P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: Hoy celebramos la fiesta del primer ser humano –María- que, después de Cristo su Hijo, experimentó la victoria total contra la muerte, también corporalmente. No estamos hechos para la muerte sino para la vida, para la resurrección (segunda lectura).
Resumen del mensaje: Este ha sido el último dogma proclamado por el Papa Pío XII el 1 noviembre de 1950: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Después de haber luchado contra todos los enemigos de nuestra alma (primera lectura) y gracias a que Cristo venció el último enemigo –la muerte- (segunda lectura), Dios nos concederá la resurrección de nuestro cuerpo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿qué significa que María fue elevada al cielo en cuerpo y alma? María, como primera seguidora de Jesús, es la primera cristiana y la primera salvada por la Pascua de su Hijo; participa ya de la victoria de su Hijo, y es elevada a la gloria definitiva en cuerpo y alma. El motivo de este privilegio lo formula bien el prefacio de hoy: “con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo”. ¿Por qué este privilegio? Porque Ella fue radicalmente dócil en su vida respondiendo con un “sí” total a su vocación, desde la humildad radical (evangelio). Ella estuvo siempre con Jesús, hasta el final, luchando contra el dragón que quería devorar a su Hijo (primera lectura).
En segundo lugar, ¿qué significa para nosotros esta fiesta? En María se condensa nuestro destino. Al igual que su “sí” fue representante del nuestro, también el “sí” de Dios a Ella, glorificándola, es un “sí” a todos nosotros, que somos sus hijos. Señala el destino que Él nos prepara, si vencemos los dragones del mal que nos acechan (segunda lectura) y si caminamos en la fe y en la humildad como María (evangelio). Nuestro destino es la resurrección final en cuerpo y alma, como María que la obtuvo antes, como premio a su fe, humildad y a su vida sin pecado, y para poder abrazar a su Hijo querido y preparar junto con Él un lugar para nosotros.
Finalmente, esta fiesta nos infunde esperanza y optimismo en nuestra vida. El destino de nuestra vida no es la muerte, sino la vida. Toda la persona humana, cuerpo y espíritu, está destinada a la vida. Nuestro cuerpo tiene, pues, una grandísima dignidad; no podemos profanarlo ni mancharlo. Lo que Dios ha hecho en María, lo hará en nosotros. Lo creemos. Lo esperamos. Lo deseamos. Nuestra historia tendrá un final feliz. No terminamos en el sepulcro, sino en la resurrección de nuestro cuerpo. Y la Eucaristía que recibimos semanalmente o diariamente es un anticipo de lo que será nuestra gloria futura: “quien come mi Carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día”. La Eucaristía es como la semilla y la garantía de la vida inmortal para los seguidores de Jesús. Lo que María consiguió –la glorificación definitiva-, nosotros también lo conseguiremos, como fruto de la Pascua de Cristo.
Para reflexionar: al pensar en la resurrección final, ¿me lleno de alegría y optimismo al saber por la fe que mi destino es la vida y no la muerte en el sepulcro? Ya aquí en la tierra, ¿estoy sembrando las semillas de la inmortalidad y resurrección en mi cuerpo, comulgando el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía? Esta fiesta de María, ¿me invita a llevar una vida de santidad, de fe, de humildad y de amor?
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org