No siempre sabemos decir lo correcto, cuando vamos a confesarnos. ¿Cómo preparar bien la confesión? ¿Qué debemos confesar?
-- Padre Barrajón: La confesión comienza con un buen examen de conciencia. En la presencia de Dios se traen a la conciencia los pecados cometidos desde la última confesión. Se deben confesar los pecados mortales, los más graves, los que más han herido al Corazón de Jesús. Para hacer un buen examen de conciencia hay muchos métodos. Uno sería recordar (repasar) uno por uno los mandamientos divinos y los mandamientos de la Iglesia y después confrontar (comparar) nuestra vida con los diversos preceptos. Se podrán examinar los pecados contra las virtudes teologales o cardinales, o bien los pecados, considerando los siete vicios capitales. Muchas veces sucederá que, por la gracia de Dios, no encontraremos pecados graves, sino pecados debidos a nuestra condición de debilidad, es decir, pecados veniales. También estos pecados se pueden confesar y la tradición de la Iglesia aconseja hacerlo, porque esto ayuda a recibir gracia para combatirlos más eficazmente y para quitar los malos hábitos. La gracia de la confesión sana (cura) la persona en profundidad, porque el amor de Cristo viene infundido en ella por medio del Espíritu Santo.
Es importante siempre examinar los pecados que dañan, perjudican. la caridad, que son contrarios al mandamiento del amor fraterno y no dejar de examinar las omisiones: aquél bien que se podía hacer y que ¡quizá!, por pereza, por indiferencia, por miedo, o por vanidad, no se ha hecho. Hay también algunos cuestionarios que ayudan a recordar cuáles son los principales pecados. Pero además del examen de conciencia, aunque importante, más decisivo aún es el dolor de los pecados, es el arrepentimiento del corazón; reconocer el mal hecho y la decisión de no volverlo a hacer más; el deseo de reparar, el propósito de vivir una vida santa y unida a Cristo, al servicio de la Iglesia y de los hermanos.
Hay heridas de tipo psicológico o afectivo. La gracia del Sacramento de la confesión, ¿cura también éstas?
-- Padre Barrajón: El Sacramento de la confesión cura de modo especial la heridas causadas al alma por los diversos pecados. Esto lleva consigo un reajuste de una curación profunda de las heridas aún a nivel psicológico o afectivo. No podemos ignorar que la persona es una unidad: uno en cuerpo y alma. Curando las heridas del alma, la confesión nos prepara para sanar mejor las otras heridas de la naturaleza humana, a nivel afectivo, psicológico, emotivo. Hoy hay tantas personas heridas por experiencias diversas: por abandonos, por falta de verdadero afecto, familias desintegradas donde ha faltado la armonía en las relaciones. La confesión actúa como un efecto restaurador de la persona y, por medio de la persona, reconstruye la naturaleza en su complejidad. Esto no quiere decir que, si es necesario, en algunos casos, la confesión no vaya apoyada por otras terapias. Mas las otras terapias no podrán producir el efecto deseado si no se da la paz profunda del corazón, que da el perdón de Cristo, la recuperación de la dignidad de la filiación divina, la verdadera reconciliación consigo mismo y con los hermanos.
Hay quien se lamenta de que es difícil encontrar confesores disponibles, o que los horarios son tan reducidos que se retrasa la confesión sin término, con el resultado de que muchos fieles pueden pasarse mucho tiempo, incluso años, sin recibir este Sacramento...
La falta de sacerdotes o bien la gran actividad pastoral del sacerdote pueden ocasionar esta situación. En algunos países podría unirse a un abandono de la práctica del Sacramento de la penitencia, también la falta de fe u otras causas relativas a la secularización. Esto – es cierto – requiere del sacerdote un gran espíritu de sacrificio, una plena disponibilidad, un saber disciplinar (ordenar) la propia vida, incluyendo esta actividad como su prioridad sacerdotal. El tiempo que se dedica a la confesión es un tiempo de gracia para los fieles, y es un tiempo de gracia para el mismo sacerdote. La Iglesia cuenta con ejemplos maravillosos de confesores, de verdaderos mártires del confesionario.
