Ezequiel 33, 7-9: “Te he constituido centinela para la casa de Israel”
Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”
Romanos 13, 8-10: “Cumplir perfectamente la ley, consiste en amar”
San Mateo 18, 15-20: “Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado”
Después de un día de ayuno y oración, los servidores de la misión de Bachajón se disponen a recibir su “cargo” o ministerio. Con toda seriedad tienden sus petates, acomodan sus flores, las cruces, los signos, mil pequeños detalles que expresan toda la importancia del servicio. Entre los muchos servicios que cada año se inician o se renuevan, me llaman la atención dos: los “jcanan lum” y los “jmucubtesej otanil”. Es decir los “cuidadores de la tierra” y los “fortalecedores” o animadores del corazón. Mientras unos se enfrentan a un ambiente consumista, destructor y saqueador de la madre tierra; los segundos tienen que lidiar con el desaliento, las divisiones, los pequeños y grandes problemas de las personas. Tanto unos como otros entienden su responsabilidad como un verdadera servicio y se constituyen en “cuidadores”, “centinelas” y “faros de luz”, que deben desgastarse para dar vida a su pueblo. Los primeros proponen métodos orgánicos de cultivo, evitan la desforestación y vigilan las reservas; los otros, tratan con las personas, buscan diálogos y caminos de solución, proponen acuerdos. “La vigilancia y el cuidado los entendemos como un servicio que debe realizarse con mucha ternura y comprensión hacia la tierra y hacia las personas”
¿Necesitaremos hoy en día centinelas? Hay fraccionamientos, edificios y colonias que tienen algo parecido, pero por desgracia no pueden dar alerta sobre todos los males que perjudican a los ciudadanos. Ante la inseguridad, la violencia y la corrupción suenan actuales y urgentes las palabras dirigidas a Ezequiel: “te he constituido centinela de la casa de Israel”, que unidas a las palabras de Jesús respecto a la corrección fraterna nos dan pistas muy valiosas para el momento presente. No parece que a Ezequiel se le confíe el cargo de policía o de la flamante “gendarmería” destinada a luchar contra el crimen organizado. No, Ezequiel no es un guardián que cuide el orden y que deba corregir y detener a criminales. Su misión tiene un sentido más profundo, es la responsabilidad de un hermano preocupado por su hermano. Alguien que lo cuide, lo proteja, lo alerte y lo acompañe. No lo constituye el Señor en guardián que vaya detrás de sus hermanos juzgando sus acciones y haciendo la vida imposible. Esas funciones con frecuencia las adoptamos nosotros y somos capaces de juzgar hasta lo que no sucede y de condenar a los demás sin conocer sus verdaderas intenciones.
El centinela es como un faro en la oscuridad: tiene que estar siempre allí para prevenir, para proteger, para iluminar. El centinela, igual que el faro, tiene la obligación de alertar, de hacer sonar su sirena, y no podrá estar tranquilo hasta que despierte la conciencia del otro. Un barco que se estrella contra los acantilados es el peor fracaso del faro. El hermano que se destruye o destruye la comunidad no solamente es culpa suya, también es responsabilidad nuestra. Tenemos que tener muy clara la misión: no podemos actuar por el otro, no podemos hacer las tareas del hermano, pero sí tenemos que despertar la conciencia. No puedo hacer la tarea del otro, pero sí puedo despertar su responsabilidad. Cuando es más densa la oscuridad y cuando arrecia más la tormenta, entonces aparecen con mayor claridad y son más valiosas las luces del faro. No puede el faro suprimir la oscuridad ni la tormenta, pero puede manifestar los peligros y mostrar un camino seguro. Hay quienes cuando llega la tormenta reniegan, despotrican e insultan, les echan la culpa a los otros. El faro simplemente ilumina, llama y conduce. Abre caminos para el que se sentía perdido, renueva la esperanza del que ya no tenía ganas de luchar.
El centinela deberá discernir y juzgar entre las cosas que llegan a la ciudad, no manifiesta únicamente las cosas negativas, no es un juez que esté al acecho para condenar. El centinela se goza y se alegra al descubrir y anunciar buenas nuevas. Se siente feliz al señalar los triunfos y al resaltar su presencia. Tendrá que ayudar a descubrir los pequeños gérmenes de verdad, los indicios de justicia y las luchas nobles por la paz. Tendrá que despertar esperanza y alentar los esfuerzos sinceros por el bienestar de la comunidad. Es cierto que la convivencia en la familia, en la comunidad o en la sociedad, sea del tipo que sea, se ve deteriorada constantemente por múltiples factores que rompen y condicionan las relaciones entre compañeros, familiares y amigos. Pero el centinela no está para condenar, sino para prevenir, para corregir y para dar nuevos caminos y nuevas opciones.
Como a Ezequiel, a cada uno de nosotros se nos confía esta misión. Es cierto que dentro de la Iglesia y de la sociedad hay personas que tendrían una mayor obligación de cumplir esta tarea, pero todos tenemos la responsabilidad de ser centinelas que ayuden a señalar, a conducir y a encaminar. No podemos adoptar la actitud de Caín cuando se le pregunta por Abel: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”. Todos tenemos la obligación del amor por el hermano. Todos debemos ser lo suficientemente críticos para develar la mentira cuando se disfraza de honestidad, para desenmascarar las injusticias y descubrir la maldad. Ah, pero tenemos que tener mucho cuidado porque podemos deformar esta misión y convertirnos en criticones exacerbados de los demás, mientras somos complacientes con nuestras propias faltas. La misión no es condenar sino animar aun a aquel que con fatiga y esfuerzo va dando tumbos en busca de la verdad y del bien.
Dentro de la comunidad nadie puede vivir aisladamente y a todos nos toca ser responsables del caminar de la comunidad. Cristo lo expresa de una manera muy bella al manifestar que cuando dos se ponen de acuerdo para pedir algo seguramente lo lograrán. Cuando se rompe la coraza del individualismo y se unen los esfuerzos para buscar el bien común, se alcanzan objetivos nunca soñados. En cambio, cuando cada quien persigue sus propios intereses, se va minando la confianza, se destruye la fraternidad. El mejor ejemplo de corrección fraterna es el mismo Jesús. Todas las recomendaciones que ahora nos da, las ha vivido de una manera plena. Nunca está de acuerdo con el pecado, pero ama al pecador, se acerca a él, le muestra su interés, le descubre su error y lo invita a la conversión. Pensemos cómo actuó con la samaritana, no la condenó, la escuchó, le ofreció su agua, su luz y le ayudó a descubrir el manantial que llevaba adentro. Recordemos a Zaqueo, tampoco lo condenó, simplemente lo trató con dignidad y le ofreció la posibilidad de alcanzar una vida mejor. Cristo es como un faro, como una luz, no hace daño a nadie, pero sí manifiesta abiertamente la realidad. No está de acuerdo con la injusticia, la denuncia, pero no condena sino que ofrece caminos de luz.
¿Asumimos nuestra responsabilidad frente a la comunidad?¿Proponemos y nos comprometemos o solamente criticamos y destruimos? ¿Cómo resolvemos los conflictos en la familia, en los grupos y en la sociedad? ¿Educamos para la reconciliación, el perdón y la paz?
Padre bueno, Tú que quieres que cada comunidad sea reflejo del amor Trinitario, concédenos el don del perdón, de la comprensión y de la generosidad para vivir en unidad. Amén