¡Extranjeros!

XX Domingo Ordinario

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Isaías 56, 1. 6-7: “Conduciré a los extranjeros a mi monte santo”

Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos”

Romanos 11, 13-15. 29-32: “Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección”

San Mateo 15, 21-28: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

Después de visitar el albergue para migrantes en Palenque nos queda un sentimiento agridulce. Es una casa que brota de la generosidad y el trabajo de muchísimas personas comprometidas con los hermanos y hermanas que pasan día a día en búsqueda de mejores condiciones de vida. Suscita un sentimiento de admiración: muchísimas personas colaboran y apoyan esta iniciativa sin esperar recompensa. Pero al mirar la enorme cantidad de migrantes, hombres, niños, mujeres y niñas, en condiciones deplorables, humillantes, huyendo de su realidad de miseria, se siente la impotencia y no pocas veces el desaliento. Día a día hay que renovar los esfuerzos, nuevos rostros, nuevos nombres, pero la misma miseria. Con el Jesús en la boca buscando que alcancen los recursos, siempre insuficientes, con la fe puesta en la providencia y con un tesón admirable continúan ofreciendo un oasis en el duro peregrinar de “desconocidos”. No es suficiente dar un poco de alimento y un poco de paz, hay una estructura económica y política, asesina e injusta, que provoca estas situaciones y contra esto poco se puede hacer. Los vecinos inicialmente veían con buenos ojos la iniciativa, ahora algunos empiezan a cansarse y a temer por su propia seguridad. “Me dan muchísima tristeza, pero también me dan miedo… ¿por qué no se quedan mejor en su casa?”. Es el comentario de “alguien” que ya se cansó de verlos pasar y que no oculta su disgusto, para él siempre serán “extranjeros” que quitan oportunidades y que causan daños.

Hoy tenemos un pasaje evangélico que choca y cuestiona, como choca y cuestiona la realidad de discriminación, desprecio y abuso que sufren los migrantes. A Jesús lo encontramos en una situación poco usual. Nos habíamos acostumbrado, sobre todo en los últimos domingos, a un Jesús misericordioso y compasivo. A quien hablaba de un amor universal, hoy lo encontramos diciendo: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”. Quien había hecho la multiplicación de los panes como signo de una mesa universal, ahora afirma: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos” y se muestra duro para conceder un favor a una pobre mujer cananea. Dos de sus más grandes presupuestos: la universalidad y el amor incondicional y respetuoso a la mujer y a cualquier persona, hoy parecería que son puestos en tela de juicio por esta narración. ¿Qué hay en el trasfondo de la narración de la mujer cananea? Está toda la ideología del tiempo de Jesús donde Israel se autonombraba como el único portador de las esperanzas de salvación y llamaba infieles a los otros pueblos. Adoptaba una postura intransigente ante los pueblos paganos llamándolos incluso “perros” como sinónimo de incrédulo, en contraposición de “oveja”, el arquetipo de la docilidad y pertenencia al pueblo. A esto se añade la discriminación y desprecio hacia la mujer, considerada con frecuencia impura y ocasión de pecado. “Mujer y extranjera”, la cananea tiene todas las deficiencias.

Grandes discusiones se han suscitado en los últimos días ante el escándalo de la migración infantil y la trata de personas. Todos opinan, pero muy poco se hace. Se acepta y justifica disimulada o abiertamente la discriminación a los pueblos diferentes y la mujer continúa viviendo en un ambiente de opresión. La xenofobia sigue haciendo estragos en nuestras sociedades. Las fronteras son cada día más custodiadas para impedir el paso de los hermanos que buscan una mejor vida. Nos escandalizamos del trato a los migrantes mexicanos más allá de nuestras fronteras, pero mexicanos y centroamericanos siguen pasando las de Caín en nuestro propio territorio. Hay mexicanos de primera y de segunda; y hay mexicanos que no tienen voz, ni ningún derecho. La mujer con grandes trabajos va logrando espacios en la sociedad y en la Iglesia, sin embargo sigue siendo explotada y oprimida. Se le utiliza y se denigra. Se le considera objeto de lujo o de placer y como a “objeto” se le trata. Su trabajo es menos remunerado y se le chantajea y acosa. Son violadas y denigradas. Es escandaloso el número de mujeres que sufren violencia en su propio hogar o son reducidas a un trabajo doméstico, obligado, sin retribución y sin aspiraciones. El Papa Francisco desde Lampedusa hasta nuestros días, sigue insistiendo en que los migrantes son hermanos y que no podemos voltearles la espalda, pero poco eco tienen sus palabras y algunos hasta las han juzgado inoportunas.

¿Qué hay en el corazón de Jesús? ¿La rechaza porque es extranjera? ¿Nos quiere dar una lección? ¿Cambió obligado por la oración de la mujer o por la insistencia de los apóstoles? Hay quienes afirman que la tenacidad y la fuerza de la oración de aquella madre provocan este milagro al igual que en Caná la insistencia de María provocó la conversión del agua en vino. Hay quienes dicen que es pedagogía de Jesús para enseñar no solamente el valor de la oración, sino también para abrir la puerta a los gentiles y reconocer la dignidad de la mujer. El mensaje de esperanza de Jesús va destinado a todos los hombres y mujeres, sea cual sea su nación o su condición. Así lo anuncia el profeta Isaías en la primera lectura: “Mi templo será la casa de oración para todos los pueblos”, hablando expresamente de la acogida a los extranjeros que se han adherido al Señor. Desde el inicio del evangelio de hoy se nos anunciaba cómo Jesús se dirigía a la comarca de Tiro y de Sidón, para escándalo de los judíos. Era acercarse descaradamente a los paganos. Y el mismo evangelio concluye con una alabanza: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. Precisamente aquello de lo que más se enorgullecía Israel, su credo, ahora lo escuchan pero aplicado a ¡una mujer!, ¡una mujer pagana!, ¡cananea! Jesús tiene el corazón abierto a los extranjeros, a los pecadores y reconoce la dignidad de la mujer.

Tres tareas grandes y cuestionantes nos deja hoy Jesús: la primera es ese sentido de universalidad fraterna: todos los hombres somos hermanos aunque sean de otro grupo, de otra raza, de otro pueblo, de otro credo. La segunda, una lucha seria por un verdadero equilibrio entre la dignidad del hombre y la mujer, su papel y su participación dentro de la sociedad y de la Iglesia. Y la tercera, el poder de la oración insistente. ¿Cuál es nuestra actitud ante el migrante, ante el diferente? ¿Qué podemos hacer para lograr el respeto a la dignidad de la mujer? ¿Cómo es nuestra oración, sobre todo cuando no alcanza en un primer momento lo que nosotros quisiéramos?

Padre Bueno, en cuyo corazón caben todas las naciones y todas las personas, abre nuestros ojos para aprender a mirar en cada persona, un hermano; en cada extranjero, un hijo tuyo; y en cada mujer, tu rostro. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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