Pienso en el Cura de Ars, en San Leopoldo Manlic, en San Pedro de Pietrelcina, en el Padre jesuita Félix María Capello, en Roma, y en tantos grandes y santos sacerdotes que han hecho del confesionario el altar de su sacerdocio. Nosotros, los sacerdotes, debemos saber hacer (volver) visible nuestra disponibilidad; que la gente nos vea prontos (dispuestos) para escuchar la confesión. El Papa Francisco ha contado que la historia de su vocación personal deriva de una confesión, cuando por casualidad entró en una iglesia y viendo un sacerdote disponible para la confesión, sintió el deseo de acercarse y recibir el perdón de Cristo. Y este encuentro de amor con el Señor le cambió la vida. He aquí que salió con la íntima convicción de que debía dedicar su vida a volverse él mismo en ministro de la misericordia.
Los sacerdotes también se confiesan. ¿Es difícil hacerlo?
-- Padre Barrajón: La dificultad de lo que he hablado en la primera parte para los fieles se puede también aplicar para nosotros, sacerdotes. Nosotros hemos sido escogidos por Cristo por un acto de su misericordia infinita y no porque éramos santos, sino para llegar a ser santos con la ayuda de su gracia. El Papa Francisco ha escogido como lema de su escudo: “Compadeciéndose y eligiendo”, que está sacado de un texto de San Beda el Venerable, que comenta la elección de San Mateo. Se podría traducir así: “Lo vio con sentimiento de amor y lo escogió”. La vocación es un acto de misericordia. Por el cual (Por lo cual) nuestra vida está dedicada a la misericordia: a recibir y otorgar misericordia.
Como todos, nosotros tenemos necesidad del perdón de Cristo. Debo añadir que es muy bello recibir el perdón de Cristo de otro sacerdote. El sacerdote puede perdonar a otro, pero no puede perdonarse a sí mismo. Es bello poder hacer la experiencia personal del perdón divino que viene a través de un pecador como él, llamado también él a ser ministro de la misericordia. Pero no es fácil aún para nosotros hacer la confesión, reconocer los pecados, confesarlos, querer cambiar los hábitos no evangélicos, convertirnos verdaderamente. Pero si uno se deja perdonar, si recibe con frecuencia la gracia sacramental, el sacerdocio florece con frutos inesperados, el anhelo de santidad y el servicio a la Iglesia crece y se hace más puro; nuestra vida es más de Cristo y menos de nosotros.
¿Qué consejo daría a quien está pensando confesarse durante la cuaresma?
-- Padre Barrajón: Aconsejaría al punto hacer una buena confesión, buscar la oportunidad de recibir el perdón de Cristo. Muchas parroquias organizan liturgias penitenciales donde es muy fácil hacer examen de conciencia, donde están presentes diversos sacerdotes para la confesión sacramental individual, donde se puede además abrir la propia alma y la propia situación personal espiritual, frente a Dios, a la Iglesia, a los hermanos, a quien nos puede aconsejar bien. El sacerdote, como ministro tiene la “gracia de estado” para dar consejos apropiados a quien lo solicita en la confesión. Mi experiencia es que Dios nos ilumina de una manera especial durante la confesión. Vienen a la mente ideas y motivaciones nuevas que tocan de modo inesperado el corazón y la conciencia, En la confesión, tanto para el ministro, como para el penitente, la gracia de Dios actúa de un modo maravilloso (admirable). Son como grandes olas de gracia que inundan los corazones y que provienen del Corazón abierto de Cristo sobre la Cruz. Yo reconozco que me maravillo, viendo la acción de la gracia divina, capaz de renovar tan profundamente y de un modo inesperado tantas vidas. Nosotros, los sacerdotes, no seamos los
protagonistas, sino sencillos y humildes.