelidad matrimonial. Por desgracia, en nuestro tiempo vemos que la familia y el matrimonio en los países del mundo occidental, sufren una profunda crisis interna… La globalización y el individualismo postmoderno promueven un estilo de vida que hace que sea mucho más difícil el desarrollo y la estabilidad de los lazos entre las personas y no es favorable a la promoción de una cultura de la familia. Aquí se abre un nuevo campo misionero de la Iglesia, por ejemplo, en grupos de familias donde se crea espacio para las relaciones interpersonales y con Dios, en el que pueda crecer una auténtica comunidad que acoge a todos por igual y no se encierra en e grupos de élite… La preocupación de la Iglesia por la familia comienza con una buena preparación y un acompañamiento adecuado de los esposos así como con la exposición fiel y clara de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. El matrimonio como sacramento es un don de Dios y, al mismo tiempo, un compromiso”. 

De la familia, el papa Francisco pasa a la parroquia, al “gran campo que el Señor nos ha confiado para que sea fructífero con el trabajo pastoral. Los sacerdotes y párrocos deben ser cada vez más conscientes de que su tarea de gobernar es un servicio profundamente espiritual. El párroco dirige siempre la comunidad parroquial, contando con la ayuda y al mismo tiempo con la valiosa contribución de los distintos compañeros de trabajo y todos los fieles laicos… Hay muchas personas que están en búsqueda, aunque no lo admitan. Todo el mundo está llamado; cada uno es enviado. Y no está dicho que el lugar de la llamada sea solo el centro parroquial… la llamada de Dios puede llegar en cualquier lugar de la vida cotidiana”. 

“Hablar de Dios -finaliza- llevar a los hombres el mensaje de amor de Dios y de la salvación en Jesucristo, para todos los hombres, es el deber de todo bautizado. Y esa tarea abarca no solo el hablar con palabras, sino todo el actuar y el hacer… Precisamente en nuestro tiempo, cuando parece que nos convertimos en «pequeño rebaño» estamos llamados como discípulos del Señor, a vivir como una comunidad que es la sal de la tierra y la luz del mundo”.

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ZENIT Staff

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