Isaías 60, 1-6: “La gloria del Señor alborea sobre ti”
Salmo 71: “Que te adoren, Señor, todos los pueblos”
Efesios 3, 2-3. 5-6: “También los paganos participan de la misma herencia que nosotros”
San Mateo 2, 1-12: “Hemos venido de Oriente para adorar al rey de los judíos”
La mujer purépecha ha permanecido largo tiempo contemplando el Nacimiento confeccionado con los motivos propios de la región y las vestimentas típicas de su raza. Después de su silencio y adoración, por fin se levanta entre confortada y nostálgica: “Hoy me he puesto pensar y he estado mirando los santos Reyes, cada uno con su color y con su ropita… Ellos pudieron mirar la estrella del Niño Jesús y fueron adorarlo… Nosotros ya no somos capaces de mirar las estrellas y menos dejar algo para acercarnos…También estaba pensando que los regalitos que le dieron serían muy bonitos, pero más lindo su corazón”. Es la sencillez y los pensamientos de una mujer que se toma en serio la adoración, que cree en las estrellas y que está dispuesta a ofrecer lo mucho o lo poco que tiene. Se queda añorando aquellos tiempos idos cuando sus abuelos le hablaban de las estrellas y su lugar en el espacio. Hoy ya no tenemos tiempo para mirar a las estrellas.
El día de Reyes no es un cuento bonito para ilusionar a los niños con un pequeño regalo, ni tampoco un recuento histórico de los acontecimientos acaecidos hace muchos años. Es un relato que descubre los anhelos más profundos del hombre y su búsqueda de motivos que guíen sus pasos, pero también es la manifestación de Jesús como luz de todos los hombres. Nadie queda excluido del amor de Dios manifestado en el niño hecho carne. ¿Va el hombre hacia Dios? Hay un anhelo profundo en el corazón del hombre de eternidad que con nada será saciado. Podemos disfrazarlo de saciedad con minucias y con cosas materiales, pero dentro se encontrará esta sed de divinidad. Pero antes que el hombre sea consciente de que está en búsqueda está el titilar de las estrellas que son mensajes de amor de Dios que busca al hombre. Dios nunca se cansa de buscar, nunca se cansa de hacer aparecer nuevas estrellas, nunca se cansa de vencer las oscuridades para que el hombre pueda encontrar su camino.
Sin embargo el hombre tiene la posibilidad y la libertad de equivocarse. ¿Por qué estos hombres sabios venidos de Oriente están buscando al Salvador mientras Herodes permanece impávido en su fortaleza sin percatarse de que ha nacido el nuevo Rey? Son el camino de la luz y el camino de la muerte que se entrecruzan en el horizonte de toda persona. Herodes ha puesto su corazón en el poder y la ambición. Para conservarlos se vale de todo: la mentira, el cálculo y el crimen. Su camino es el mismo de todos aquellos que se ven seducidos por poder y la ambición: no importa la crueldad, el terror, el desprecio al ser humano y la destrucción de inocentes. Lo confirman los datos históricos de tantos tiranos que han ejecutado a todos los posibles contrincantes. Los confirman las poderosas organizaciones de mafia, trata de menores, narcotráfico y carteles que violan, destrozan, ejecutan. Hoy mismo, mientras escribo estas líneas, me llega la dolorosa noticia de que cinco degollados aparecen en diferentes rumbos de mi querida Morelia. ¿Dónde está el corazón de estos mercenarios del poder y del dinero? También confirman este camino de muerte, aunque quizás lo hagan con disimulo y hasta con apariencia de bondad, los proyectos y sistemas modernos que se olvidan de las inmensas masas que mueren de hambre y desesperación, mientras aseguran los capitales e inmensas fortunas y poder, de unas cuantas firmas y unas pocas personas. Hoy Herodes se hace muy presente en estos nuevos tiranos, pero también se hace presente en el corazón de cada uno de nosotros cuando nos dejamos seducir por la ambición y despreciamos al Cristo que se hace carne en cada pequeño e indefenso.
En cambio los Magos de Oriente representan el hombre que se deja ilusionar por el fulgor de una estrella, que abandona sus comodidades y que se lanza en búsqueda de su ideal. Salir, abandonar, buscar… es el hombre que está vivo y que quiere encontrar y encontrarse. Es dejar esa apatía y ese necio pasivismo que se finca en razones de orden, de comodidad o de bienestar. Dios te está buscando pero tú debes abrir tus puertas y salir al encuentro. Una casa de puertas cerradas, de ventanas obstruidas, de canceles herméticos, no recibe luz, pero se pudre en su interior. No hay peor solución que no hacer nada. Aunque el salir traiga peligros, es preferible a la pasividad. No es la aventura loca, es el seguir una estrella y un ideal.
Me llama mucho la atención como el relato confirma el hallazgo del pequeño: “Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron”. Es la grandeza de los corazones nobles: saben reconocer, saben adorar, saben acoger en silencio. No hay palabras sino una profunda contemplación y adoración. Nosotros muchas veces hemos perdido esta capacidad de adoración y sólo buscamos a un dios útil que nos complazca y sirva a nuestros proyectos egoístas. Pedimos, pedimos, pero no contemplamos. Los Magos descubren y adoran al pequeño, el rostro humano de Dios, la carne de la Divinidad. Hoy nos falta descubrir a Dios en los pequeños, en la carne que sufre, en el dolor de cada día. Los regalos de los Magos son más pequeños que su adoración porque han ofrecido su corazón. No importa el regalo cuando se ha dado toda la persona. Y finalmente regresan “por otro camino”. Quien ha descubierto a Jesús no puede seguir por el mismo camino de siempre, ha encontrado el camino de luz, de amor, de generosidad. Así, el Dios que se manifiesta a todos, encuentra unos corazones capaces de recibirlo; y los hombres que seguían la estrella, encuentran a Dios hecho hombre.
¿Tendremos tiempo para mirar la Estrella? ¿Nos dejaremos seducir por su fulgor? ¿Estamos demasiado pesimistas y apáticos? Epifanía, día de búsqueda, de encuentro, de aventura. Día para mirar las estrellas.
Padre Bueno, que por medio de una estrella mueves el corazón de los sencillos, concédenos la audacia de salir al encuentro de tu Hijo Jesús presente en cada uno de tus pequeños. Amén.