El 13 de mayo de 1981 san Juan Pablo II sintió haber sido milagrosamente salvado de la muerte gracias a la intervención de “una mano maternal”, como él mismo dijo, y todo su pontificado estuvo marcado por lo que la Virgen había preanunciado en Fátima.
En 1982, un año después, en el primer aniversario del atentado de Alí Agca, el Pontífice polaco viajó a Portugal para dar las gracias a María Santísima por haberle salvado la vida y para ofrecerle aquella bala que debía haberle llevado a la muerte.
El fatídico atentado se produjo a las cinco y diecisiete minutos de la tarde del 13 de mayo, cuando Karol Wojtyla celebraba la audiencia general de los miércoles. El terrorista turco, que se encontraba en la Plaza de San Pedro, le disparó cuatro tiros, de los cuales dos le alcanzaron.
Uno le hirió en la mano izquierda, le perforó el bajo vientre, atravesó el hueso sacro y se incrustó en el suelo del vehículo papal. El proyectil pasó a pocos milímetros de la arteria aorta y le rozó la espina dorsal. El otro proyectil le rozó un codo e hirió a dos mujeres.
Cuando Juan Pablo II visitó a Alí Agca en la cárcel, éste le preguntó por qué no había muerto si él era un buen tirador y había apuntado al pecho. “Porque usted no tuvo en cuenta a la Virgen de Fátima”, le respondió el Pontífice polaco.
Los médicos del Papa Wojtyla y su secretario –en cuyos brazos se había desplomado cuando recibió el impacto de las balas– coincidieron en señalar que fue algo milagroso. Pocos días más tarde, el mismo Juan Pablo II fue más explícito al respecto cuando dijo: “Una mano disparó y otra guió la bala”.
El Pontífice polaco regresó a Fátima el 13 de mayo de 1991 para conmemorar el décimo aniversario del intento de asesinato. Durante su peregrinación volvió nuevamente a agradecer a la Virgen su mediación maternal.
Juan Pablo II acudió por tercera vez a Fátima para beatificar a Francisco y Jacinta Marto en el 2000. Estando allí, ante más de medio millón de fieles, ordenó desvelar el tercer secreto escrito por sor Lucía, uno de los tres pastorcillos a los que se les apareció la Virgen en 1917, referido a un “obispo vestido de blanco”.