“Sigo con viva preocupación la situación de los numerosos refugiados en el Golfo del Bengala y en el mar de Andamán”. Lo indicó este domingo el papa Francisco después de rezar el Regina Coeli. Y añadió que aprecia “los esfuerzos cumplidos por los países que les han dado su disponibilidad y acogen a estas personas que están afrontando graves sufrimientos y peligros”. Y concluyó animando a la comunidad internacional “para darles la asistencia humanitaria necesaria”.
Los rohingyas son un pueblo musulmán asentado en el Estado de Arakán, en el oeste de Birmania, que sufre persecución. Provenientes en 1948 de la actual Bangladesh, son considerados como inmigrantes extranjeros sea por el Gobierno que por la población de Birmania de credo budista. Desde 1982, con el régimen del general Ne Win, fueron excluidos de la ciudadanía birmana y por lo tanto quedaron apátridas, al no pertenecer a las 135 ‘razas nacionales’ aceptadas por el país, volviéndose víctimas de una limpieza étnica.
Desde el 2012 la situación empeoró, tras la transición democrática de los 5 decenios de dictadura militar. A mediados de dicho año, se produjeron choques entre los musulmanes rohingya y los budistas rakhine, con un saldo de al menos 140 muertos y unos 140 mil desplazados internos.
A partir de allí, los rohingya viven totalmente confinados en guetos urbanos o en campos de desplazados internos. Incapaces de trabajar, dependen de una ayuda internacional insuficiente.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), unas 160 mil personas rohingyas han partido en los últimos tres años desde Birmania y desde el sur de Bangladesh, debido a que en donde se encuentran se les ha despojado de todos sus derechos. En lo que va de año, la cifra se eleva a 25 mil, el doble que el mismo periodo del año pasado.
Tailandia, Malasia e Indonesia hasta el momento habían impedido que unas 8 mil personas que se encuentran en frágiles barcos mar adentro lleguen a sus costas. Si lo logran, reciben víveres y agua y son empujados mar adentro.